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Pilar Miró, la osadía de un corazón frágil

Pilar Miró, la osadía de un corazón frágil

Aquel carácter suyo, empecinado en demostrarle al mundo su talento, con un ímpetu dinámico y explosivo, hizo que incluso quienes mejor la conocían olvidasen que la directora de cine arrastraba una larga y peligrosa enfermedad desde hacía años. Y es que había algo inmortal en la imagen que Pilar Miró dejaba entrever de ella misma a los demás.

Una presencia poderosa y una fortaleza incansable que exprimió hasta sus últimos días. Por ello, y a pesar de sus graves problemas de salud, cuya prueba indisimulable era la tremenda cicatriz que surcaba el centro de su pecho tras dos operaciones a corazón abierto, cuando se anunció su muerte nadie podía creerlo. Parecía imposible. Tan solo quince días antes, con una energía titánica, Pilar se había puesto a los mandos de la realización de una de las retransmisiones en directo más importantes de la televisión española: la boda de la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarín, ante diez millones de telespectadores. Pero es que, aunque su corazón estaba apunto de pararse, la noche anterior a su muerte, Pilar asistió al estreno de Divinas Palabras en el Teatro Real, dando una imagen animada y contenta.

"Esta cercanía con la constante amenaza de la muerte curtió su carácter y la convirtió en una luchadora"

Lo cierto es que, durante los días anteriores a su fallecimiento, Miró había realizado varias visitas al hospital, en la más estricta confidencialidad, porque su entereza inquebrantable le impedía mostrar ningún signo de debilidad. Cuando el 19 de octubre de 1997 se hizo pública la noticia de su fallecimiento motivado por un infarto fulminante, familiares, amigos y compañeros no daban crédito a lo sucedido. Tenía 57 años.

La primera vez que Pilar entró en el quirófano fue el 14 de julio de 1975. La insuficiencia cardíaca que arrastraba desde joven lastraba su día a día. El implante de las válvulas aórtica y mitral permitieron que su corazón, aunque enfermo, siguiera latiendo. Esta cercanía con la constante amenaza de la muerte curtió su carácter y la convirtió en una luchadora. Recuperada de la intervención, estrenó la película Gary Cooper que estás en los cielos, en la que, en cierto modo, contaba algunos aspectos de su propia historia. Tanto fue así, que se la dedicó al cirujano que la había operado.

Empeñada en una maternidad temeraria, tanto por su salud como por su ausencia de pareja estable, dio a luz a Gonzalo, su único hijo, con 41 años, a pesar de que los médicos le aconsejaron no quedarse embarazada, teniendo en cuenta el peligro que suponía para su débil corazón. Pero ella no hizo caso: “Necesito querer a alguien”, decía. Y Gonzalo se convirtió en el eje de su vida, el centro de su universo.

"González era uno de los tutores legales del muchacho, dada la estrecha amistad que le había unido a su madre y que dio comienzo a principios de los 80, cuando Miró se unió activamente al Partido Socialista"

Diez años después, cuando el niño solo contaba cuatro, tuvo que someterse a una segunda intervención, el 19 de febrero de 1985. Desde entonces y hasta su muerte, su salud se fue debilitando poco a poco, a pesar de su empeño en demostrar lo contrario. Un infarto sin paliativos puso fin a su vida, en su propio domicilio. Gonzalo cuenta que su madre subió al piso superior de su chalé de Somosaguas para comprobar el fax y allí se desplomó. Fue él mismo, huérfano a los 16 años, quien caminó los 150 metros que separaban su casa de la de Felipe González para darle la mala noticia: “Dígale a Felipe González que mi madre ha muerto”, le dijo a la mujer del servicio. González era uno de los tutores legales del muchacho, dada la estrecha amistad que le había unido a su madre y que dio comienzo a principios de los 80, cuando Miró se unió activamente al Partido Socialista.

Cuando la cineasta murió, Felipe González declaró que no recordaba con exactitud cómo conoció a Pilar, pero que su amistad se había ido estrechando con el tiempo. Tanto, que más de uno pensó que el expresidente del Gobierno bien podía ser el padre de Gonzalo. Incluso se llegó a plantear el traslado del muchacho para que viviera con su familia, pero Gonzalo se negó en redondo. No deseaba estar bajo la tutela de nadie. Además, González no era el único tutor, aunque sí era su padrino. Conocedora de su débil salud, Pilar Miró encargó igualmente la custodia del niño a Blanca Álvarez y Jesús Martín, compañeros muy cercanos en RTVE, si a ella le ocurría algo.

Pilar Miró jamás desveló la identidad del padre de Gonzalo, que lleva los dos apellidos de su madre, y siempre mantuvo a raya a los reporteros del corazón sobre todo lo que tuviera que ver con su vida privada, con sus parejas y con la paternidad de su hijo.

Pero hagamos un flashback, utilizando la terminología del cine para viajar hacia atrás en el tiempo.

Poco se sabe de la infancia de Pilar Mercedes Miró Romero. Nació el 20 de abril de 1940, en el seno de una familia de profundo arraigo militar. Desde niña se sentía inmensamente feliz cuando iba al cine a ver sesiones dobles. Tras probar en las facultades de Derecho y Periodismo, ingresó en la Escuela de Cinematografía, para desarrollar su verdadera vocación.

"Finalmente, la Audiencia Nacional desestimó el caso y Miró quedó absuelta. La película se convirtió en un símbolo de libertad de expresión y en la más taquillera del año"

Tras ser la primera mujer realizadora de TVE, en 1976 consiguió dar el salto al cine con La petición, película que ya le acarreó algunos problemas con la censura. Sin embargo, con la segunda, las cosas se complicaron de verdad. El crimen de Cuenca narraba la historia real de dos pastores inocentes a los que la Guardia Civil obligó, bajo torturas, a confesar un crimen que no habían cometido. Aunque nos situamos en los inicios de la Transición, la cinta quedó secuestrada por injurias y Pilar Miró sometida a un proceso penal militar, obligándola a presentarse cada quince días en el Gobierno Militar. Finalmente, la Audiencia Nacional desestimó el caso y Miró quedó absuelta. La película se convirtió en un símbolo de libertad de expresión y en la más taquillera del año.

Corría 1982 y, tras la victoria socialista, Felipe González la nombró Directora General de Cinematografía, desde donde impulsó la famosa y controvertida Ley Miró, basada en el modelo francés, que financiaba las películas antes de comenzar su rodaje y no al final, como había sucedido hasta la fecha. Después ocupó la Dirección de RTVE, que asumió con ánimo renovador, si bien acabó igualmente con una amarga experiencia, al ser acusada de presunta malversación de fondos. Una serie de trajes y gastos de representación en función de su cargo fueron denunciados por el Partido Popular y Pilar Miró fue encausada. Hablamos de una mujer que no destacaba precisamente por su glamur ni su preocupación por las tendencias de moda. Finalmente resultó absuelta, aunque ya había sido sometida al juicio público. Poco después, el Consejo de Ministros la cesó en su cargo y Pilar Miró dejó definitivamente la política y volvió al cine.

En su currículum, además de las ya citadas, dirigió las películas: Hablamos esta noche, Werther, Beltenebros, El pájaro de la felicidad, El perro del hortelano —que obtuvo siete premios Goya, de los cuales dos fueron para ella— y Tu nombre envenena mis sueños. En total, dejó más de doscientas producciones para el cine y la televisión, siendo la realizadora de las bodas de las dos infantas por petición expresa del Rey Juan Carlos I, con quien hizo buena amistad durante sus años en la facultad de Derecho.

Rebelde siempre, tuvo una vida complicada, con encuentros y desencuentros constantes con sus amigos y con cuantos profesionales trabajaron a sus órdenes. En el fondo, un ser tierno, desvalido, que buscó desesperadamente el amor y no lo encontró en sus relaciones con los hombres.

"Más adelante, vino su intenso noviazgo con el actor Álvaro de Luna, quien terminó siendo muy popular después de la serie Curro Jiménez"

Alguna vez Pilar Miró Romerocomentó que estaba «hambrienta de amor». Lo cierto es que, siendo muy joven, se prendó del encanto de un estudiante de Medicina, de quien averiguó que se llamaba Gonzalo. Lo siguió un día hasta La Granja, donde realizaba prácticas militares en las milicias universitarias. Él no le hizo caso alguno, y además tenía novia. Pero el impacto de aquel chico le duró tanto que, cuando nació su hijo lo llamó Gonzalo, en recuerdo de aquel amor imposible. Aquello le sucedió en 1957, con 17 años. Sin duda tuvo otros amores, como el actor almeriense Leo Anchóriz, con el que vivió un tórrido romance, del que quedó después muy desilusionada. Lo mismo que se enamoraba de golpe, se desenamoraba al poco tiempo. En esa inconstancia, es posible incorporar al joven y malogrado realizador Claudio Guerín. Breve fue su romance, porque Guerín falleció de forma dramática cuando, rodando en la localidad gallega de Noia, en la torre de una iglesia, perdió el equilibrio, cayendo al vacío. Murió en el acto, claro. Estaba rodando La campana del diablo. Eso sucedió en 1973. Se habían conocido en la Escuela de Cine. Era rubio, alto, de ojos claros, muy guapo. Su desaparición causó en Pilar un profundo dolor.

Más adelante, vino su intenso noviazgo con el actor Álvaro de Luna, quien terminó siendo muy popular después de la serie Curro Jiménez. Estaban muy enamorados, tanto que fijaron la fecha de la boda. Un mes antes, Pilar dejó plantado al novio. El buenazo de Álvaro de Luna no podía dar crédito a la situación.

Otro periodista de su entorno amoroso fue el asturiano José Luis Balbín, responsable de uno de los programas más añorados de aquella televisión en blanco y negro: La Clave. Pilar se «pirró» por él como una colegiala. «Es el hombre de mi vida», le confesaba a sus más cercanos. Con Balbín convivió una temporada y hasta compartieron algunos viajes, en concreto uno a Suiza. Tal vez fue el frío de aquella experiencia el que acabó por desunirles.

"Hablar de Pilar Miró es hablar de la historia del cine y la televisión en España. Ella fue una mujer empoderada y controvertida, con mucho talento y una potente personalidad"

Adolfo Marsillach se convirtió también en fugaz compañero de Pilar Miró a raíz de un encuentro casual en Barcelona. Ni que decir tiene que Marsillach recibió en su momento un cactus envuelto en un bonito paquete. Era la forma en la que Pilar terminaba con sus parejas. Pero, probablemente, su relación más duradera fue con el montañés Mario Camus, excelente director y guionista, con el que Pilar Miró hizo buenas migas desde los primeros momentos en que se conocieron. Les unía la idéntica atracción por el cine, más otra de carácter sentimental. Estuvieron juntos varios años.

Hablar de Pilar Miró es hablar de la historia del cine y la televisión en España. Ella fue una mujer empoderada y controvertida, con mucho talento y una potente personalidad. Rompió techos de cristal en un mundo de hombres, y todos los moldes habidos y por haber en su vida personal.

Siempre confesó la felicidad que sentía al trabajar detrás de una cámara, pero nada comparable a la dicha que le proporcionó la maternidad. Los que la conocieron explican que, cuando estaba con su hijo, aquella mujer dominante, dura y malhumorada se convertía en la madre más dulce y cariñosa, con el único fin de disfrutar de cada segundo en compañía del pequeño Gonzalo, el auténtico motor de su vida.

¡Descanse en paz, Pilar Miró! Ojalá que atraviese los cielos de Gary Cooper este sencillo pero entusiasta homenaje de una española coetánea y gran admiradora del buen cine y de las mujeres luchadoras. Pilar Miró fue especial, única, en una época difícil para España y para las mujeres, y a la que ni siquiera un corazón enfermo fue capaz de doblegar. Y sirva también el mismo reconocimiento a su hijo Gonzalo, aquel espigado y tímido preadolescente de ojos tristes, que escondía parte de su rostro tras su eterna gorra, y a quien tantas veces saludé por los jardines del Palacio de la Moncloa.

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