Nela y sus abuelos son los únicos humanos del pequeño planeta Lasvi. El único amigo de protagonista de esta novela juvenil es LITO/52, un robot construido con chatarra. Pero toda esta soledad terminará cuando los últimos descendientes de los terrícolas lleguen en una nave y relaten la historia de la destrucción de la Tierra. Un relato con mensaje ecologista y, también, entretenimiento asegurado.
En Zenda reproducimos el arranque de Planeta Lasvi, de Ana Merino (Siruela).
*******
1
El Lago de Sed
Sus abuelos Jero y Lola le contaron que cuando ella nació cayó un meteorito de hielo sobre el desierto de Sed. Por eso, ahora, allí había un lago gigantesco rodeado de musgo denso y verdoso donde convivían animales e insectos.
Nela escuchaba atentamente a su abuelo, y contemplaba aquel lago con mucha curiosidad. Su verdor fluorescente contrastaba con la silueta en movimiento de cientos de pájaros que lo sobrevolaban durante todo el día, emitiendo ruidosos graznidos. En el centro del lago sobresalía una parte del meteorito. Se había convertido en una especie de islote donde se posaban algunas naves de vapor energético a repostar agua.
A Nela no la dejaban aproximarse al lago.
—Ese musgo es peligroso, en él viven bichos venenosos y no debes acercarte —le decía su abuela Lola.
Nela soñaba con poder explorar aquel lugar algún día. Todavía era demasiado pequeña, y sus impulsos aventureros tenían que conformarse con viajes imaginarios. Inventar situaciones trepidantes y contemplarlo desde la distancia de su ventana. Se entretenía mirando a los pájaros volar en picado y lanzarse contra el suelo para luego remontar hacia arriba dando varias piruetas. Observaba las naves ovaladas bajar desde el cielo zigzagueando, posarse en la superficie del islote, y sacar tubos inmensos como trompas de elefantes. Aquellos tubos aspiraban el agua lentamente y emitían un sonido intermitente y agudo. Nela sentía algo de decepción porque ninguna de esas naves paraba en los hangares de carga de las llanuras. Simplemente estaban de paso rellenando sus depósitos de agua sobre el lago.
—Es agua energética —solía decir su abuelo Jero.
El hielo del meteorito había sido parte de una pequeña estrella fugaz de intensidad máxima, que no pudo soportar la energía de su interior y explotó en mil pedazos. Tal vez existían muchos lagos energéticos como este en otros planetas, pero Nela nunca los había visto. En su planeta tenían el lago energético de Sed, que antes había sido un desierto de arena suave y brillante. El mundo de Nela era la casa de sus abuelos sobre la colina y, a lo lejos, ese valle que fue un desierto y ahora era un lago rodeado de musgo. Kilómetros de musgo verdoso brillante y muchos pájaros que lo sobrevolaban evitando la zona con agua del lago, porque desprendía un pegajoso vapor amarillento que a veces olía fatal.
—Esa agua tiene demasiada energía, desprende mucho calor y el vapor apestoso molesta a las aves. Por eso tratan de rodearlo —le contaba su abuela—. Nada vive en el agua; con los insectos del musgo, los pájaros tienen más que suficiente.
—¿Allí no hay peces? —preguntaba Nela.
—Ni peces ni algas. La radiación que todavía queda del meteorito hace que el agua sea inhabitable y siempre esté demasiado caliente, a punto de ebullición —respondía su abuela Lola.
—El musgo también es muy raro y brilla mucho, pero nunca huele mal —añadía Nela.
—Tu abuelo dice que las semillas de este tipo de planta estaban dentro del hielo, y que al derretirse en la arena del desierto germinaron aquí.
—Los bichos que viven en el musgo ¿de dónde vinieron? —preguntaba Nela.
—Esos bichos estaban adormilados debajo de la tierra. Con el impacto del meteorito y el hielo denso muchas cosas cambiaron. Esa energía hizo grandes transformaciones en poquísimo tiempo. Fue cuestión de meses —decía su abuela Lola.
—Un espectáculo increíble, algo sorprendente. Tú eras casi una recién nacida, y tus padres todavía vivían con nosotros —le gustaba repetir al abuelo Jero con una sonrisa nostálgica.
Entonces Nela suspiraba melancólica, y contemplaba desde la ventana de su cuarto aquel verdor fluorescente rodeado de una nube de pájaros. La vida de Nela giraba en torno a las historias del musgo brillante y el lago maloliente con el meteorito cerca de su casa. Le gustaba repetir las mismas preguntas, y ver como, con los años, los abuelos añadían datos o incluso le daban más misterio a lo que sucedió cuando ella era muy pequeña.
—Todo se transforma, el tiempo todo lo cambia —repetía su abuelo siempre que tenía ocasión y hablaba del musgo, del lago vaporoso, y de muchas cosas que habían sucedido en aquel planeta. Nela solía asentir silenciosa con la cabeza, hasta que un día ella también confirmó en voz alta las aseveraciones de su abuelo:
—Claro, abuelo, la culpa de todos los cambios la tiene el meteorito.
—Sí, Nela, el meteorito ha tenido parte de responsabilidad. Pero, en realidad, el tiempo es el gran culpable que desgasta las cosas. No hace falta que caiga un meteorito de forma azarosa para que todo se modifique. La vida por sí sola es una continua transformación. Mírate en el espejo, Nela; tú misma, en unos pocos años, has crecido y has cambiado muchísimo.
—Bueno, abuelo, pero eso es lo normal, crecer, ¿no?
—Efectivamente, nadie ha logrado parar el tiempo. Nadie puede parar estas transformaciones. Tus padres lo intentaron, y ahora están extraviados en algún rincón del universo. Ese desventurado viaje les hará perderse tu infancia con todos tus cambios.
Los padres de Nela eran exploradores científicos. Se les había perdido la pista siete años atrás, en una expedición que trataba de descifrar el sentido del tiempo y frenar el envejecimiento. El abuelo Jero solía lamentar aquella empresa que había costado la desaparición de la nave con todo el equipo, los padres de Nela incluidos:
—¿Dónde se habrán metido? ¿Qué estarán haciendo? ¿Por qué no han logrado comunicarse con nosotros?
Como no se den prisa en volver, ni tu abuela ni yo estaremos para recibirlos.
Nela tenía la firme confianza de que sus padres, pese a los años de total incomunicación, sabrían encontrar el camino de regreso. Pronto volverían para descubrir todas las transformaciones que habían sucedido en el pequeño planeta. La casa de los abuelos era ahora una granja solitaria, en medio de un paisaje de granjas abandonadas. Hubo un tiempo, cuando ella todavía no sabía ni hablar, en que el pequeño planeta producía grandes cantidades de verduras azules y tubérculos picudos. Había entonces unas veinte familias que se repartían todas las fincas de las llanuras, porque ese tipo de plantaciones requería una atención meticulosa. La tecnología agrícola que se desarrolló en otros lugares, como el satélite Z, desplazó la producción del pequeño planeta; y eso que la tierra del planeta de Nela era perfecta para ese tipo de cultivos. Las familias granjeras ya no pudieron competir con las plantaciones robotizadas y de tierra sintética que lograban los mismos productos, aunque fuesen de muy inferior calidad. El abuelo no se cansaba de repetirlo:
—Se van a intoxicar. Ya veréis cómo muy pronto vuelven a comprarnos a nosotros. Nadie en su sano juicio comería verduras plasticosas y llenas de productos químicos, cuando sabe que puede comer algo mucho mejor y muy sano. Nuestras verduras azules son las mejores del universo.
———————————
Autora: Ana Merino. Título: Planeta Lasvi. Editorial: Siruela. Venta: Todostuslibros.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: