Don Antonio Gala entendía la poesía siempre en el contexto de su idealizada Andalucía. Nunca lo conocí, pero recuerdo una anécdota relacionada en parte con él y conmigo. Cuando estaba preparando mi primer libro sobre Federico García Lorca, me enteré de que un gran amigo iba a entrevistar al maestro Gala para uno de los periódicos más importantes de este país. Aunque el cordobés adoptivo ya estaba retirado, cansado del ruido del mundo y de las nueces del jaleo editorial, le sugerí a mi amigo: «Oye, si ves que se da la oportunidad, pregúntale qué piensa de Lorca, de Andalucía, de la poética que de allí se desprende, algo sobre esa especie de tópico horaciano que envuelve a la tierra al otro lado de Despeñaperros«. Parece ser que, en una conversación previa o posterior, surgió el tema de la tierra, de Lorca y de Gala, parloteo que este último cerró con una frase extraordinaria: «La poesía y yo sólo podemos encontrarnos en Andalucía«. Había mucho de Federico en él, sexualidades y regionalismos aparte. Como el de Fuentevaqueros, Antonio Gala era en sí mismo literatura. Todo en él era verso, tabla, aforismo o renglón. Y ambos eran, por qué no decirlo también, genios.
Ya saben los lectores que se acercan a estos párrafos cada martes que suele abrir esta sección una anécdota cultural referida al tema de actualidad tratado. No es especialmente jugosa la que abre el texto esta vez, y eso que durante sus interminables charlas con Quintero salpicaba el discurso con millones de ellas. Sin embargo, y precisamente por su condición de hombre hecho literatura, no he querido darle demasiado pábulo a toda esa ristra de episodios, polémicas, chascarrillos y demás. Siempre me preocupó que estos grandes poetas y bardos, desde Quevedo hasta Valle-Inclán, pasando por Larra o el propio Lorca, viesen sepultada su obra bajo el anecdotario fugaz. Por eso prefiero ese Gala asociado al aroma, al tacto de una tierra que lo vio vivir, y que ahora lo ve morir rodeado, supongo, de los sentidos que tanto estimuló La Baltasara.
Ha muerto don Antonio Gala, un humanista de los de antes, seco de carnes y enjuto de rostro, que cargaba sus pasos y su prosa de erotismo y elegancia, a veces también de cultismos a medio camino entre la pedantería y el gongorismo. En cualquier caso, un todoterreno cultural, tanto da si poética o narrativa, si periodismo o cine. Gala creaba, porque para eso han nacido los creadores. De hecho, una de sus últimas creaciones, la Fundación homónima que se dedica a formar artistas allá en su Córdoba más bucólica, ha permitido que conozcamos a varios autores de una categoría notable. Decía renglones atrás que todo en Gala era literatura, pues hasta cuando se mostraba agitador y reivindicativo uno tenía la sensación de estar caminando por esa línea que tanto nos gusta a los escritores: ¿qué era verdad y qué era mentira? Para mí su obra de basa en esto: amor y Andalucía. Puedo percibir aún cómo sus personajes coquetean con Eros, tantas veces trágico, tan a menudo inalcanzable. La capacidad de sentir, eso tan andaluz, que es a la vez tan poético. Porque la poesía y don Antonio, queda claro, sólo podían encontrarse en aquella tierra mágica.
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