Jorge Teillier nació en Lautaro, ciudad de la Araucanía chilena, en 1935, y falleció en Viña del Mar en 1996. Desde su primer libro, Para ángeles y gorriones (1956), hasta sus últimos poemas, incluidos En el mudo corazón del bosque (1997), fue dueño de un tono único y de una cosmovisión muy singular. La poética de Teillier postula un tiempo de arraigo en lo autóctono y en lo ancestral como una forma de resistencia frente a la voracidad de la metrópolis moderna. Por otra parte, como líder de la tendencia chilena llamada “poesía lárica” o de los lares, y siguiendo a Rilke, propicia la valoración de las cosas simples del hogar, ya que, según sostiene, preservan lo humano y no están contaminadas por las tecnologías.
Zenda reproduce 5 poemas de Jorge Teillier.
NIEVE NOCTURNA
¿Es que puede existir algo antes de la nieve?
Antes de esa pureza implacable,
implacable como el mensaje de un mundo que no amamos
pero al cual pertenecemos
y que se adivina en ese sonido
todavía hermano del silencio.
¿Qué dedos te dejan caer,
pulverizado esqueleto de pétalos?
Ceniza de un cielo antiguo
que hace quedar solo frente al fuego
escuchando los pasos del amigo que se va,
eco de palabras que no recordamos,
pero que nos duelen como si las fuéramos a decir de nuevo.
¿Y puede existir algo después de la nieve,
algo después de la última mirada del ciego a la palidez
del sol,
algo después que el niño enfermo olvida mirar la nueva
mañana,
o, mejor aún, después de haber dormido como un
convaleciente
con la cabeza sobre la falda
de aquella a quien alguna vez se ama?
¿Quién eres, nieve nocturna,
Poemas de la realidad secreta
fugaz, disuelta primavera que sobrevive en el cerezo?
¿O qué importa quién eres?
Para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos,
no recordar nada, no preguntar nada,
desaparecer, deslizarse como ella en el visible silencio.
SENTADOS FRENTE AL FUEGO
Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.
Esta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego,
y de nuestras sombras movidas por las llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.
Esta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.
Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
—Yo llenaba esas manos de cerezas, esas
manos llenaban mi vaso de vino—.
Ella mira el fuego que envejece.
LA ÚLTIMA ISLA
De nuevo vida y muerte se confunden
como en el patio de la casa
la entrada de las carretas
con el ruido del balde en el pozo.
De nuevo el cielo recuerda con odio
la herida del relámpago,
y los almendros no quieren pensar
en sus negras raíces.
El silencio no puede seguir siendo mi lenguaje,
pero sólo encuentro esas palabras irreales
que los muertos les dirigen a los astros y a las hormigas,
y de mi memoria desaparecen el amor y la alegría
como la luz de una jarra de agua
lanzada inútilmente contra las tinieblas.
De nuevo sólo se escucha
el crepitar inextinguible de la lluvia
que cae y cae sin saber por qué,
parecida a la anciana solitaria que sigue
tejiendo y tejiendo;
y se quiere huir hacia un pueblo
donde un trompo todavía no deja de girar
esperando que yo lo recoja,
Poemas de la realidad secreta
pero donde se ponen los pies
desaparecen los caminos,
y es mejor quedarse inmóvil en este cuarto
pues quizás ha llegado el término del mundo,
y la lluvia es el estéril eco de ese fin,
una canción que tratan de recordar
labios que se deshacen bajo tierra.
EL LENGUAJE DEL CIELO
El cielo habla un lenguaje gris,
y callan la grave voz del vino,
la leve voz del té.
Los espejos se fatigan
de repetir el nombre de las cosas.
No dicen nada. No dicen: «un visitante»,
«las moscas», «el libro sobre la mesa».
No dicen nada los espejos.
Canción cantada para que nadie la oiga
es la esperanza de que esto cambie.
Niños que se acercan al ataúd del amigo muerto,
paso de ratas frente a la estufa en silencio,
el halo de humo pobre que hace rey al tejado,
o todo lo que desaparece de pronto
como el plateado salto del salmón sobre el río.
Una ráfaga apaga los ciruelos,
dispersa las cenizas de sus follajes,
arruga la vacía faz de las glicinas.
Todo lo que está aquí
parece estar verdaderamente en otro lugar.
Los jóvenes no pueden volver a casa
porque ningún padre los espera
y el amor no tiene lecho donde yacer.
El reloj murmura que es preciso dormir,
Poemas de la realidad secreta
olvidar la luz de este día
que no era sino la noche sonámbula,
las manos de los pobres
a quienes no dimos nada.
«Hay que dormir», murmura el reloj.
Y el sueño es la paletada de tierra que lo acalla.
IMAGEN PARA UN ESTANQUE
Y así pasan las tardes:
silenciosas, como gastadas monedas
en manos de avaros.
Y yo escribo cartas que nunca envío
mientras los manzanos se extinguen
víctimas de sus propias llamas.
Hasta que de lejos
vienen las voces
de ventanas golpeadas por el viento
en las casas desiertas,
y pasan bueyes desenyugados
que van a beber al estero.
Entonces debo pedirle al tiempo
un recuerdo que no se deforme
en el turbio estanque de la memoria.
Y horas que sean
reflejos de sol
en el dedal de la hermana,
crepitar de la leña
quemándose en la chimenea
y claros guijarros
lanzados al río por un ciego.
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Autor: Jorge Teillier. Título: Poemas de la realidad secreta. Editorial: Visor de Poesía. Venta: Amazon y Fnac y Casa del Libro
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