La escritora, compositora e intérprete Mathilde Forget firma una novela autobiográfica llena de intriga sobre una agresión sexual. Un tour de force brillante sobre el desafío policial y judicial al que se enfrentan las víctimas.
En Zenda reproducimos el primer capítulo de Por voluntad propia (Tránsito), de Mathilde Forget.
***
1.
Me he entregado a la policía yo misma. Intento quitarme la roña de las uñas, pero está difícil. Siempre queda algo. Necesito una hoja fina como la punta de mis tijeras de acero, las que están al lado del cepillo de dientes, en el lavabo de mi cuarto de baño. Tengo las uñas lo bastante largas para ensuciármelas, pero demasiado cortas para poder sacarme la tierra. Tendría que lavarme las manos. Quiero lavarme las manos. No, no es verdad. La idea no es mía. No estoy pensando que la suciedad sea un problema. Me distrae, eso es todo. Pero cuando he entrado en la oficina, uno de ellos se ha dirigido a mí.
En ese momento le he dicho que no con educación. Luego no podía pensar más que en eso. Sin la fina hoja de mis tijeras, la roña solo va de una uña a otra. La que limpia acaba sucia. Nunca he usado un cortaúñas. Me inquieta que el trozo seccionado salga disparado a no se sabe dónde. Podría usar la esquina plastificada del carné de conducir que está en mi cartera, pero ya no la llevo en la chaqueta. Los bolsillos están vacíos. Cuando observo la roña marrón claro bajo mis uñas, vuelvo a pensar en la frase.
Si quiere puede ir a asearse.
Y al asociar las dos, se ha vuelto una obsesión. El agua, el jabón y la espuma de su encuentro. Si me lo han propuesto es porque debía necesitarlo. Debo necesitarlo. Lo necesito. La verdad es que toda esta mierda en la punta de los dedos es asquerosa. Me la tengo que quitar. Levanto la cabeza y trago un poco de saliva para despertar las cuerdas vocales adormecidas y les pregunto si puedo ir a lavarme las manos. Sonríen y con calma me contestan que ahora no puede ser. Tendría que haber reaccionado antes y aceptar su propuesta. He sido lenta. Me arrepiento. Pero en lo que tarda mi cabeza en volver a inclinarse para mirar mis pies, dejo de pensar en eso. Se me pasan las ganas, quizá porque, para empezar, no venían de mí. No era visceral. En el fondo, seguramente me sentí sucia solo porque ellos lo presupusieron. Presuponen, luego existo.
Me he entregado a la policía yo misma. Ha acabado diciéndomelo Jeanne. A mí se me había olvidado. Pensaba que igual habían venido a buscarme a mi casa y me habían sacado por el cuello, esposada. Pero en realidad, esta mañana de domingo, sobre las ocho y media, he venido sola a la comisaría. Por voluntad propia.
Creo que necesita ir al baño.
Cuando me he puesto a limpiarme el anular derecho como he podido, me han vuelto a proponer que fuese al baño. Pero esta vez por otra razón. Con ese tono seguro de que tenía que ir urgentemente, como si fuese una niña incapaz de prever y evitar la catástrofe. He pensado que, a mi edad, sabría si necesito ir. No lo he visto venir y ni siquiera me han preguntado mi opinión. Jeanne me ha agarrado del brazo y me ha levantado de la silla. No ha tenido que insistir para que mi cuerpo la siguiese. Con su mano entre mi codo y mi axila, he sentido contra la piel el frío húmedo de mi sudor. No suelo sudar. No sé si la frase la ha pronunciado ella. No sé si era ella la que quería que fuese al baño. En todo caso ha sido ella la que ha actuado ante mi indecisión.
Creo que necesita ir al baño.
Desde que esto ha comenzado, no consigo distinguir sus voces. El tono me parece idéntico. No sé si lo hacen a propósito, pero hablan cuando no los miro. Y cuando levanto la cabeza para hacerlo, tienen la boca cerrada. No sé si están jugando a un juego o si mi cabeza ya solo sabe mirar hacia abajo y me impide sistemáticamente saber quién me habla. La vergüenza, la de entregarse, me obliga a mirarme los pies.
Nos acercamos al baño después de haber recorrido un pasillo largo. Jeanne me dice adónde ir y se queda fuera. La escucho detrás de la puerta. Me bajo el pantalón y me agarro al portarrollos de la pared para no apoyar las nalgas, porque me da asco. En el váter, mi orina está teñida de rojo. Como si hubiese sangre. Meo un buen rato y sigo mirándome los zapatos. Me doy cuenta de que sí que tenía que ir al baño. ¿Cómo lo sabían? ¿Y qué más saben que yo todavía no sé?
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Autora: Mathilde Forget. Título: Por voluntad propia. Traducción: Alba Pagán. Editorial: Tránsito. Venta: Todos tus libros.
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