Irracional
No hay nada.
Nada mejor.
Cuando uno está seguro,
seguro que teme el viento a favor.
Cuando uno se aproxima en sueños
a la realidad que se aleja.
Te acaricio el pelo si me dejas.
Doblamos juntos las sábanas, ¿recuerdas?
y nos dijimos todas las mentiras,
las que vendrían en el día a día,
las que iban y venían,
las que alimentaban tu ira.
Nos daba miedo, pero divertía.
Y ahora, al apretar el gatillo,
siento que de verdad me miras.
Creo que lo sabes:
no hay balas que terminen con nuestra
vida.
Si me sueltas, te suelto.
Si te suelto, yo ya estoy muerto.
Siempre hemos sido semillas sin huerto.
Desnudos sin aliento.
¿Tienen dueño tus jadeos?
No sé si es la mejor forma de decirte lo que siento.
Farsantes
¡Qué idiotas los amantes!
Los que se suicidan agarrados de la mano porque nunca volverá a ser como era antes, los que se aman intensamente pero con reservas como cantan los malos cantantes, los que siembran calabazas y recogen guisantes, los que se cuentan todo menos las cosas que son importantes, los que se regalan «tequieros» escritos en oro y diamantes, los que les gusta tocarse pero siempre que sea con guantes, los que intercambian fluidos como mercancía intercambian los vendedores ambulantes, los que ponen rumbo fijo pero se creen intrépidos navegantes, los que follan a gritos antes y después de odiarse en silencios asfixiantes, los que siempre recurren a la misma respuesta para eliminar los interrogantes, los que se sonríen en fotografías de color sepia con matices vergonzantes, esos que nunca se atreven a confundir molinos con gigantes, los que dicen vivir al límite y se limitan a vivir unos breves instantes, los que formulan en secreto formidables teorías aplastantes, los que creen estar de vuelta de todo y todo les da vueltas como a los principiantes.
¡Qué
idiotas
los
farsantes!
Duermevela
Todo empezó en un final feliz
pero no tú no estabas.
Yo apenas me reconocía.
Sí, era yo.
El que reía mientras enjugaba
el llanto.
El que lloraba a carcajadas.
El que te acunaba despierta.
Sí, era yo.
Luego todo empeoraba hasta
sentirme
cómo-do.
Como en casa.
como-dor-mido.
Como abandonado en un jardín
de infancia.
Como cuando me decías que no,
que no me amabas.
Sí, era yo.
Todo terminaba bien,
como empezaba.
Los dos mirando al techo
desnudos sobre la cama.
Sudábamos, creo.
Queriéndonos a distancia.
No podía soltarte la mano.
Ahora no recuerdo si sonreías o llorabas.
Sí, eras tú.
*** Poemas de César Pérez Gellida hasta ahora inéditos.
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