El 11 de febrero de 1963 la escritora Sylvia Plath puso fin a su vida en una casa de Londres donde vivió W. B.Yeats. Tenía 30 años y dos niños, su marido, el poeta Ted Hughes, acababa de abandonarla, carecía de medios de subsistencia y la alterada química de su cerebro la precipitó al abismo. Gracias a la potencia y personalidad de su obra su nombre no se incluyó en oscuras estadísticas, sino en la galería de suicidas ilustres, como Virginia Woolf, Alfonsina Storni o Safo. Plath es hoy un icono del feminismo y de la cultura pop, un recurrente en las redes sociales y las editoriales se pelean por publicar sus libros y los que se escriben sobre ella. ¿Existe el peligro de que ese ruido mediático y su celebridad post mortem empañen el auténtico espíritu de su obra?
Sesenta y ocho años más tarde, tras haber girado varias veces en torno al astro fulgurante de su obra, el Planeta Plath regresó a Valencia, al centro cultural La Nau de la Universitat el pasado 8 de febrero para ser objeto de una charla/debate organizada por un par de sellos independientes valencianos —Bamba Editorial y Barlin Libros— que han editado recientemente sendas biografías sobre ella: Cometa rojo: Arte incandescente y vida fugaz de Sylvia Plath (2023), de Heather Clark, y Magia cruda, de Paul Alexander, editado en 2017 y actualizado el pasado año. Dos versiones distintas y en cierta manera complementarias que comparten un objetivo común: despojar al personaje del aura de malditismo, de su representación como víctima atormentada y subrayar sus valores positivos como persona creativa. Que la atmósfera luminosa del Mediterráneo disipe la deprimente niebla londinense.
En el encuentro Sylvia Plath: Todas las vidas de la poeta participaron Raquel Bada, directora de Bamba Editorial; Gudrun Palomino, doctoranda en Sylvia Plath; Alberto Haller, director de Barlin Libros; y Lucía Navarro responsable de la actualización de Magia cruda. En la charla de La Nau se abordaron las dos versiones contrapuestas de Plath y se cuestionaron las vidas que se imaginan los lectores que vivió bajo la sombra del mito de mujer mártir.
Antes de proseguir, volvamos al abarrotado autobús sin aire acondicionado, donde se va a producir un encuentro singular. La pareja de escritores entabla conversación en francés con una mujer que les ofrece alojamiento a buen precio. Era Enriqueta de la Hoz, viuda de Eduardo Mangada, un prestigioso médico alicantino de izquierdas. En su libro La caja de los deseos (Nórdica) Plath la describe en estos términos: «Era una mujer pequeña, oscura, de mediana edad, vestida con elegancia. (…) Llevaba el pelo negro como el carbón en múltiples ondas y rizos, con enormes ojos negros subrayados de sombra azul y dos sorprendentes cejas inclinadas desde el puente de la nariz a las sienes».
Doña Enriqueta era todo un personaje. Tras la muerte de su hermana se desposó con su viudo, práctica habitual en la época, y cuidó a sus hijos, que no la recordaban con mucho cariño, pues según sus testimonios era una persona obsesiva y dominante. Contaban que su madrastra les peinaba los rizos con tenacillas y vestidos de punta en blanco los mandaba a la playa con la condición de que no regresaran sucios. Debido a su ideología izquierdista, tras la Guerra Civil la familia Mangada sufrió los rigores del exilio y el chalé fue incautado y recibió diversos usos, hasta que regresó a sus legítimos propietarios. Cuando Plath y Hughes se instalaron en él, no contaba precisamente con todas las comodidades y ellos mismos tenían que fregar los platos que usaban. Posiblemente, vivieron allí los días más felices de su vida matrimonial, que se desarrolló en una tormentosa espiral en torno a una lucha de egos literarios e infidelidades del poeta.
En un giro más del Planeta Plath regresamos al presente para aterrizar sobre el claustro de La Nau en la Universitat de Valencia, donde Raquel Bada, directora de Bamba Editorial, se refirió a la biografía finalista del Pulitzer, Cometa rojo, publicada en castellano el pasado año. «En su obra Heather Clark libera a Plath del bagaje cultural de los últimos cincuenta años para posicionarla como una de las escritoras estadounidenses más importantes del siglo XX», dice Bada. «Esta biografía se esfuerza por ver a Plath con claridad, por rescatarla de los tópicos reductores y las lecturas distorsionadas de su obra debidos en gran parte a su trágico final».
Como comentó en una conferencia la poeta Emily Roberts, Bada cree que «Sylvia Plath no escribía debido a sus trastornos mentales, sino a pesar de las depresiones que sufrió en vida». Desde los ocho años ya tenía muy claro que sólo existía un único camino para ella: la escritura. «A esa edad publicó su primer poema, que envió al Boston Herald. Era una escritora incansable, constante, segura de su talento pero con la voluntad, inculcada por su entorno familiar, de trabajar diariamente para lograr vivir de lo que mejor se le daba, algo muy complejo para una mujer en la América puritana de los años cincuenta».
Lucía Navarro, responsable de la actualización de Magia cruda para su segunda edición del pasado año, es admiradora incondicional de la autora de La campana de cristal. «Su decisión y perseverancia a la hora de convertirse en escritora es admirable. Leía, escribía, estudiaba desde muy niña para conseguir ese objetivo. Además, demostraba una inteligencia igualmente excepcional. Su poesía es una búsqueda, la de su propia voz. Ella buscaba en la literatura algo que para mí es fundamental: transformar a través de las palabras. Usar el lenguaje para contar una verdad».
Para Navarro los motivos por los que su figura se proyecta con fuerza hasta hoy es la fascinación que genera su obra. «Era una mujer de un magnetismo arrollador, una persona que brillaba, y ese ángel ha perdurado a través de su obra. Hay una especie de rebelión en su deseo de ser escritora, en su valentía de sobreponerse, en su sana ambición de querer crear algo nuevo en la poesía. Esta pasión, además de la contemporaneidad y universalidad de sus temas, es lo que creo que la ha hecho trascender a todos los niveles».
Es un hecho indiscutible que las editoriales no dejan de reeditar su obra, de presentar traducciones distintas de sus poemas, de sacar a la venta ediciones ilustradas de sus escritos. «No se puede negar el interés por Plath, aunque no sé si es algo verdaderamente positivo», reflexiona Gudrun Palomino. «La figura de Sylvia Plath ya forma parte de la cultura pop, me refiero a la figura, no a la escritora. En redes sociales, por ejemplo, se ve una publicación constante de fragmentos de sus diarios, que probablemente nace de la necesidad de representación de cuestiones personales femeninas, que no dejan de ser también cuestiones políticas. ¿Se edita su obra para aprovecharse del personaje? Cometa rojo significa un punto de inflexión para distinguir a la Sylvia Plath escritora del personaje que se ha creado a partir de ella».
Plath nació excepcionalmente bien dotada. Fue siempre la primera de la clase, escribía, pintaba y tocaba el piano. La muerte de su padre, un científico (entomólogo) que se negó a tratar la diabetes que padecía, cuando ella contaba solo nueve años, fue un duro golpe del que le costó mucho sobreponerse. Pese a sus éxitos académicos, a los 23 años, nada más ingresar en la Universidad, tuvo un intento de suicidio y fue ingresada en un psiquiátrico y sometida a electroshock. Su carácter perfeccionista, su ambición literaria y la tormentosa relación con su marido, el célebre poeta Ted Hughes, muy dado a las aventuras extraconyugales, desencadenaron la crisis fatal que le hizo entrar con honores en el panteón de los genios suicidas.
La vena autodestructiva que quizá heredó de su padre y que se manifestó también en su hijo Nicholas, biólogo marino que se suicidó en Alaska en 2009, se agudizó debido a su sensibilidad extrema y a la constante pugna que mantenía entre el papel que le imponía la sociedad como esposa y madre y su vocación de profesional de la pluma. Que la publicista y traductora Assia Wevil, la amante de Hughes, se suicidara de la misma forma que Plath tres años más tarde añade más leña al fuego de esta hoguera del infortunio. Sin embargo, las palabras que escribió Sylvia Plath deben mantenerla inmune de ese fuego inmolador.
De haber nacido unos años más tarde, un adecuado tratamiento al trastorno bipolar que posiblemente padecía nos permitiría gozar hoy de una obra suya más extensa y madura. La pregunta es si su figura habría despertado tanta pasión de haber muerto de forma natural a una edad avanzada. Un tema sobre el que a ella misma le hubiera gustado reflexionar.
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Autor: Paul Alexander. Título: Magia cruda. Prólogo: Luna Miguel. Editorial: Barlin. Venta: Todostuslibros
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Autor: Heather Clark. Título: Cometa rojo. Editorial: Bamba editorial. Venta: Todostuslibros
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