El Irlandés, película que se siente como una vida y que dura como una vida, se resume a sí misma, sin embargo, desde sus primeros instantes. La cámara, en uno de esos legendarios travellings de Scorsese, recorre una residencia de ancianos hasta encontrar la figura de espaldas de Frank Sheeran, sicario devenido sindicalista (¿acaso no es lo mismo?, nos dirá Scorsese más adelante) y postrado ahora en una silla de ruedas. Allí, ante un interlocutor inexistente, Sheeran tiene una lúcida alucinación y nos escoge a nosotros como testaferros del FBI en lo que va a convertirse en la única confesión del criminal antes de su salto al otro mundo. Un relato verbal y mental (el viejo parece hablar con alguien, pese a que Scorsese ha revelado anteriormente que no hay nadie sentado enfrente suyo) en el que el autor vuelve a dar una lección de autoridad en cuanto a voz en off: no solo escuchamos lo que piensa Sheeran, sino que también oímos las palabras que lanza al aire. Porque sí, el viejo quiere hablar. En virtud de las infinitas capacidades narrativas de Scorsese, a los dos minutos estamos en la mente y el corazón de un hombre cruel sin conciencia ni sentimientos al que, como a los demás hijos de puta que pululan por la película, acabaremos queriendo de una manera muy extraña.
Las dos primeras horas de El Irlandés son como Uno de los nuestros, con Sheeran ascendiendo en el escalafón mafioso en virtud de una picardía que pronto revela una absoluta falta de moral. Ni tan mal, dirán ustedes, aunque sí es cierto que es algo que hemos visto antes. Scorsese, realizador mil veces imitado y analizado, cuyo narrador nos cuenta la historia desde una silla de ruedas en el salón de juegos de una residencia de vejestorios, juega con esa expectativa para conducirnos hacia lo que, efectivamente, podría ser su testamento vital (no lo será: su próximo proyecto, un policial de época con De Niro y DiCaprio, ya está en marcha) o al menos el testamento de su cine de mafiosos. Scorsese, un viejo zorro setentón, sabe, al fin y al cabo, que a los cincuenta minutos de película Jimmy Hoffa, con las facciones de Al Pacino, va a hacer su particular acto de aparición vía conversación telefónica. El primer giro de volante de la carretera de curvas que todavía queda por delante.
En lo que podría ser el segundo gran ejercicio de estilo de El Irlandés, y probablemente el más hipnótico de todos, el relato se construye como una matrioshka rusa, fruto de una interferencia (¿de Sheeran y Scorsese como narradores?) en la que el primero se sueña a sí mismo al principio de un viaje, el que realiza con su amigo Russell Bufalino (Joe Pesci) y sus respectivas mujeres a una boda mafiosa que en realidad no es más que un McGuffin, una excusa, tanto para nosotros como para ellos mismos. Scorsese utiliza este recurso para otorgar tensión a una larguísima película de tres horas y media (que pasan muy rápido si su vejiga, querido lector, está medianamente en forma) porque todos sabemos que algo va a pasar al final de ese viaje; el crónometro está ya conectado. Podría decirse que El Irlandés, la última película de mafiosos que Scorsese podría filmar en toda su vida, en realidad comienza muy tarde, en esa última hora y pico, con lo que sucede al final y después de ese viaje en coche. Sus dos primeras horas son solo el tráiler, pero es en su último tercio, el larguísimo epílogo que el director pone a su propia carrera, cuando el corazón se congela y se te rompe en pedazos.
El director de Taxi Driver y Casino, que se enredó en una (no tan) absurda polémica con Marvel al calificar la franquicia fílmica como un juguete sin alma, se sabe un abuelo y por eso ha hecho una película de machos cabríos afrontando sus últimos coletazos de poder. La gran paradoja de El Irlandés, película sobre gigantes que esta vez seguimos más allá, hasta ver cómo acaban en el Imserso de la cárcel, es la de ser una película de Netflix y no de uno de los grandes estudios que hasta ahora produjeron las películas de Scorsese, Coppola y los otros niños rebeldes del Hollywood de los setenta. Si ustedes ven la película en su estreno limitado en cines, donde sin duda debería verse, es solo por una argucia para poder concurrir a los principales premios de la Academia de Hollywoood, que sin duda obviarían este trabajo de no pasar siquiera testimonialmente por las salas ante de su estreno en televisión. Paradojas de estos tiempos, del progreso que va desnaturalizando todo, que, no obstante, a la vez ha permitido existir a una película memorable, ya se vea en pantalla grande o en la chica. ¿Bueno, malo, regular…?
Aunque esto, que quizá parezca una incoherencia máxima, está también incluido en el discurso de una película que lo abarca todo. El Irlandés, como tantas otras de Scorsese, va de cómo una red criminal medra y se desarrolla con la misma lógica depredadora que el capitalismo, parasitando de él y a la vez sirviéndose de sus recursos; aplastando la competencia, quitando y poniendo presidentes y definiendo desde la oscuridad el devenir de toda la comunidad. Que Scorsese lo cuente con su habitual maestría, insertando idas y venidas, notas a pie de página con meridiana claridad y haciendo una exhibición de maravilloso humor cruel, de ese que desafía la inteligencia del público, es algo que simplemente era previsible que ocurriera. El Irlandés no es solo el filme que explica la desaparición de Jimmy Hoffa sino un retrato de las palancas ocultas que han regido la historia de EEUU.
No puede ser casual que el único personaje con alma de la misma sea el de Anna Paquin, que hace de la hija de Sheeran, y por eso mismo no pronuncia apenas unas pocas palabras en toda la película. Por lo demás, y pese a ciertas deficiencias del rejuvenecimiento digital (ahí tienen, de todas formas, a un vejestorio lanzándose a usar los efectos digitales de última hornada desarrollados por Marvel), los actores cumplen a la altura esperada. Pacino, en su primera película con el director, se marca sus speeches con la pompa habitual, es decir, divertidísima, y De Niro lleva sobre sus hombros toda la película con una solvencia que nunca debimos olvidar que tenía. El que se lleva la palma, sin embargo, es Joe Pesci, cuya interpretación resulta siempre más discreta, natural, y que por eso mismo se adapta al maquillaje con una verosimilitud pasmosa.
El Irlandés, cuya sequedad y falta de romanticismo no coarta su vitalidad y mortal sentido del humor, es una película que se siente como una vida porque contiene la grandeza de una vida, por mucho que ésta se haya dedicado al mal. O a pintar casas.
El Irlandés está en cines de manera limitada desde el 15 de noviembre, y en Netflix a partir del 27 de noviembre.
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