Fotografía de portada: Javier Casado
Encuentro con Sergio Pagán, el director de La hora de Bach en Radio Clásica durante nueve años, uno de los programas más escuchados y respetados de la emisora, quien tras jubilarse analiza la obra del padre de la música
Durante casi una década, melómanos y aficionados de a pie hemos tenido una cita semanal obligada. A las once de la mañana de cada sábado empezaba La hora de Bach. Palabras mayores. Al frente, con voz pausada, los finos comentarios del músico e historiador Sergio Pagán. Toda una apuesta que ha tenido un eco envidiable, pues llegó a ser uno de los espacios más escuchados de Radio Clásica. Todo un lujo, tanto el programa como la emisora. Sí, pero Sergio Pagán ha decidido jubilarse. Su último programa fue el pasado 10 de febrero. Desde entonces hemos de conformarnos con reposiciones o recurrir al pódcast: un manantial. Ahí queda su legado, más de 350 programas sobre el compositor de la «Pasión según san Mateo».
“Me he acogido a una prejubilación anticipada”. Con él se va también el hasta ahora director de Radio Clásica, Carlos Sandúa, y otros dos miembros de la emisora. “Es como un final de etapa. Hay que saber retirarse cuando se está a gusto, cuando se han hecho las cosas y aún se hacen con ganas, ilusión y entusiasmo. También hay que dejar pasar a los que vienen detrás”. ¿Y ahora? “Seguiré estudiando a Bach”.
Antecedentes. “En mi familia todos estudiamos música porque mi padre, José Pagán López, era compositor. Hizo mucha música para el cine, por ejemplo para Carlos Saura, tanto para el documental Cuenca como para la película Los golfos, entre otras muchas. También compuso la música de no pocos anuncios publicitarios, como de los caramelos Sugus, Danone o cuchillas Palmera. Mi madre escribía guiones para la radio, para Bobby Deglané entre otros. Los seis hijos estudiamos música, unos lo dejaron y otros seguimos. Yo lo dejé y volví. Estudié, examinándome en el Conservatorio, varios cursos de clarinete, de flauta de pico y, recientemente, decidí estudiar clave. De esto hará diez años. Y claro, también coro, armonía y fundamentos de composición”. Pero donde disfruta realmente es tocando en la formación Goliardos Ensemble. También creó con su mujer, Bianca Hernández, la Asociación Luigi Boccherini en julio de 2003. Y además estudió Historia en la Universidad Autónoma, de ahí que “siempre me ha gustado contextualizar la música con la situación en la que fue compuesta”.
La hora de Bach nació en el verano de 2015. “Yo estaba entonces en el equipo de dirección de la emisora y propuse a Carlos Sandúa trabajar en fin de semana”, comenta Sergio Pagán de corrido en la ruidosa Cervecería Alemana de Madrid. “Pensé que un programa de selección general, tipo Los colores de la noche, ya existían unos cuantos. Luego se me ocurrió que se centrara en un compositor, que el programa fuera monográfico, algo que no había en la parrilla de la emisora y decidí centrarlo en Bach. Porque además en su caso está todo grabado y bien catalogado. Creí que no iba a fallar. Lo hacía en directo. Al final del verano, debido a la buena repercusión, se decidió continuar durante el resto de la temporada”.
Sergio Pagán entró en Radio Clásica en 1986, primero como colaborador. “Dirigía entonces la emisora Arturo Reverter y le presenté un proyecto, Antonio de Cabezón, elegido de Dios y de los hombres, de quien hice una serie de nueve capítulos. En el último programa se incluía una entrevista con Antonio Baciero porque acababa de grabar en Hispavox un álbum de unos diez discos de música de Cabezón”. Hizo otra serie, Reyes músicos, sobre Alfonso X el Sabio, Enrique VIII, Federico de Prusia… Años después realizó otro programa, Antonio de Cabezón, la luz sonora, ya dramatizado con actores y que fue galardonado con el Premio Tiflos en 1999.
Siempre música antigua. “Entonces yo ya tocaba música medieval y renacentista, estaba muy metido en ese mundo. Fue cuando entré por oposición en Radio Clásica, que se llamaba entonces Radio 2. Siempre tuve un programa de música antigua, además de otros programas con otras características”.
“Hoy —por el pasado 19 de febrero, día de la entrevista— he estado recogiendo en la emisora mis cosas y he encontrado boletines, revistas, hasta guiones que presenté en su día a Reverter. He tirado mucho, claro”, comenta sin nostalgia aunque con algo de ¿melancolía?
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—¿Cuáles han sido las claves del éxito del programa?
—La primera, sin duda, la propia música de Bach. La segunda, una selección muy estricta y sopesada de las versiones elegidas. La tercera, hacer un programa pensando en el oyente, que no sea cargante, que no sea muy erudito; estar en segundo plano, decir pocas cosas pero interesantes, incluyendo cartas, datos, documentos de Bach o sobre Bach, testimonios de otros autores, cosas de las que escribió su hijo.
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Luis Alberto Álvarez, periodista, fan del programa y que asiste a este encuentro, apunta que Sergio Pagán no ha tenido pegas en incluir orquestaciones sobre obras de Bach o versiones al piano. Sobre esto, dice el musicólogo: “A mí me gusta mucho «El clave bien temperado» en piano tocado por András Schiff. Le escuché hace muchos años en el Teatro de la Zarzuela. Hoy mismo he encontrado el programa de mano. Hizo toda la obra, los dos libros, en varias sesiones. Fue como entrar en un mantra”.
Y puntualiza: “También he programado la obra con instrumentos originales, siempre pensando que la música llegue bien al oyente. Sobre nuestros oyentes, en la radio hay que tener claro que se debe dirigir el mensaje al oyente particular, no a la masa de oyentes. La radio la está escuchando uno, el que está preparándose el desayuno, alguien que aún está en la cama medio dormido, el que va solo en el coche… Hablas a una persona en particular. Por otro lado hay que tener en cuenta que si el 80 por ciento del tiempo de un programa de Radio Clásica es música y el resto son comentarios, el espacio de la música tiene que ser de máxima calidad, ha de estar bien interpretada. Tienes que empezar el programa con algo que llame mucho la atención, que sea bueno, y luego puedes relajarlo hasta terminar con algo fuerte: hay que equilibrar el programa”.
Insiste Sergio Pagán en las versiones, sin duda un aspecto fundamental del programa. “Si ya había puesto uno de los conciertos, por ejemplo por Pinnock, lo que hacía para la próxima vez era buscar otras versiones. Igual escuchaba siete más, comparando cada movimiento. Esto lleva mucho trabajo. Y seguro que hay gente que ha dicho que no he puesto nunca a Glenn Gould, pero porque particularmente me gustaban otras versiones, porque quizá prefería a Masaaki Suzuki y el Bach Collegium de Japón, que son grabaciones magníficas”.
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—¿Cómo descubriste a Bach?
—No recuerdo vivir sin Bach, porque a los seis años —hoy tiene 63— ya estaba estudiando el Pequeño libro de Anna Magdalena Bach, y mis hermanos, todos mayores, estaban con los preludios y fugas de «El clave bien temperado». Este fue mi paisaje sonoro durante muchas horas a lo largo de mi infancia.
—¿Qué tiene Bach que no tienen otros compositores? Dijiste en alguna ocasión: complejidad, profundidad, solidez.
—Es complicado, porque no hace concesiones; si la música va a ir bien por determinado camino tú te las tienes que arreglar para poderla interpretar. El propio Bach inventó un sistema de digitación para el teclado. Antes de Bach, por ejemplo, apenas se utilizaba el pulgar. Además, estructuralmente, armónicamente, contrapuntísticamente es lo máximo. También es una especie de compendio de todo lo que se había hecho hasta el momento. Todo lo absorbió y le dio tal solidez que hace que cualquier obra de Bach transcrita a otro instrumento siempre dé resultado, porque está construida de una manera inmejorable, perfecta. En cuanto a la profundidad, hay que pensar en todo lo que utiliza, cómo se vale de melodías luteranas o de otra procedencia, cómo las trabaja, la manera de ilustrar las imágenes que están apareciendo en el texto con diversos recursos de la música… Y era muy matemático. En la «Ofrenda musical» escribe unos cánones que se pueden leer desde el final hacia el principio y suenan perfectamente. Pero no solamente eso, una voz puede empezar por el principio y otra por el final y suenan con una armonía perfecta. Milagroso.
—También fue muy prolífico. La Deutsche Grammophon publicó la integral de Mozart con 222 discos, pero con Bach se llega a los 333.
—Y se nos han perdido muchas obras, muchas. Por lo que dice Carl Philipp, hizo cinco ciclos completos de cantatas, que quiere decir unas quinientas cantatas, de las que conservamos algo más de doscientas. Y algunas cantatas profanas. Nadie puede saber, y nunca se sabrá, cómo pudo tener tiempo para hacer tantas cosas. Y veinte hijos, y la formación de los alumnos. Mientras estuvo en Leipzig, en la iglesia de Santo Tomás [donde fue director de su coro] tenía la obligación de dar clase a todo el que quisiera ser alumno suyo. Y la obligación de escribir una cantata para cada fin de semana, y los conciertos especiales, y los conciertos para el Café Zimmermann con el Collegium Musicum de Leipzig, que se celebraban una o dos veces por semana, y componer todo lo que le iban encargando… Y luego todas las obras teóricas, El arte de la fuga, las pasiones en Semana Santa… Sólo el acto puramente físico de escribirlo…
—¿Cómo era Bach como persona, hasta lo que puede saberse?
—No se sabe. Se puede entrever, por los documentos, que era alguien para quien lo primero era la música, lo que tocaba, cómo lo tocaba, lo que componía, lo que enseñaba, cómo se divertía con la música. Pero también tuvo que luchar mucho contra las autoridades de Leipzig: se quejaba de que los cantantes no eran buenos, faltaban intérpretes… A las seis de la mañana se interpretaban las cantatas. ¡Imagínate en Leipzig un cinco de enero, el frío que puede hacer en una iglesia luterana! Así que las cantatas que componía para el invierno eran cortitas y con pocos recursos, para que los niños del coro pudieran irse pronto. También era una persona muy campechana. Hay documentos en los que su secretario, que era un familiar cercano, cuenta que pedía unas garrafas de aguardiente “para mi tío, que le va a hacer mucha ilusión”; en otro pedía un jilguero para Anna Magdalena, su mujer, porque había oído decir que cantaba muy bien, en otra carta solicitaba para Anna Magdalena unas flores.
—¿Era muy religioso?
—Tenía tratados de teología, pero más bien por trabajo. Su religión era la música.
—También tuvo tiempo de estar unas horas en la cárcel.
—Unos días, unos días. Incluso se dice que allí, como estaba inactivo, empezó con sólo papel y tinta a componer «El clave bien temperado».
—Hemos comentado un poco de pasada que él no tuvo problemas en absorber o reutilizar piezas o armonías de otros.
—Sí, piezas enteras. Si había que utilizar unos conciertos de Vivaldi para violín y orquesta porque eran muy interesantes, los reutilizaba y los convertía en una obra para clave, o para órgano, o en un concierto para cuatro claves.
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Sergio Pagán no es precisamente un asiduo de las plataformas digitales, tipo Spotify; prefiere sus discos, sus CDs, pero sí se plantearon en Radio Clásica cómo contrarrestar el impacto que estas plataformas podían tener en las nuevas generaciones. “Decidimos contextualizar la música que ofrecíamos, arroparla con unos comentarios relevantes, de lo que carecen las plataformas digitales. A eso añadimos una selección de la mejor música. En este caso particular, de lo mejor de Bach, de sus mejores interpretaciones. Se pueden tener cinco mil obras de Bach pero si eres un profano puedes escuchar unas versiones malas o unas obras que quizá no sean de las mejores. En la radio esto no sucede”.
Luis Alberto Álvarez le recuerda un programa de Música Antigua con el filósofo coreano Byung-Chul Han como telón de fondo, por lo insólito y porque tuvo un gran eco. “Para hablar de él primero tuve que hablar de Hume, de Hobbes, de Spinoza, de los filósofos que interpretaban en el siglo XVII la sociedad en que vivían, con música de esa época. Fue el programa que más comentarios tuvo de todos los míos. También hice otro de Música Antigua sobre un texto de Polibio Megalopolitano, del siglo III después de Cristo. ¿Por qué? Pues porque habla de lo que es la enseñanza y la educación de la música para la sociedad y de su beneficio. Procuré buscar músicas que tuvieran alguna relación con lo que estaba contando. Y eso me costó meses. Meses.
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—Volvamos a Glenn Gould.
—La era del éxito de Gould yo no la viví. Y… me gusta pero, sinceramente, hoy me llenan más otros intérpretes de Bach. Por ejemplo András Schiff o Claudio Arrau, que tiene unas suites francesas increíbles.
—Tan hierático.
—Pero muy expresivo. Es que hay muchas maneras de tocar a Bach.
—Elige algunas obras «imprescindibles» de Bach.
—Mirad, he traído unas anotaciones con las obras que programaba en cada temporada. Estas son de 2021-2022. Lo hacía para no repetir, para llevar un control. Y ahora, viéndolas, podría citar de los «Conciertos de Brandeburgo» el número 5, que tiene esa parte solista para el clave que es muy especial. De las suites para violonchelo solo, cualquiera de ellas, todas son una maravilla; la primera es como la más conocida… Bach las compuso cuando prácticamente nadie había escrito páginas para este instrumento a solo, salvo Domenico Grabielli en el XVII; pero con esta profundidad y esta magnitud, nadie. La Pasión según san Mateo es una obra maestra, con ese final con el aria del bajo; y luego el coro y la orquesta. El principio de La Pasión según san Juan me sigue dejando desconcertado: con solo tres compases ya te has quedado agarrado a la silla. De las cantatas religiosas, a mí me gustó mucho conocer la número 39, «Entrega tu pan a los hambrientos». Se estrenó en Leipzig cuando llegaron huyendo todos los luteranos, todos los no católicos expulsados por el arzobispo príncipe de Salzburgo. El rey de Prusia les acogió pero, de camino, pasaron por Leipzig, donde les hicieron una recepción. Más que eso: les acogieron en las casas, en la propia escuela de Santo Tomás y entre otros actos hicieron una misa en su honor, y Bach dirigió esta cantata: “Reparte tu pan con el hambriento, da tu ropa al desnudo, estate con tu hermano ayudándole”. Además de esto, la cantata es una maravilla.
—Más cantatas.
—La 93 es preciosa, empieza con flautas de pico. De cantatas profanas, la «Cantata del café», que es como de teatro casi. Las hizo para el Zimmermann, más festivas. Luego, entre otras obras, «El clave bien temperado», que es una barbaridad. De los conciertos para clave, cuerda y continuo, mi favorito es el concierto en fa menor, el 1.056: es breve, conciso, delicado, como un bomboncito. Y la chacona de la «Partita para violín solo» es impresionante. Y el aria de la «Suite en re». Es que tiene todo. «La partita para flauta sola», las «Sonatas para viola de gamba y continuo». «El arte de la fuga». Es que no se puede elegir.
—¿Y libros sobre él?
—El clásico, Bach, el músico poeta, de Albert Schweitzer.
—¿El de Gardiner quizá sea para muy eruditos?
—Desde luego debe de ser maravilloso. Gardiner es un gran conocedor de Bach. Aún no lo he leído. Lo he reservado para hacerlo en esta nueva etapa de mi vida.
—¿Y el de Luis Gago?
—Luis Gago ha sabido reflejar en pocas páginas la complejidad de Bach. En Alianza Música también hay una recopilación, que yo he utilizado mucho, de documentos sobre Bach que realizó Hans-Joachim Schulze. Y en Alianza Bolsillo hay un diccionario de Walter Kolneder traducido por mi amigo y nunca suficientemente llorado Rafael Banús. Es una manera magnífica de acercarse a Bach.
—¿Y el de Ramón Andrés, Johann Sebastian Bach: Los días, las ideas y los libros?
—Es muy interesante porque supone adentrarte en su vida a través de su biblioteca, de los libros que sabemos que poseía Bach.
—Hay, incluso, una película de Pere Portabella, El silencio antes de Bach.
—Bien, bien. Ahí se trata de mostrar ese Bach que, por ejemplo, si estuviera contestando esta entrevista a lo mejor estaba pensando a la vez en la cantata que iba a escribir por la noche porque mañana se interpreta pero mi parte no la debo escribir porque ya la improvisaré… Un Bach totalmente acelerado. La última película de Bergman, la que hizo para despedirse del cine, se llama Sarabande y en ella suena casi todo el tiempo la sarabanda de la «Suite para violonchelo solo número 5». Todo un homenaje a Bach.
—Bach cayó tras su muerte en cierto olvido.
—En parte porque era muy complicado y muy difícil para interpretarlo. Además, en aquellos tiempos la música que se tocaba era la que se hacía en el momento. También hubo un cambio en el estilo de la música, la del primer clasicismo, la que hacían sus hijos, así que Bach quedaba un poco anticuado. Pero «El clave bien temperado» para Beethoven fue literalmente «el pan nuestro de cada día», Wagner hablaba de la música de Bach como algo sublime, Brahms tuvo en su poder muchas partituras originales, Liszt transcribió mucha música de Bach al piano… Y Mozart. Hay una historia de Mozart: cuando fue a Leipzig, al final de su vida, escuchó un coro cantando un motete y quedó tan impresionado que quiso saber de quién era. Luego pidió las partituras en partichelas de cada voz y, según un cronista, era una maravilla ver a Mozart con todas las partituras sobre los bancos, las piernas, en el suelo, siguiéndolo todo. Y dijo: “Todavía se puede seguir aprendiendo”. Era música de Bach.
Hermoso artículo. Tristeza sentí cuando me enteré que La Hora de Bach terminaba. En Buenos Aires seguí, semana a semana, la grabación de los programas y seguiré in aeternum con los podcasts. Queda el agradecimiento sincero al Sr. Sergio Pagán. Y de Bach ¿Qué decir? Esta frase de Mauricio Kagel lo define todo, o casi todo: » puede ser que algunos músicos no crean en Dios, pero todos creen en Bach».