Los fans de la serie Lo que hacemos en la sombras de los neozelandeses Taika Waititi y Jemaine Clement que piensen disfrutarla por segunda vez están de enhorabuena, porque disponen de una guía excepcional para descifrar sus claves y exprimir al máximo su jugo humorístico. Se trata del ensayo de Pilar Pedraza, Vampiros en las sombras (Hermenaute) en el que la escritora analiza esta pieza junto a otros productos de los mismos autores: el corto Lo que hacemos en las sombras. Entrevistas con algunos vampiros (2005), el largometraje Lo que hacemos en las sombras (2014) y la serie, Wellington Paranormal, rodados todos como falsos documentales para potenciar la comicidad. «Los vampiros de Waititi y Clement parecen nacer como contrapartida irónica y adulta frente a la blanda disolución cinematográfica que se estaba produciendo en un género cada vez más distante del apolillado vampirismo tradicional», afirma Pedraza. En esta serie, «terror y humor se fusionan sin fisuras, en un texto de límpida continuidad», añade. Sus protagonistas no son «espantajos vacíos y siniestros (…) Tienen alma, psicología, amor y sentido de la amistad».
En esta entrevista habla de otros proyectos suyos como la reedición del ya clásico Brujas, sapos y aquelarres (Valdemar) y el ensayo que prepara sobre la obra completa de su amigo, el cineasta Agustí Villaronga recientemente fallecido.
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—Eres una devoradora de series y películas. ¿Qué te sedujo de Lo que hacemos en las sombras?
—Me fascinó su calidad artística y la gran cultura fantástica que hay en ella. Comentando con el crítico de cine Antonio José Navarro lo mucho que me gustaba, hasta el punto de que estaba viendo varias veces la película y siguiendo la serie repetidamente en versión original y doblada, me animó a que escribiera un ensayo y se lo enviara a la editorial Hermenaute. Al director de este sello, Lluís Rueda le gustó la idea y nos pusimos a ello de inmediato.
—Tu ensayo incluye la saga vampírica completa que Waititi y Clement iniciaron en 2005. ¿cómo evolucionaron sus creadores en el abordaje del tema?
—A los creadores, estudiantes de la Universidad de Victoria de Wellington (Nueva Zelanda), les interesó desde muy jóvenes el tema de las comunas de vampiros. Rodaron con pocos medios el cortometraje como una broma en la que Waititi, Clement y Jonny Brugh conversan jocosamente como chicos disfrazados o pasean por las calles de Wellington recibiendo invectivas de la gente (“¡maricones!”). En la película son personajes vampíricos que viven juntos en una casa que recuerda los pisos de estudiantes, ya talluditos. En la serie un grupo de vampiros habitan en una casona victoriana que tiene algo de museo. No son los mismos personajes que en las dos obras anteriores ni los interpretan Waititi, Clement y Brugh, sino unos actores y actrices que crean una galería inolvidable.
—Sobre la cuarta temporada afirmas que «adolece de excesos en su vertiente comercial». Por desgracia, esta merma de calidad suele darse también en otras series. ¿Una especie de ‘maldición’ que surge de la presión que impone el éxito?
—No es una maldición, sino una cuestión económica. Las productoras a veces matan a la gallina de los huevos de oro por exagerar los elementos que parecen más comerciales o llamativos.
—¿Wellington paranormal, ambientada en Nueva Zelanda, podría considerarse una pariente pobre de Lo que hacemos en las sombras?
—¡No, en absoluto! Es una serie de humor muy famosa, cuyo creador es el mismo, el neozelandés —de origen nativo maorí por parte de madre— Jemaine Clement. Hay en ella algunas conexiones con la película, donde aparecen los inefables agentes de la policía de Wellington, Minogue y O’Leary, pero yo nunca diría que es una pariente pobre, sino una hermana menor brillante y traviesa, obra del creativo Clement. Su ambientación en la capital de Nueva Zelanda, un país moderno, adelantado socialmente y paradisíaco, añade un plus de interés para un público global.
—¿Waititi y Clement funcionan como metales de una aleación o tal vez pueden separarse? ¿Qué crees que aporta cada uno de ellos?
—Cuando trabajan juntos son una aleación tan fuerte y bella como el bronce, pero han demostrado que pueden trabajar por separado. Cada uno tiene su personalidad, más transgresora y tenaz la de Jemaine Clement, y más estelar y graciosa la de Taika Waititi. Ambos aportan un humor especial, mezcla de inglés y maorí, que les hace únicos.
—Hoy en día hasta los partes meteorológicos pretenden infundir miedo. ¿El sentido del humor es la mejor defensa contra los temores falsos o reales que nos acechan?
—Por lo general, el humor tiene dos caras: la liberadora y la conformista. Pero si es genuino, libre y esencialmente autónomo, como en este caso, sirve para muchas cosas, aunque no para defenderse de la estupidez de una especie empeñada en ser infeliz y en acabar con el planeta. El humor es un bálsamo de recetario, no un remedio de laboratorio.
—¿A qué se debe la fascinación que los vampiros ejercen sobre nosotros?
—Los vampiros nos atraen porque en el arte, desde Joseph Sheridan Le Fanu (Carmilla), los imaginamos y recreamos como criaturas fascinantes, inmortales y aristocráticas. En la cultura popular griega, serbia, transilvana o romaní, sin embargo, son muertos repulsivos que regresan a chupar la sangre de sus parientes y hay que acabar con ellos cuanto antes decapitándolos, clavándoles estacas o llenándoles la boca de clavos. Así y todo, continúan siendo los reyes de las sombras como en El baile de los vampiros de Polanski, en la bella Byzantium de Neil Jordan o la refinada y culta Solo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch. Los hay también cursis y adulterados, como los de ciertas series populares.
—¿Es doblemente costoso en términos de tiempo y esfuerzo trabajar sobre obras audiovisuales que en las puramente literarias?
—Para destripar a conciencia una obra audiovisual tan compleja como Lo que hacemos en las sombras es necesario verla una y otra vez, entera o fragmentada, y tener en cuenta la construcción, la puesta en escena, el montaje, la iluminación, la actuación, la música, los ruidos y muchas cosas más, que el público normal no percibe. Todo ello es un magma cuyo estudio requiere tiempo y disciplina. Yo he visto innumerables veces el corto, la película y la serie, he trabajado en ellos horas y horas, pero son tan hermosos que en ningún momento me han cansado, todo lo contrario. Sólo estudiar los títulos de crédito ha sido una tarea ímproba, en la que me ha ayudado Luis Pérez Ochando, pero ha merecido la pena.
—¿Qué opinas de la vorágine de títulos que desbordan las plataformas?
—En las plataformas abunda una gran cantidad de películas y sobre todo series de mero entretenimiento, productos de consumo sin interés. Un público consciente y no solo consumista debe seleccionar con criterio y no dejarse llevar por la facilidad de utilización de esta tecnología, que abarata y facilita el disfrute audiovisual. No hay que renunciar al cine de sala, que podría quedar relegado a un segundo plano elitista como el teatro y la ópera en su momento. Eso sí sería una catástrofe cultural.
—Valdemar acaba de lanzar una edición actualizada de Brujas, sapos y aquelarres. ¿Por qué os ha parecido pertinente lanzarla?
—La edición princeps de 2014 estaba agotada. Podríamos haberla reeditado sin más, pero durante estos años se ha producido un florecimiento del gusto y el interés por las brujas y su mundo, películas y series, nueva bibliografía y cierta tendencia un tanto ingenua a tomar a la bruja como modelo de rebeldía o libertad. Hemos tratado de poner las cosas en su sitio.
—Háblanos de ese relato tuyo traducido al inglés que llegará a países remotos como China.
—El relato Mater Tenebrarum, que forma parte de mi antología de Valdemar Arcano trece y de la de Valancourt Books en inglés, parece gustar en el mercado global. Figura en diversas antologías de literatura fantástica hispanas. Varias editoriales extranjeras, entre las que se encuentra una húngara y una china, han solicitado permiso para publicarlo. Me encanta que mi perverso relato haya calado en una sensibilidad milenaria oriental. Por el momento está traducido al inglés y al polaco. Una joven cineasta finlandesa se interesa vivamente por él y lo está guionizando.
—Ahora preparas una monografía sobre tu amigo, el director mallorquín Agustí Villaronga, fallecido a principios de este año. ¿Cómo te has planteado este nuevo proyecto?
—Agustí Villaronga es uno de los talentos más valiosos del cine europeo y por desgracia menos estimado de lo que debería en esta España nuestra, que no acaba de encontrar el camino de la gran cultura moderna. Estoy empeñada en dedicarle un libro que le rinda el homenaje que merece, completando la monografía que publiqué en Akal de 2007 y revisando toda su obra. Ahora que, lamentablemente, está cerrada y tenemos perspectiva de su conjunto, no vamos a perder la ocasión de sacar lustre a su estrella para que no brille únicamente por Tras el Cristal y Pan Negro.
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