Cuando militas en un partido político de izquierdas, el legado leninista siempre pulula por ahí, obligándote a afrontar desafíos éticos. Las decisiones se debaten hasta que se adopta un posicionamiento mayoritario y ya no hay vuelta atrás: debes acatarlo. Cualquier discordancia será estrangulada para mostrar máxima lealtad al colectivo; es lo que se llama centralismo democrático. En la práctica, sin embargo, esa voz mayoritaria coincide con lo que piensan las figuras que detenten el liderazgo. No tengo que añadir que suelen ser hombres. Muchas mujeres experimentan en la militancia una contradicción entre la necesidad de hacer oír su voz disidente y la de ser bien consideradas dentro de su organización. Escribí Ostracia tras abandonar la militancia, después de hartarme de oír la crítica injusta de que iba por libre.
Fue esa sensación, la de ser condenada al ostracismo (a un espacio imaginario donde se me confinaba como castigo), la que me llevó a estudiar la figura de Inessa Armand. Tenía un conocimiento vago de ella como el tercer lado de un triángulo en el matrimonio de Lenin con Nadia Krupskaia. Cuando empecé a documentarme, me sorprendió la escasez de información sobre su papel histórico; era apenas mencionada como la amante de Lenin.
Inessa Armand nació en Rusia, a finales del siglo XIX y se casó a los 19 años con un rico hacendado industrial. Con él tuvo cuatro hijos y llevó la vida de una mujer de su clase, aunque participando ya de ciertas inquietudes que hoy llamaríamos proto-feministas. De repente, tira toda aquella estabilidad por la borda al enamorarse de un joven de 18 años que, además, era el hermano de su marido. Al irse con Volódia, con quien tendrá otro hijo, pasa a ser la comidilla de aquella sociedad. Es interesante que puede llevarse a sus hijos con ella porque con su marido siempre va a mantener una relación de ayuda mutua terriblemente moderna. En esa época comienza a militar en el Partido Socialdemócrata y realiza tareas de activismo (básicamente imprimir folletos marxistas u organizar reuniones en su casa) hasta que la policía política del zarismo la condena al exilio en Siberia. Allí permanecerá dos años, alejada de sus hijos, conviviendo con otros deportados, a 40 grados bajo cero. Solo a su vuelta, cuando ha decidido estudiar, conoce a Lenin y ambos entablan una relación complicada. En cualquier caso, ella ya había demostrado que no era nada convencional y que merecía ser considerada en la historia por méritos propios.
Inessa fue una mujer de acción, a la que Lenin encomendó deslucidas tareas de organización, misiones diplomáticas y, ya en el gobierno, áreas burocráticas. Aunque dirigió periódicos y sociedades feministas, no tuvo mucho tiempo para escribir, por eso es menos conocida que Alexandra Kollontai, Clara Zetkin o la propia Nadia Krupskaia. Pero sí escribió sobre una peculiar concepción del amor libre. Las versiones históricas actuales no coinciden en absoluto sobre su figura porque, a la muerte de Lenin, la cúpula del partido no vio adecuado que el nombre de su líder se vinculase al de una mujer sospechosa de tendencias anarquistas. La biografía oficial de Lenin será escrita por Nadia y todavía hoy muchos documentos personales que podrían alterarla están bajo custodia en el Kremlin, sin posibilidad de consulta.
He intentado narrar conjugando esas versiones alternativas, con la dificultad de hallar la verdad en medio de tantos relatos de parte que se cruzan, pero he procurado ser máximamente rigurosa. La literatura permite estos juegos: cuando describo a Inessa bañándose desnuda en el río ante la cúpula bolchevique solo para provocar a Lenin, estoy fabulando, pero el episodio es verosímil, de acuerdo con los documentos que conservamos de ella.
En mi obra literaria me he ocupado otras veces de recuperar figuras femeninas de la historia que han sido borradas de las versiones oficiales. Creo que ha llegado la hora de contar desde los márgenes, desde lo subalterno. En este caso me centro en una revolucionaria despreciada por una óptica sexista, pero, al sentarme a escribir, descubrí un orificio de fuga. Tenía que ver con el concepto de amor. Desde el feminismo se ha intentado cuestionarlo, redefinirlo, reelaborarlo. Se ha luchado contra el amor romántico, se han ensayado otras maneras de practicarlo. El problema es que esa densa reelaboración conceptual, que ya asoma en los escritos de Inessa Armand y de las demás bolcheviques mencionadas, se acaba reduciendo a cliché. Debemos criticar cómo se ha construido el ideal de pareja. Pero, al mismo tiempo, es lógico aceptar que una militante, a la que le han enseñado a sacrificarse por el colectivo, tienda a inmolarse cuando ama. Esa renuncia del yo para construir el nosotros, presente en el centralismo democrático y en las verdaderas historias de amor, es un gesto de superación del individualismo que también debe valorarse en una sociedad narcisista, extenuada y frívola como la nuestra. No se puede pretender que una revolucionaria que quiere poner el mundo patas arriba acepte un amor mesurado, reducido a la languidez de lo normativo, a un confortable buen vivir. Por eso Ostracia es también un exilio voluntario, el de las rebeldes que se enfrentan al poder y, al mismo tiempo, sospechan hasta de las normas que su propio grupo ha establecido.
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Autora: Teresa Moure. Título: Ostracia. Editorial: Tiempo de Papel Ediciones. Venta: Todostuslibros
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