Hace un par de años, cuando los festivales y las salas de cine volvían tímidamente a la normalidad tras el primer confinamiento, Las niñas, una modesta ópera prima sobre la adolescencia, ambientada en un colegio religioso para chicas en la España de 1992, dirigió todas las miradas hacia su directora, Pilar Palomero (Zaragoza, 1980). Aquel deslumbrante debut presentado en el Festival de Berlín se coronó con el Premio a la Mejor Película en Málaga y, posteriormente, haciéndose con cuatro Premios Goya, entre ellos Mejor Película, Guion y Dirección Novel.
******
—Según has comentado, esta película te llegó como un encargo, o más bien como una sugerencia. ¿Cuál fue el germen de La maternal?
—Fue la productora Valerie Delpierre la que me presentó el tema, pero hasta ahí. Realmente se trataba solo de una idea, y yo la fui desarrollando y dando forma hasta convertirlo en un proyecto personal, porque de no ser así no hubiera podido hacerlo.
—¿No tuviste dudas de embarcarte en un proyecto así? Te lo pregunto porque después de Las niñas, que además fue un éxito inesperado, volver a explorar el mundo de la adolescencia podía llevar aparejado el riesgo de quedar encerrada en una especie de bucle.
—La verdad es que cuando empecé a desarrollar el proyecto de La maternal aún no había estrenado mi anterior largometraje. En este sentido no me sentí prisionera de unas expectativas ni nada parecido. Además tenía la certeza de que iban a ser películas muy diferentes. Aunque ambas historias traten sobre el mundo de las adolescentes abordan temáticas distintas, y el enfoque también lo es. El guion de La maternal bebe mucho de historias reales, de lo que me contaron las chicas que entrevisté durante el proceso de documentación. La película iba tan de la mano de esa realidad que esta situación daba poco margen a que yo pudiera plantearme trabajar en un registro distinto al de Las niñas, porque el tono de la película emergió de manera natural.
—De todas maneras hay algo que sí comparten ambas películas, y es el hecho de que tu modo de acercarte a la realidad que retratas está imbuido de técnicas documentales. No solo evitas juzgar a los personajes sino que pones mucho cuidado en que no haya elementos que hagan que el espectador los juzgue.
—Me pone muy contenta que digas eso porque, efectivamente, para mí eso era importantísimo. De lo que quería hablar en La maternal era precisamente de cómo juzgamos situaciones como el embarazo de estas chicas adolescentes. Entonces, tampoco tenía mucho sentido que yo, como cineasta, juzgara a mis personajes. Eso me colocaba en una situación muy delicada, porque la línea que separa el mostrar y el juzgar es muy fina. Entonces resolví colocarme en un espacio de máximo respeto donde mi mirada quedase legitimada por la confianza que ellas habían depositado en mí. Estuve muy atenta en todo momento a aquellos aspectos de sus historias en los que ellas incidían de manera más recurrente, como el hecho de que la mayoría se enterase de su embarazo cuando ya estaban de cuatro o cinco meses, o la ambigüedad que había en la relación que la mayoría de ellas tenía con sus propias madres. Quería que la película rezumara verdad pero siendo consciente en todo momento de que estaba construyendo una ficción. Si he elegido la ficción es porque quería contar esta historia a través de las emociones.
—Ese trabajar en un enfoque que eliminase cualquier mirada prejuiciosa supongo que te lo impusiste como deber ya desde el guion.
—Sí, aunque luego hay escenas que fuimos desarrollando después. Para mí hay una secuencia que es clave, y es cuando Carla llega al centro de acogida para madres adolescentes y las demás chicas se van presentando y contando sus historias. Para mí esa escena contiene un poco el porqué de la película, y todos fuimos conscientes de que era una escena arriesgada porque suponía un paréntesis en la narrativa del filme, pero al mismo tiempo me preguntaba: «¿Cómo voy a hacer una película sobre este tema, construida sobre los testimonios de las chicas a las que he entrevistado, sin darles voz a ellas?». Más aún después de la necesidad que todas me transmitieron por ser escuchadas. Para mí, además, era importante que mi protagonista no encarnase una experiencia colectiva, porque cada experiencia es única, y por eso en esa concatenación de testimonios de las otras chicas salen a relucir temas como abusos, malos tratos o la necesidad de alumbrar un hijo para no estar sola, una reflexión que dicha por una adolescente de catorce años igual nos debería llevar a reflexionar sobre el tipo de sociedad que estamos creando.
—¿Cómo fue evolucionando la historia? Porque me imagino que al entrar en contacto con el centro y con las chicas que lo habitan el guion se fue reescribiendo con sus aportaciones.
—Cuando pude conversar con estas chicas se me revolvieron muchas cosas por dentro, y para mí era muy importante que el espectador pudiera sentir lo que sentí yo hablando con ellas, una mezcla de asombro, conmoción, ira por situaciones de injusticia… A partir de ahí el guion para mí es una herramienta de trabajo, pero lo importante es lo que suceda delante de la cámara. Hay que estar muy atenta ante ello para poder reaccionar y modificar las cosas cuando sea necesario hacerlo. Y no solo eso sino que, en ocasiones, intentamos dar pie a situaciones nuevas que, en un principio, no están contempladas en el guion. Esta manera de trabajar, que ya experimenté en Las niñas, la verdad es que me resulta muy enriquecedora, la disfruto mucho.
—¿Fue difícil lograr esa interacción entre intérpretes profesionales y no profesionales?
—Teníamos una mezcla de intérpretes con bastante experiencia, actrices profesionales que venían de un casting pero para las que esta era su primera película, y luego aquellas chicas a las que fuimos incorporando del proceso de entrevistas y que tenían la autenticidad de la experiencia vivida. Y lo maravilloso son las sinergias que se han creado entre todos estos perfiles. Las actrices profesionales han aportado su experiencia y han ayudado mucho a las que no lo eran, pero estas a su vez han contagiado al grupo con esa cosa genuina que aportaban.
—En este sentido, el trabajo que realizaste con las actrices de Las niñas supongo que fue una herramienta valiosa, pero en el caso de La maternal, el hecho de poner a estas chicas a revivir episodios de su propia vida ¿no supuso una dificultad añadida?
—Yo escribí el guion bastante a la par que conversaba con ellas, y eso hizo que los personajes quedasen muy impregnados de la personalidad y de la forma de ser de estas chicas, aunque ninguno está basado al cien por cien en ellas. Entonces, cuando empezamos a plantearnos el reparto, no lo veía con otros rostros que no fueran los suyos. Mi confianza en ellas fue total desde el momento en que vi las ganas que tenían de estar presentes en la película. Su ilusión y su emoción por mostrar su historia y nuestro respeto por no ir más allá de hasta donde ella nos dijeran fue clave en el trabajo que hicimos. A todo esto, quiero dejar claro que ninguna de estas chicas se está interpretando a sí misma, sino que todas ellas hicieron un trabajo de composición, y creo que eso les dio seguridad a la hora de mostrarse ante la cámara.
—De hecho, una de las protagonistas dijo en San Sebastián que para ella fue muy importante visibilizar su experiencia a través de una película como La maternal para luchar contra esos prejuicios que ha tenido que soportar por ser madre adolescente.
—Lo que está claro es que la adolescencia no es un momento óptimo para ser madre y, de hecho, el cien por cien de las chicas con las que hablé no tenían intención de serlo. El hecho de ser madres les llegó de una manera casi obligada y eso, que ya de por sí es una situación bastante dura, se ve agravado por la incomprensión y el rechazo familiar que tienen que vivir estas chicas. A mi eso me dio bastante rabia cuando me lo contaron, porque con lo difícil que tiene que ser tener un hijo con esa edad, encima que te carguen esa mochila… Además la mayoría de estas chicas proceden de entornos vulnerables… y yo sentí que eso es lo que ellas querían contar.
—La película está rodada en las mismas localizaciones donde Bigas Luna rodó Jamón, jamón. ¿Hay una voluntad de homenaje por su parte ahí?
—Yo el primer curso de cine en mi vida que hice fue un taller que dirigió en Zaragoza Bigas Luna. Aquello me cambió la vida, y a partir de ahí supe que quería dedicarme a esto. Empecé a estudiar fotografía y después me matriculé en la Escuela de Cine. Pero más allá de la importancia que tuvo en mi vida Bigas Luna está su obra. Cuando siendo una adolescente vi Jamón, jamón, recuerdo que me quedé en estado de shock. Entonces, escribiendo el guion de La maternal y pensando en un entorno que forjase la personalidad de la protagonista, enseguida me vino a la cabeza el paisaje de Los Monegros, que es donde Bigas rodó Jamón, jamón. Lo alucinante del asunto es que cuando fuimos a localizar allí nos encontramos el mismo bar que salía en aquella película casi en el mismo estado, así que fue casi irremediable rodar allí. Esa conexión fue la que luego me hizo llamar Penélope al personaje que interpreta Ángela Cervantes, imaginando que ella, que es la madre de la protagonista, igual podía ser la hija de Silvia, el personaje que interpretaba Penélope Cruz en Jamón, jamón.
—De hecho, tanto en La maternal como en Las niñas las localizaciones tienen mucho peso.
—Yo siempre intento que todos los lugares que aparecen en la película cuenten cosas, que no se limiten a ser escenarios sin más. Esto es una cosa que yo creo que me viene de cuando estudié cine en Sarajevo con Bela Tarr. Él siempre nos decía que la columna vertebral de cualquier película la conforman la historia, el reparto y los lugares en los que tiene lugar esa historia. Es una enseñanza que procuro seguir a rajatabla.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: