¿Libros de piratas del siglo XXI? Por supuesto. Hoy hablar de «piratería» resulta algo tan prosaico como la delincuencia informática, o compartir ilegalmente archivos de discos o libros. Pero cuando un lector avezado piensa en libros de piratas, su mente sobrevuela por siglos y océanos para llevarle a novelas de Byron, Kingsley, Stevenson, Salgari, O’Brian… y hacia personajes como Drake, Barbanegra o aquellos piratas del Caribe que el imaginario negrolegendario magnifica asaltando nuestros galeones. Un subgénero de la novela de aventuras que parecía no poder actualizarse en el tiempo.
El contexto sociohistórico: la piratería en Somalia
Aunque el origen de la piratería se pierde en la noche de los tiempos, durante la segunda mitad del siglo XX reinaba de forma latente en el sudeste asiático. A los gobiernos a los que más afectaba no les tembló el pulso para combatirla con firmeza, algo que facilitaría sin duda su condición no democrática.
Pero en la última década del siglo, al amparo de la anarquía imperante, la piratería emergía con fuerza en Somalia. Los llamados “señores de la guerra” habían derrocado al dictador Siad Barre, y el vacío de poder y la falta de control en el mar otorgarían una coyuntura ideal. La gran facilidad para capturar barcos extranjeros y la celeridad para cobrar rescates harían crecer la actividad pirática de forma exponencial. La proliferación de clanes iba articulando una peligrosa red que extendía sus tentáculos a ámbitos políticos, económicos e incluso religiosos. Los grupos de piratas, perfectamente organizados y estructurados, iban mejorando su armamento y equipos para acciones delictivas, caracterizadas por una crueldad extrema. Las tripulaciones tomadas como rehenes a menudo se enfrentaban a períodos de largo cautiverio. Y los piratas llegaban a involucrar a menores, crimen de lesa humanidad.
En el pago “humanitario” de los rescates subyacía una más que dudosa moralidad. Se tenía que liberar a los rehenes y había que recuperar las embarcaciones, pero la doble moral era que cediendo al chantaje se sabía que se contribuía de forma fehaciente a intensificar la actividad pirática. Las cantidades obtenidas se iban repartiendo entre distintos segmentos perfectamente complementarios. Oscuros magnates actuaban en la sombra e invertían el dinero en la logística necesaria y la adquisición de equipos, transferían pagos a los propios piratas y a los encargados de vigilar los barcos secuestrados y repartían las “mordidas” para lograr la aquiescencia de políticos y autoridades locales en “mirar hacia otro lado”. Tampoco en este entramado debe desdeñarse el suculento porcentaje que obtenían durante los secuestros las compañías de intermediación o los bufetes de abogados anglosajones que coordinaban negociaciones entre piratas, compañías y estados.
Operación Atalanta
La piratería in crescendo iba repercutiendo en el comercio internacional y vulnerando la seguridad marítima. El problema se hizo tan acuciante que la Unión Europea, con el aval de Naciones Unidas, decidiría enviar una fuerza naval. Sería la primera operación militar bajo bandera comunitaria frente al Cuerno de África y en el Índico occidental: la operación Atalanta. Desde su creación participaron barcos y aviones españoles en la lucha contra la piratería somalí.
Las funciones de Atalanta, la operación militar de patrullaje, se centraban en proteger la ruta comercial, luchar contra los asaltos y capturar piratas. Sin embargo, el “buenismo” imperante en Europa maniataba —y sigue maniatando— sus acciones, y la legalidad internacional les impide penetrar con libertad en las aguas territoriales somalíes, lo que implica que las operaciones deben ser rápidas y solo en aguas internacionales, una protección que facilita que decenas de naves piráticas puedan salir impunes de cruentas acciones.
El vicealmirante vigués Eugenio Díaz del Río está al mando de la operación Atalanta. España, actualmente, contribuye con unos 350 militares y los siguientes medios: fragata (F85) Navarra con 226 tripulantes y el Destacamento Orión en Yibuti, que cuenta con un avión P-3 Orión y unos 60 militares del Ejército del Aire. Asimismo, la Base Naval de Rota, en Cádiz, es la sede del Cuartel General Operacional.
Un marino de guerra que nunca pensó en ser escritor
El marino de la Armada Española Federico Supervielle había navegado en aquellas aguas y era experto en procedimientos contrapiratería. Conocía capítulos “reales” propios de películas de acción: la angustiosa liberación de una ciudadana francesa por equipos de operaciones especiales de la Armada, el intento de secuestro en el Índico del buque español Patiño, la ayuda de la fragata Navarra a un barco yemení retenido, o la captura del atunero vasco Alakrana que costó a los contribuyentes cuatro millones de euros. El gran público conocía además el cinematográfico secuestro del Maersk Alabama del Capitán Philips, basado por cierto en hechos reales.
Había sido un lector voraz desde niño, pero nunca escribió nada más que algún cuento escolar… Pero, ¿por qué no escribir una novela y ambientarla en ese escenario? Estaba seguro de que era un tema que podía funcionar, porque presentaba un conjunto de factores que lo hacían especialmente atractivo. Buenos y malos, acción, suspense, botín, peligro, oscuros entramados, bufetes de hombres con trajes a la medida frente a desharrapados enfundados en armas de última generación, víctimas inocentes y héroes —caballeros españoles—, y como telón de fondo, un mar siempre imprevisible. Las aguas somalíes, una de las rutas marítimas más peligrosas del mundo, se convertían en el escenario ideal en el que Federico Supervielle iniciaba su periplo literario, recreando en ellas el género de aventuras en su versión más clásica, aderezándolo con toques de thriller: la tetralogía de El Albatros.
“Los agresivos piratas conformaban el antagonista perfecto. El trasfondo marítimo daba el toque aventurero, y el empleo de modernas unidades militares aportaría una pizca de “iniciación” a un mundo normalmente inmerso en cierto secretismo”, reflexionaba Supervielle sobre la génesis de su creación.
El gran inconveniente para que el tema resultara “redondo” eran las cortapisas impuestas a las fuerzas de los países: reglas de enfrentamiento, presiones políticas y sobre todo el “buenismo europeo”. Mal margen para una novela trepidante. La solución vino en forma de una eficaz licencia literaria: pondría en manos de una empresa privada el Albatros, uno de los mejores barcos del mundo para este tipo de misiones. Como si de un corsario del siglo XXI se tratase, el Albatros se enfrentaría a los piratas para defender los intereses de sus patrones. El no ser “estatal” le daría cierta carta blanca y un margen de maniobra que otras naves jamás soñarían.
Federico Supervielle
La formación y experiencia del escritor es crucial. Sería muy difícil, por no decir imposible, que un autor fuera de circuito pudiera manejar un contexto tan específico. La infancia y juventud de Federico Supervielle Bergés, de familia militar, fue una vorágine de estancias en puertos españoles y europeos. Hoy es oficial de la Armada Española, estuvo destinado a bordo de las fragatas Victoria y Canarias y del patrullero Tornado. Ha participado en dos ocasiones en la misión antipiratería de la Unión Europea en el Índico y en un despliegue de seguridad cooperativa en el golfo de Guinea. Tras terminar su formación en la Escuela Naval Militar, estudió un Máster en Seguridad, Paz y Conflictos Internacionales. Ha publicado artículos en la Revista General de Marina, el Instituto Español de Estudios Estratégicos y la revista Ejércitos. Junto a ello, posee una capacidad especial para trasladar situaciones, emociones y vivencias, que confiere a sus obras un aura de sinceridad y verosimilitud que funciona muy bien como recurso narrativo, incluso en las subtramas más imaginativas. En relación a los personajes, las referencias a ciudades como Ferrol, Cartagena, Rota o Cádiz ubican al lector en una inmediatez geográfica y cercanía poco habitual en las novelas de aventuras, y más en las que el relato nos lleva a mares lejanos. Consigue con ello que vaya viviendo en los distintos escenarios de sus libros desde una perspectiva empática, como si fuera uno más de la tripulación.
El Albatros y los piratas de Galguduud
Sin ayudas, subvenciones, ni siquiera una modesta editorial tras sus publicaciones, se lanzaba a la aventura: contrataba una portada atractiva, la maquetación y una económica edición de su libro a una empresa de internet. “No sabía si el libro sólo lo íbamos a comprar mi madre y yo”, bromea el escritor. La realidad superaría cualquier expectativa. Supervielle iniciaba una exitosa tetralogía con El Albatros y los piratas de Galguduud.
El primer relato comienza de una forma sugestiva que despierta la curiosidad del lector, las ganas de seguir leyendo y de sumergirse en un contexto muy poco conocido: Pablo Marzán, un capitán de la marina mercante sin trabajo, recibe una extraña oferta. En pleno siglo XXI, con la piratería amenazando las aguas de medio mundo, se le ofrece el mando de un barco de guerra privado. Con las armadas maniatadas por condicionantes políticos, solo un buque privado podría hacer frente a los piratas: el Albatros se convierte en la solución ideal.
Los primeros capítulos de El Albatros y los piratas de Galguduud describen la génesis del proyecto, y el autor se sirve de ello para explicar premisas básicas: características del barco, tripulación, zona de operaciones, medidas de protección contra la piratería, y el desarrollo de una acción contrapiratería. En el relato, la llegada a aguas somalíes da pie a que el lector se sumerja en el funcionamiento interno del barco mientras va conociendo a los personajes de la dotación. A pesar de tratarse de un barco privado, supone una ventana a la tipología de un buque de guerra que muy raramente puede encontrarse en otra obra contemporánea.
El Albatros se ve inmerso en distintas aventuras, que parecen no tener relación, pero que terminan por engarzarse en una trama mucho más compleja. Fantasmas del pasado “nieblan” a sus protagonistas y dejan vislumbrar una inconsciente carga autobiográfica. Si se hila fino, como obra novel, puede considerarse que el autor cae en cierta ingenuidad en las historias personales y que la profusión de vocablos específicos se hace un poco ardua para el lector neófito. Pero son pequeños defectos ampliamente compensados por un relato con un gran pulso secuencial, ajustada y directa narración, acción trepidante y una definición emocional de los personajes que hacen compartir al lector, como hemos comentado, la propia travesía con sus protagonistas.
El corsario del oro negro
Tras las buenas críticas de su primer libro, Federico Supervielle se animó a narrar otra aventura del Albatros. Cambia de escenario y nos traslada al golfo de Guinea, en las proximidades de Nigeria. Con un modus operandi distinto, los nigerianos se muestran más violentos que sus congéneres somalíes y su logística es aún más desarrollada.
La novela presenta un nuevo ingrediente: el peligro adicional de un poderoso grupo yihadista. Boko Haram busca relevancia internacional e imponer por la fuerza sus criterios religiosos y sociales, mientras que los piratas se concentran en el beneficio económico. Sin embargo, la unión de los dos grupos podría generar una simbiosis fatal: la crudeza terrorista con el poder económico pirata.
El corsario del oro negro tiende a un estilo aún más dinámico, más absorbente. Las escenas de acción se suceden sin descanso. Los asaltos, tiroteos o los vuelos del helicóptero, narrados en primera persona, nos acercan más a la acción y permiten ver a través de los ojos de los protagonistas, a modo de una vertiginosa película de acción o un videojuego.
El libro vuelve a ser una ventana al funcionamiento interno de un moderno barco de guerra: helicóptero, equipo de operaciones especiales y toda su dotación. Además, en esta entrega aparece un nuevo tipo de antagonista, que comparte muchas más páginas con los principales personajes, y cuyo destino provocará al lector sentimientos encontrados.
El Galeón de Sint Maarten
Su tercera novela es la más larga de la serie, y deja de lado a los piratas para enfrentarse a fuerzas del gobierno local, cazatesoros, incluso ultranacionalistas. Parte del hallazgo del tesoro sumergido más valioso de la historia: un galeón español que aparece en las costas de la caribeña isla de San Martín, una isla que Supervielle convierte en un recién creado, orgulloso —y casi belicista— estado.
La aparición del tesoro provoca un efecto llamada y el Albatros es el barco designado para evitar que nadie, incluyendo al gobierno local, se haga con el tesoro hasta que se decida su propiedad, pero son muchos los que reclaman sus derechos. Si bien un peligroso grupo ultranacionalista parece ser el principal enemigo, la aparición de un cazatesoros y un barco de la marina local pondrán en ciernes la supervivencia del Albatros.
Podríamos decir que Supervielle en esta obra alcanza la madurez como escritor, entrelaza varias tramas y mantiene la incertidumbre hasta el final. Consigue, además, un nivel de tensión que supera las dos primeras entregas.
El submarino del narco
Por último, en fechas recientes, las aventuras del Albatros se han visto ampliadas con una cuarta entrega. El autor se va haciendo “lobo de mar” y la veteranía asoma en un relato pulcro y cuidado. Manteniendo el estilo de novela de acción y suspense, el único barco de guerra privado del mundo se tiene que enfrentar a un narco que empieza a usar sus submarinos para transportar droga. Por muy descabellado que pueda sonar, el propio autor explica en su atractiva página web que estos narcosubmarinos existen y que tienen capacidades difícilmente imaginables.
Pero el Albatros no es un barco preparado para buscar y combatir submarinos. El comandante y su dotación serán llevados al límite para hacer frente a un enemigo invisible que puede partir un barco en dos sin que se detecte su presencia.
La cuarta entrega de la serie es también la más sentimental, con un epílogo especialmente brillante, broche de oro perfecto para la tetralogía.
Clasicismo y modernidad
Las cuatro novelas de Federico Supervielle, con sus distintas tramas, confirman su solvencia como escritor. Ha roto moldes porque suponen una aportación tan imaginativa como original. Una valiente incursión en el género de aventuras que a la vez que exhibe los valores literarios más clásicos, aparece envuelta en la rabiosa modernidad de un thriller militar. Oscuros entramados, situaciones límite, intriga y violencia que conviven con sentimientos de camaradería y lealtad, y emociones encontradas a bordo de una nave única, auténtica protagonista de los relatos. Su lectura atraerá a los aficionados a las novelas de aventuras navales, pero por su actualidad y su estilo directo y eficaz, también a los amantes del género de acción y de la geopolítica novelada.
Narcos, cazatesoros, crueles piratas, nacionalistas, buceadores, yihadistas y marinos españoles habitan esta fascinante tetralogía cuya narración, tan certera como adictiva, deja al lector con ganas de más, de nada más que continuar navegando en el Albatros en una larga, muy larga, travesía literaria.
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