La ópera prima de Carlos Millán arranca en las trincheras de Somme durante la Primera Guerra Mundial, pero enseguida retrocede en el tiempo para explicar la historia de tres chicos, Irene, Álex y Miguel, que fortalecen su amistad en un pueblo de los Pirineos Orientales, mientras escuchan las historias fantásticas que narra una mujer que abrirá sus mentes de un modo extraordinario.
En este making of, Carlos Millán nos cuenta el origen de Irene a media luz (Catedral).
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El origen de la idea
Siempre me ha fascinado el momento en que una pequeña idea se abre para correr desbocada como si fuese un torrente incontrolable hasta sentar las bases de lo que será una novela. Recuerdo llevar algunas semanas con dicha minúscula idea instalada en mi cabeza.
Me había despertado un día con la desazón de haber soñado con alguien que no había visto jamás y que en el sueño se portó extraordinariamente bien conmigo. Científicamente tiene una explicación sencilla: hace algunos años me crucé con alguien por la calle y la imagen de esa persona fue directa a mi bendito subconsciente, que, no se sabe muy bien por qué, decidió introducirlo en mi sueño esa noche. Es así, pero a la vez es algo muy triste. Si nos ponemos “científicos”, incluso enamorarse no deja de ser un caos químico que se produce en nuestro cerebro. Y eso es todavía más triste.
Llevaba ya algún tiempo con esa idea y cada vez estaba más convencido de que tenía que escribir sobre esas personas desconocidas que se pasean por los sueños de la gente. El problema es que no veía cómo eso podía desarrollarse en una novela sin caer en los miles de tópicos ya escritos sobre sueños.
La inspiración en Ceret
Hasta que un día esa pequeña idea se abrió, apabullándome y golpeando con fuerza. Un buen amigo, gran fotógrafo, me propuso ir a comer al pueblo de Ceret, en el departamento francés de los Pirineos Orientales, y apenas a una hora de distancia en coche desde casa. Yo accedí al instante. Es una zona que siempre me trae esos recuerdos agrios de una vida que no he vivido, sin duda acrecentados por el hecho de que mi padre creció en esa misma parte de Francia.
Ir a pasear con fotógrafos de cierto nivel puede ser desafiante. Se detienen cada tres metros, se tumban en el suelo y empieza un traqueteo incesante de fotografías a una florecilla, insecto o revista desgajada en el suelo de cualquier callejón. Tu atención curiosa se desvanece a la tercera vez que se repite el proceso y te das cuenta de que apenas habéis avanzado diez metros. Adoro la fotografía, pero eso era demasiado para mí.
Si a la mayoría de los amantes del cine les obligaras a pasar por lo que supone un rodaje, con sus repeticiones, con el director de fotografía trabajando durante horas para tener la luz correcta en una toma de segundos y demás, apenas quedarían un puñado de fieles en las salas de cine. Yo me encontraba en ese punto. Busqué a mi alrededor una tabla de salvamento y la encontré en un viejo banco de madera al final de la calle. Por fin, iba a poder perderme entre mis pensamientos.
Y fue durante ese momento de ensoñación cuando vi a una mujer vestida con ropajes de principios del siglo XX, caminando calle abajo. La perseguí con la mirada, curioso, como si estuviese a punto de conocer la historia de esa persona con cada paso que daba. Cuando finalmente pasó por delante del banco de madera donde me encontraba, presté atención a su rostro. Era joven, de apenas 30 años, pero su cara triste y compungida me alertó. Y entonces lo vi claro: no estaba triste únicamente por vicisitudes de la vida; su rostro mostraba el desconcierto y la soledad provocados por, precisamente, la pesadumbre de no comprender por qué esos personajes que aparecen en los sueños sin ninguna pista sobre su origen habían marcado su vida y la de su entorno de una manera tan profunda.
Salté del banco y fui corriendo hasta mi amigo, que seguía tumbado en mitad de la calle tomando fotos de unos portales antiguos. Le pedí que me mandase todas las fotos esa misma tarde, y en su rostro se dibujó una mueca de sorpresa:
—¿Llevas todo el día refunfuñando y ahora quieres que te las mande?
—¡Mándemelas, ya!
El proceso de escritura
Esa misma noche, al llegar a casa y revisarlas, supe que en ese lugar se centraría buena parte de la novela. No quería las fotos para las descripciones, porque excederte en ellas siempre me ha parecido llevar al lector sobre unos raíles demasiado constringentes. Me interesa más saber que, con unas pocas pinceladas del lugar descrito, ayuda a que dicho lector construya su propio lugar, ese rincón escondido desde donde observa la escena. Yo necesitaba esas fotos para llenarme de la vida de ese pueblo, imaginar sus calles a principios del siglo XX, a aquella mujer de mi imaginación pasear por ellas, y hacer hincapié en las ventanas y puertas que tanta importancia tienen en la obra. Y esa misma noche empecé a perfilar Irene a media luz.
Me gusta imaginar la preparación de una novela igual que si fuese un viaje. Lo hago sencillo, un Barcelona-París, donde sé que tengo que pasar por, digamos, Lyon y Auxerre. Pero como en cualquier viaje, me doy un margen para las sorpresas, para esos acontecimientos inesperados que enriquecen la experiencia.
No llego al nivel de Stephen King, que en una de sus charlas dijo que simplemente tiene la idea y se pone a ello, porque cualquier planificación previa le destripa su propia novela y así pierde la diversión al escribirla. Me gusta más la posición del gran Javier Marías, que decía que si sus personajes no le sorprendían asiduamente, perdía el interés. Me ocurría un poco lo mismo durante la escritura de Irene a media luz; necesitaba que los personajes me contasen sus vivencias, y pese al camino que yo les había ordenado trazar, no dejaban de sorprenderme.
El gran reto fue conseguir que esos “caminantes de sueños” tuviesen tal relevancia en la vida de Irene, Álex y Miguel (los tres protagonistas), hasta el punto de que algo tan “fantástico” les afectase en su vida cotidiana y en sus relaciones personales. Quería que el lector sintiera el peso de esos personajes oníricos y cómo influyen en las decisiones de los protagonistas, incluso en momentos cruciales de sus vidas.
La novela
Irene a media luz es una novela que transcurre a caballo entre la realidad y el mundo de los sueños. Un mundo que les da a conocer la tía de Irene cuando apenas son unos niños. A través de la historia de Irene, Álex y Miguel, el lector es llevado por un viaje emocional y, a veces, sobrecogedor. La influencia de los personajes de los sueños en sus vidas se vuelve cada vez más intensa a medida que avanza la trama, planteando cuestiones sobre la naturaleza de la realidad y cómo nuestras experiencias más intimas pueden tener un impacto duradero en nuestras decisiones y relaciones.
Buscaba un estilo de narrativa nostálgico y melódico, pero sobre todo evocador, con descripciones ricas pero económicas que permitiesen al lector construir su propia imagen del mundo en que se desarrolla la historia. Lo suficiente para que todo ello envolviese al lector en la atmósfera que rodea la vida de los personajes, con sus propios miedos, esperanzas y deseos.
Irene a media luz es una historia de amor, pérdida y redención. Al enfrentarse a sus propios demonios y aceptar la influencia de los sueños en sus vidas los personajes aprenden valiosas lecciones sobre la importancia de vivir el momento y no dejar que el pasado dicte su futuro.
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Autor: Carlos Millán. Título: Irene a media luz. Editorial: Catedral. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Me encantó conocer el origen de la novela, es mágico entender de dónde partió la idea y la descripción de ese proceso, que obviamente tiene el sello incomparable de Carlos Millán, le da un marco muy especial a la historia.