Opinan tanto Holmes como Watson que existen poderosas razones en este caso para no dar ni nombres ni fechas, ni tampoco ninguna pista que pueda conducir a averiguar la identidad del político. Lo único que podemos decir es que sucedió algo que involucró a un alto miembro del gobierno de S.M. en un asunto que rozaba la traición. El grave suceso se filtró en parte, sólo en parte, a la prensa —como casi siempre suele suceder— y los periódicos se precipitaron en dar la noticia y los supuestos hechos que la rodeaban, todo ello sin investigar escrupulosamente las pruebas. Hubo dimisiones, pero casi era peor el remedio que la enfermedad, pues quienes dimitían inmediatamente eran tachados de sospechosos, y en Inglaterra la actividad política es algo tan serio que no admite supuestos. Por lo tanto esas dimisiones no fueron aceptadas.
Debemos aclarar que el caso lo llevó Holmes, en solitario, porque Watson estaba ausente por motivos que se desconocen, pero al final acabó escribiéndolo él con las serias reservas que le impuso Holmes y siguiendo sus consejos de una redacción cautelosa. Este es el resumen:
Un político, al que llamaremos X, fue citado al gabinete del primer ministro y se le sugirió que era mejor que dimitiera alegando una severa enfermedad. El presunto sospechoso negó rotundamente estar involucrado en los hechos que se le imputaban, pero insinuó que si se cumplían ciertas condiciones estaba dispuesto a desaparecer y alejarse de la odiosa opinión pública y de la maldita prensa. Se daba la circunstancia de que no tenía familia, que era un amante de la soledad absoluta y le gustaba estudiar a los cormoranes y sobre todo a los cuervos marinos (aunque parezcan lo mismo no lo son, hay ligeros matices que los diferencian) por su poder de adaptación y su reconocida capacidad cerebral, que los convierten en aves muy fáciles de domesticar.
El primer ministro le sugirió que volviera dentro de una semana y se habría elaborado un plan que lo dejaría libre de toda sospecha, y que demostraría que su dimisión estaba plenamente justificada y razonada por motivos personales que tenían mucho que ver con una campaña difamatoria de publicidad fuera del mínimo control.
Al cabo de diez días nuestro hombre embarcó en secreto para las Islas Malvinas, donde existía un faro que reunía las mismas comodidades que un piso en Piccadilly. Se llevó con él su biblioteca, unos buenos prismáticos, dos rifles de precisión, abundantes municiones, cañas de pescar, tabaco de pipa, varias cajas de vino de Jerez, Oporto, Madeira y mucho té. Cada seis meses un barco le llevaría todas las provisiones que pidiese, los ejemplares atrasados del Times, por supuesto, y la correspondencia que mantenía con Holmes.
En aquel amplio faro se convirtió en el hombre más feliz del mundo. Leía todos los libros que tenía pendientes, tiraba al blanco, hacía gimnasia y también se dedicaba a meditar. Y sobre todo gozaba plenamente de un silencio y una paz inapreciables: solo le arrullaba el ruido del mar.
Con el tiempo observó que en el pequeño islote donde se asentaba el faro abundaban los cormoranes y una especie bastante rara de cuervos marinos, y pidió al capitán del barco que le traía los suministros que también le buscara todos los libros posibles sobre esta especie de aves. Al leerlos supo que vivían en los lagos y estuarios y anidaban en acantilados marinos, que podían estar sumergidos durante casi dos minutos y alcanzar una profundidad de doce metros bajo el agua. Pero lo que más le sorprendió es que tenían un cerebro bastante desarrollado. También supo que en ciertas localidades de China se los utilizaba para pescar y para ello se les ataba una cuerda en la base del cuello, se los arrojaba al agua y una vez engullido el pez se tiraba del cordel para recuperarlos y extraerles el pez, que no había podido pasar al estómago por la presión de la cuerda. Con el tiempo aprendió a domesticarlos de forma que se precipitaran contra posibles intrusos y hay que tener en cuenta que su peso rondaba los 3 kilogramos. Al final acabó escribiendo un documentado libro sobre esa especie en concreto y lo llenó de preciosos y coloristas dibujos de todas las especies que rodeaban el islote.
Lo verdaderamente curioso es que Holmes incluyó parte del contenido de ese libro en su Compendio del Arte de la Detección y acabó considerando a los cuervos marinos como un arma peligrosa si se la sabía manejar.
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