«Mi madre es un ángel y mi padre es el rey de los negros caníbales. Pocos niños tienen padres así». Y de progenitores tan peculiares sólo podía salir una niña única quien, a sus nueve años, vive sola con un mono tití y un caballo blanco pintado a topos negros; cocina peppakakor (unas galletas típicas suecas, especialmente en navidad, muy especiadas) en el suelo, el cual friega atándose dos cepillos a los pies para limpiar y patinar al mismo tiempo; duerme con los pies sobre la almohada; viste un vestido cosido con retazos de telas diferentes y lleva calcetines hasta la rodilla de distinto color; también lleva las rojas trenzas peinadas hacia arriba porque todo el mundo espera que vayan hacia abajo. Semejantes credenciales cuadran con que el nombre completo sea Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump, o, en corto, Pippi Långstrump o, para nosotros Pippi (o Pippa e incluso Pepita o Pita en Hispanoamérica) Calzaslargas (o también Mediaslargas).
A principios de octubre de hace 70 años llegaba a las librerías suecas la tercera y última novela corta que Astrid Lindgren escribió sobre el personaje que la haría inmortal y que ensombrecería el resto de su gran aportación a la literatura infantil y juvenil de todos los tiempos. Las aventuras de Pippi Calzaslargas del puño y letra de Astrid Lindgren comprenden tres novelas cortas —Pippi Calzaslargas, Pippi Calzaslargas se embarca y Pippi Calzaslargas en los Mares del Sur— y nueve libros ilustrados. A ello hay que sumar ocho películas —todas suecas, tanto de animación como de actores reales— y, sobre todo, la serie de 13 episodios que, protagonizada por Inger Nilsson, se estrenó en SVT1 (la televisión pública sueca) el 8 de febrero de 1969 y en la TVE española en 1974, cuando la censura del ya moribundo franquismo empezaba a aflojar su viscosa zarpa. Los libros habían llegado doce años antes, en 1962, publicados casi clandestinamente porque los guardianes de la moral de entonces —y explicaré luego que también los de ahora— no conseguían digerir que Pippi fuera una niña libre hasta lo punk y valiente hasta lo gamberro que ni quería ser princesa ni puñetera falta que le hacía.
Pippi Långstrump nació en 1941 cuando su autora, Astrid Lindgren, entretenía con un cuento diario la larga convalecencia de su hija Karin, de siete años, aquejada de una infección pulmonar. La protagonista de aquellas historias disparatadas, tal y como explicaba después la propia Lindgren, tenía «un nombre muy loco y la historia tomó el mismo camino». En efecto, Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump, para un hablante de sueco suena a algo así como Pajaritomujervoluntaria Importanciosa Persianina Jarróndementa Hija de Efraín CalcetinesLargos (la traducción es mía, salvando como buenamente he podido la fascinante e irritante costumbre de la lengua sueca de juntar palabras). A principios de 1944, Astrid recopiló aquellas historias contadas en un manuscrito que regaló a Karin con motivo de su décimo cumpleaños y lo mandó a la editorial Bonniers (la más importante de Suecia, en aquellos años y ahora, por cierto), que lo rechazó. En septiembre de 1944 ganó el segundo premio de un concurso literario que le permitió publicar su primer libro, las Cartas de Britta Mari. Animada por el galardón (su vida no había sido precisamente fácil hasta aquel momento), revisó el manuscrito rechazado y lo presentó al año siguiente a la misma competición organizada por la entonces modesta editorial Rabén & Sjögren que, en 1945, publicó Pippi Långstrump. Por cierto, Rabén & Sjögren es hoy la principal compañía de libros infantiles en Suecia gracias, en gran medida, a la niña de las trenzas rojas.
Pippi es un personaje de éxito atronador desde el principio, a pesar de que los sectores más conservadores de la sociedad sueca —y especialmente en el ámbito educativo— se escandalizaban al pensar que semejante ácrata infantil pudiera servir de ejemplo para los niños, y, sobre todo, para las niñas. Aún así, en tres años vendrían dos aventuras más y, hasta 1971, nueve libros ilustrados que eran esperados por miles de niños suecos que, conforme crecían, transmitían la pasión por las historias de Pippi a sus hijos y, así, hasta hoy en día, cuando las reediciones de los libros de Astrid Lindgren son constantes. La autora, a pesar del ninguneo que le propinó la Academia Sueca en los premios Nobel —tal y como cuento aquí— es la escritora sueca más traducida de la historia, ya que las aventuras de su niña salvaje se leen en más de 100 idiomas.
Les contaba antes que Astrid Lindgren, hasta que le llegó el éxito con Pippi, no había tenido una vida fácil. Con 18 años era una madre soltera que tuvo que dejar a su primer hijo con una familia de acogida de Copenhague durante tres años porque no podía mantenerlo. Consiguió emplearse como secretaria hasta que se casó con el director de la empresa en la que trabajaba y que se llamaba Sture Lindgren (el apellido de soltera de Astrid era Ericsson), que dejó a su mujer para irse con ella y del que enviudaría en 1958. No obstante, a partir de la publicación, en 1941, de la primera aventura de Pippi, todo cambió. El éxito le permitió vivir de la Literatura hasta convertirse en una figura respetada y querida por toda Suecia hasta su muerte en 2002. Tanto que en los billetes de veinte coronas aparece no sólo su cara, sino también un dibujo de su criatura literaria más famosa. Lindgren sustituyó en el papel-moneda a otra gran escritora sueca de literatura infantil y juvenil, Selma Lagerlöf, autora del imprescindible El maravilloso viaje de Nils Holgersson. Al contrario de lo que ha pasado con otros autores (como Arthur Conan Doyle que llegó a odiar a su Sherlock Holmes) la relación de Lindgren con Pippi fue siempre en términos suecos, o sea, moderada, racional y adecuada o, por usar un término que resume la idiosincrasia nórdica en casi todo y de difícil traducción exacta en todos sus matices como lagom, que podríamos asumir como apropiado. Pippi trajo a Astrid Lindgren fama y fortuna pero no impidió que la autora escribiera otros 60 libros —todos infantiles y juveniles, tanto en narrativa como en poesía y canciones, salvo una biografía de sus padres— donde demostró que lo de Pippi no había sido una casualidad.
Este escribidor le tiene especial cariño a Pippi porque, junto a Astérix, fue una de mis maestras de sueco. Durante una temporada, servidor de ustedes vivió en Suecia (y aquí les doy más detalles, por si tienen interés) y los libros de Pippi y las aventuras de Astérix fueron mis primeras lecturas. Sin embargo, hasta hace dos años, para poder leer las tres primeras historias había que buscar en librerías de viejo o en el todopoderoso Google por versiones en pdf de los libros de la Editorial Juventud. En 2016, la editorial barcelonesa Blackie Books editó las tres historias en un solo volumen que es una auténtica delicia.
Pero lo mejor de Pippi es que es, en mi humilde y masculina opinión, el personaje feminista por excelencia concebido, además, cuando ser feminista no era fácil o, al menos, menos fácil que ahora. Dice Elvira Lindo (en este artículo) que Pippi «es leal, gamberra, ácrata, mundana, amigable, emprendedora de aventuras absurdas, sabia en el arte de la diversión e incapaz de someterse a un aprendizaje formal» y podría añadirse que mientras en otros cuentos infantiles los personajes femeninos necesitan ser salvadas en su condición de bellas princesas, bien siendo besadas por desconocidos mientras estaban dormidas (e indefensas) o son redimidas (también por un machito principesco) de su condición de fregonas si son capaces de meter el pie en un zapato de cristal, Pippi, gracias a su fuerza sobrehumana y su carácter libre, sabe «cuidarse solita».
Astrid Lindgren se caracterizó, en las últimas décadas de su vida, por su feminismo militante y valiente y su compromiso con el medio ambiente. Por eso las aventuras de Pippi tienen mucho más mérito, porque se adelantaron a su tiempo y lo siguen haciendo. A pesar de ser ya septuagenaria, Pippi sigue siendo el personaje más irreverente y libre de la historia de la Literatura infantil, que rompe con todos los estereotipos de la ficción en cuento a feminidad se refiere. Pippi jamás renunciaría a su identidad por un hombre (como hace Ariel en La sirenita) ni se perdería en el bosque para ser rescatada por siete enanitos (como Blancanieves) ni se volvería loca por no saber controlar sus poderes extraordinarios —su fuerza sobrehumana— como la reina Elsa de Frozen. Pippi no es de las que pide perdón; ni tampoco permiso.
A pesar de que ha llegado a todo el mundo e influido en varias generaciones Pippi siempre tuvo problemas con la censura, tanto en sus primeros años de vida como ahora que ha superado la venerable edad de 70 años. En el siglo XXI, quién lo iba a decir, sus problemas vienen a causa de la dictadura de lo políticamente correcto. La televisión pública sueca (SVT), en las navidades de 2014, eliminó algunos fragmentos de la serie por considerarlos racistas. Así, Pippi ya no jugaba con Tommy y Annika a “hacer el chino” estirando la piel alrededor de sus ojos. La decisión de la SVT tenía precedentes en la propia editorial sueca que edita los libros de Lindgren que decidió cambiar la condición del padre de Pippi de “rey de los negros” (literalmente, negerkung en sueco) por härskare av kurrekurredutterna, que podría traducirse por “gobernante de los habitantes de la isla de Kurrekurre”. Todo ello, por cierto, se hizo con la bendición de la empresa de sus herederos que gestiona el legado de la autora. Como es de suponer, las redes sociales hirvieron tras la decisión con todo tipo de opiniones a favor y en contra. Tanta fue la polémica que el diario Aftonbladet encargó un sondeo sobre el asunto y, en él, el 81% de los encuestados se oponía a los cambios. Pippi había vuelto a ganar.
Y es que hace ya setenta años que Astrid Lindgren hizo añicos la máxima que establece que la literatura infantil y juvenil debe ser siempre aleccionadora, edificante e instructiva. De ser así, Pippi Långstrump estaría aún más prohibida porque, a fin de cuentas, son niños los que, en teoría, van leer historias protagonizadas por una niña de nueve años con la fuerza de Hércules, huérfana de madre, con un padre pirata —o sea, un delincuente—, que no va a la escuela para quedarse en casa con un mono y un caballo, que se queda en la cama hasta la hora que le da la gana y reta constantemente a la autoridad representada por unos policías estúpidos o una profesora estirada y temerosa que quiere meterla en un “hogar infantil” para cuidarla, a lo que Pippi responde que “sabe cuidarse solita”. Si la literatura adulta no tiene la obligación de ser edificante (de hecho, no tiene la obligación de ser nada, si me permiten la osadía) no veo el porqué ha de serlo la literatura infantil y juvenil. Y el éxito de Pippi durante siete décadas sobre varias generaciones de niños de todo el mundo es buena prueba de ello.
Por último, si Pippi Långstrump es ya un arquetipo más que un personaje se debe, en gran medida, a la serie de televisión que le dio fama planetaria. En España se estrenó en 1974 y fue repuesta en varias ocasiones en los ochenta e incluso en los noventa, con lo que fue vista por varias generaciones. La actriz que dio vida a Pippi se llama Inger Nilsson, y en el momento de grabar la serie tenía once años. Tras convertirse en una estrella global, Inger Nilsson no consiguió tener una carrera en el mundo de la interpretación. Durante buena parte de su vida adulta trabajó como secretaria de un médico de Estocolmo, aunque siguió actuando en grupos de teatro amateur. Con 41 años volvió a hacer una película (la suiza Gripsholm) y en 2007 hizo de inspectora de policía en una serie sueco-alemana (Der Kommisar und das Meer, El comisario y el mar). Esta última aparición le dio un repunte a su popularidad que intentó hacer aún mayor (y fracasando en el empeño) participando en Kändisdjungeln, un programa de una televisión sueca privada que es algo así como La isla de los famosos en versión nórdica y con la jungla malaya como escenario donde hacerles las de Caín a unos cuantos famosetes de tres al cuarto. Hoy en día, a sus 59 años, Inger Nilsson vive en Málaga. Sus dos compañeros de reparto tampoco siguieron con sus carreras artísticas. Maria Ann-Christin Persson (Annika) se hizo enfermera, se casó con un español y vive en Mallorca, donde trabaja en una residencia de ancianos. Por su parte, Pär Tomas Carl Sundberg (Tommy), a sus sesenta años, es el propietario de una agencia de comunicación y relaciones públicas en Malmö, al sur de Suecia.
La influencia de Pippi en Suecia es, sencillamente, abrumadora. Todo el mundo (salvo Inger Nilsson, según presumía ella misma) ha leído sus libros, y el parque temático Astrid Lindgren’s World, situado en la localidad natal de la escritora, Vimmerby, al sur, es uno de los más rentables de Europa. El embrujo de Pippi es tal que incluso Stieg Larsson, el autor de la trilogía Millennium, reveló en la única entrevista que concedió antes de morir que concibió a su heroína Lisbeth Salander imaginando a Pippi adulta. En la revista Rolling Stone se preguntaba: «[Pippi Långstrump] ¿sería hoy imperativa? No. Simplemente vería la sociedad con una luz diferente. No tiene amigos y es deficiente en habilidades sociales». La deuda de Larsson con Astrid Lindgren no acabó ahí, puesto que el otro protagonista de su celebérrima trilogía, el periodista Mikael Kalle Blomkvist, también tiene el nombre de otro personaje de Lindgren: un niño detective al que Larsson hizo crecer hasta los 45 años.
Con todo, Pippi es importante porque en ella reside la verdadera igualdad entre hombres y mujeres defendida desde la más absoluta alegría, a pesar de que el origen de su singularidad es la tragedia de no tener madre. Además —y esto es una de las cosas que más me gusta—, con Pippi disfrutan los niños y las niñas sin que tenga la más mínima importancia si se es niño o niña. Y eso, a fin de cuentas, es la auténtica igualdad.
Mi sobrina Elena es una encantadora criatura de siete años que es capaz de pararme el corazón con una de sus sonrisas. Más de una vez me ha dicho que ella «no es de princesas, ¿sabes?». Y, aunque le encanta embadurnarlo todo de purpurina dorada, a la hora de elegir su último disfraz para una fiesta de cumpleaños, descartó por completo las opciones principescas de vestidos de color rosa cuajado de tules, cintas y pompones. Tuvo claro desde el principio que quería disfrazarse de Rey, la heroína de la nueva trilogía de Star Wars que sabe pilotar naves espaciales, maneja la lanza con maestría y derrota con un sable láser al malvado Kylo Ren. Cuando la vi vestida de pequeña guerrera jedi, le hablé por primera vez de otra luchadora como ella y de miles como ella que, a pesar de sus setenta años, sigue midiendo metro y medio de altura y se peina con las trenzas hacia arriba. Y se interesó por ella, claro.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: