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Premio Formentor, un viaje en el oasis

Premio Formentor, un viaje en el oasis

A finales de septiembre se celebró en el Hotel Barceló Palmeraie de Marrakech el Premio Formentor, que en esta edición ha reconocido al escritor húngaro László Krasznahorkai, y la XVII Edición de las Conversaciones Literarias Formentor. El encuentro se clausuró con un homenaje a Juan Goytisolo y la mesa redonda «Mundos perdidos», moderada por Miquel Molina, en la que participaron Juan Manuel de Prada, Pola Oloixarac, Basilio Baltasar y László Krasznahorkai.

Reproducimos la intervención de Esther Bendahan sobre Un viaje al final del milenio, de Abraham B. Yehoshua.    

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Me invitaron a la entrega de los prestigiosos Premios Formentor en Marrakech. La propuesta de hablar de un libro en una mesa, «genios», me supuso un reto. Yo entendí “genios” como ese rayo de luz que invade de repente la conciencia trasformando algo de lo conocido. Otros ponentes, lo supe después, lo entendieron de otra forma. Sin embargo, la mesa en la que participé, así como el resto de las actividades, fueron un encuentro, dándole a la palabra “encuentro” el sentido profundo y de diálogo que le da el pensador Emmanuel Levinas. En todo momento los invitados, al hablar de libros, lo hicieron desde el amor a la literatura, al conocimiento único que aportan los libros, enriqueciendo así el oasis en el hotel Barceló, en el que estábamos con nuevas palmeras y lagos.

Mi libro elegido: Un viaje al Final del milenio, de Abraham B. Yehoshua.

Considero la genialidad como una inspiración casi poética, individual, sí, pero también en ocasiones colectiva. Hay momentos cumbres de la humanidad, y las colectividades pueden desarrollar impulsos que ofrecen posibilidades nuevas al bien común, que es, creo, lo esencial por necesario (aunque los hay, no quiero hablar de los genios del mal).

En Un viaje al final del milenio, que relata la aventura de dos comerciantes, el autor sefardí e israelí pregunta:

«¿Pero habrá alguien que nos recuerde dentro de mil años? ¿Se seguirá conservando aquel aliento antiguo en cuyo seno húmedo e íntimo relampaguee la sombra pasajera de nuestros actos y de nuestros sueños? ¿Acaso en ese ser despojado de órganos internos, comprimido en líquidos perfectamente calculados, con su sabiduría y felicidad disminuidas, surgirá, sea cual sea su nombre, el deseo o la nostalgia de retroceder mil años para buscarnos como tú buscas ahora tus héroes? ¿Pero se podrá encontrar algo? ¿Acaso el peso de los mil años que nos separen no será igual al peso de los mil años de hoy?».

Recordamos el mundo de hace mil años. La memoria colectiva elige, selecciona, pero no sé si llegaremos para ser recordados dentro de otros mil, ni qué se recordará, ni a quiénes. ¿Estamos edificando futuro?

"Recuerdo que nosotros, también temerosos, esperábamos en el año 2000 el caos informático"

En esta novela lo primero es que me invita a pensar en la fragilidad de las certezas. Año 1000, sí, pero en el calendario judío, solar y lunar era el año 4750, mientras que el año de la cultura musulmana era 579. Así, mientras quienes celebraban el año 1000 con temor, por las profecías del fin del mundo, con terror y expectación, era indiferente para los protagonistas de este libro: un judío y un musulmán que vivían en Tánger, ignorantes de los textos del Beato de Liébana y otros religiosos que advertían sobre el fin de los tiempos, ignorantes de que la noche del 31 de diciembre del año 1000 muchos atemorizados entraron en las iglesias para esperar el fin del mundo. Recuerdo que nosotros, también temerosos, esperábamos en el año 2000 el caos informático, su final, ya que se creía que los ordenadores estaban únicamente configurados en torno al siglo XX. Sucedieron pequeños problemas. Nada nos protege del miedo como si supiéramos que siempre estamos delante del precipicio, de la nada.

En ese libro del final del milenio, dos personajes, genios del comercio, de la relación entre mundos, emprenden un viaje. El viaje, como señala Auerbach cuando habla del viaje de Ulises y el viaje de Abraham, está en el corazón de los relatos occidentales, de la tradición literaria. En este caso podríamos decir que aunque hay vuelta al hogar, como en Ulises, hay trasformación del personaje, como en Abraham. Y al igual que lo que se dice del relato bíblico, encontramos humor. Lo elevado, lo trágico y problemático se plasman en lo casero y cotidiano.

Este viaje tiene principalmente dos motivos: por un lado Ben Atar es un comerciante, socio de Abu Lutfiab Dalshafi, y ambos quieren intercambiar sus mercancías, contribuyendo en ese sentido a su propio enriquecimiento, pero también al del mundo que les rodea, descubriendo otras mercancías. Pero a Ben Atar le mueve, además, un conflicto personal. Quiere convencer a los rabinos franceses de que la bigamia es una organización familiar preferible a la monogamia, y muy eficaz. Sobre todo porque él ha tomado una segunda esposa. Así se relata el conflicto del personaje frente al cambio, lo nuevo, lo exterior que se le impone y roza la fragilidad de las costumbres frente a la ética.

Aunque no se cuenta exactamente en el libro, el autor sitúa la acción durante un debate religioso del mundo judío. Se basa en el concilio que llevó a cabo el rabino Gershom ben Judah (Metz, h. 960 – Maguncia, 1028), más conocido como Rabeinu Gershom, que fue estudioso del Talmud y legislador.​

"Años después me negó haber criticado a la diáspora con gesto de anciano travieso y olvidadizo"

Este rabino es conocido fundamentalmente por el concilio que organizó a comienzos del primer milenio de nuestra era, en el que instituyó diversas leyes y prohibiciones, entre ellas la prohibición de la poligamia en los países que eran monógamos. También impuso la ley que requiere el consentimiento de ambas partes para llevar a cabo un divorcio, declarando un herem (excomunión rabínica) para el marido que se divorcia de su mujer sin tener su consentimiento (esto era posible según un acuerdo anterior). En una época de conversiones forzosas propuso la modificación de las normas relativas a los que se convirtieron en apóstatas para salvar sus vidas y, algo que me resulta curioso por su modernidad, la prohibición de la apertura de la correspondencia dirigida a otra persona. Estas normas, ya asumidas por el judaísmo religioso en general, en su momento fueron consideradas obligatorias para la comunidad asquenazí, no así para la sefardí, es decir, la que se situaba en lo que hoy llamamos España.

El autor, con Amos Oz y David Grossman, forma parte de los escritores israelíes más traducidos en España. Apostaba por la paz y fue un militante con la palabra. A pesar de recibir premios prestigiosos, como el Premio Literatura de Israel, el Premio Dan David o el Premio Bialik, entre otros, se mostró emocionado cuando visitó Santiago de Compostela (2007) para recibir el Premio Literario San Clemente Rosalía – Abanca, con alumnos de bachillerato como jurado, por La novia liberada. Tiempo después Santiago de Compostela es el lugar donde se desarrolla su novela Caridad cristiana (2013). Quizá ese valor a este premio tiene que ver con su origen sefardí. Él mismo se definía como sefardí, aunque su familia llevaba viviendo en Jerusalén cientos de años.

Le conocí en Madrid. Acababa de leer la que era su primera novela, El amante (Duomo), organizada en varias voces que van configurando historias de crisis personales. La religión, la mística, la búsqueda, claves de esa primera obra, están también en las siguientes. Como señala el ministro de Cultura Hili Tropper, «se caracterizó por su cuidado y gran sensibilidad a los desafíos del hombre contemporáneo». Sensibilidad por personajes en momentos de crisis, como en La figurante y en El túnel, publicadas en España por Duomo editorial. En todas ellas destaca su discurso comprometido pero independiente y en ocasiones rebelde, con algo del adulto que deja al joven interior incomodar y llamar la atención pero sin romper el diálogo. Como cuando me dijo que los judíos en la diáspora éramos neuróticos por vivir en países con contradicciones con relación a lo judío.

Años después me negó haber criticado a la diáspora con gesto de anciano travieso y olvidadizo, y encontré en su libro El viaje al final de milenio el nombre de Benatar (en el libro Ben Atar) con sorpresa: así se apellidaba Raquel, la fotógrafa que me acompañó a la entrevista.

Le reconocí en su obra El túnel, un anciano que está perdiendo la memoria, terriblemente vulnerable cuando su esposa enferma, que lucha contra el olvido ayudando a unos musulmanes sin papeles a integrarse, un personaje entrañable, descrito con la ternura y el humor tan característicos de su obra. Inteligente, crítico, pero desde el más profundo respeto a las debilidades humanas, ejercía una forma de ser escritor desde una moral basada en la bondad. Terminó El túnel cuando acababa de morir su esposa, Rivka, en 2016. “Envidio a tantos amigos, y por supuesto a mi esposa, que se salvaron de este final que ahora estoy viviendo». Su legado literario siempre muestra una tensión entre la realidad y el ejercicio de la esperanza. Desde el relato de situaciones muy concretas consigue que sean símbolos lanzados al lector del futuro.

"Además del viaje, del encuentro entre culturas, en esta novela la elección del tiempo es un símbolo, porque ese milenio supuso cambios importantes"

En esta novela el escritor indaga en ese lugar de encuentro, como en otras novelas. Describe la tensión entre judíos y musulmanes, buscando el conocimiento mutuo. Quizá por eso vuelve a ese periodo, a ese milenio, en busca del origen, y llega así al principio, al paraíso.

En este entorno Ben Atar se enfrenta a la mujer de su sobrino. Este viudo se casa con Mina, quien es vista por nuestro protagonista como un rival, principalmente porque su sobrino, socio, parece ya muy instalado y teme perderle, pero también por oponerse a la segunda esposa. Abu Lutfiabdal Shafile acompaña sin intervenir en los temas personales en ese viaje. Ella es una mujer fuerte, convencida de que esas costumbres orientales no son legítimas.

El rabino Elbas viaja con ellos, y ambos socios reciben con gusto sus bendiciones para el trayecto. Además este quiere ayudar en la controversia. “¿Acaso Ben Atar es solo un comerciante? Un hombre con gran capacidad de amar, un filósofo y un sabio del amor que ha venido de lejos para proclamar públicamente que se puede amar a dos mujeres a la vez”.

El rabino, para apoyar al viajero y contribuir a la controversia, resuelve que la segunda mujer existirá siempre, si no en la realidad, mediante el matrimonio, existirá en la imaginación. Y señala que “uno puede vencer a alguien real, no a la imaginación”.

Además del viaje, del encuentro entre culturas, en esta novela la elección del tiempo es un símbolo, porque ese milenio supuso cambios importantes.

También el reciente Premio Formentor, László Krasznahorkai, a quien me gustó conocer, y en especial escuchar en su idioma traducido en una pantalla su discurso de aceptación del premio, un relato emocionante sobre los personajes y lugares de la infancia y el vacío cuando estos se visitan de nuevo, tiene una novela, Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, donde al homenajear a la cultura Heian habla del Japón del año 1000 y de la belleza de lo cotidiano. Este  período Heian es el último período de la época clásica de la historia japonesa, considerado la cumbre de la Corte Imperial japonesa, donde destaca la poesía y la literatura. En esta novela se relata la búsqueda laberíntica del jardín más hermoso.

Alrededor de este periodo también en Europa occidental se están produciendo cambios muy significativos de forma gradual. Los historiadores consideran el año 1000 como una buena fecha en la que fijar el final de la Alta Edad Media y el inicio de la Baja Edad Media.

"Los personajes del Viaje al final del milenio son ejemplo de esos genios que nos dejaron nuevas rutas, nuevos productos"

Se da gracias a avances técnicos el aumento de la productividad agrícola, lo que trajo un mayor crecimiento demográfico y un aumento de la riqueza. Claro que esta no se distribuyó equitativamente. ¡Lástima de oportunidades perdidas! Como señala Valerie Hansen, “es entonces cuando las rutas comerciales se crean en todo el mundo, lo que permite que los bienes, las tecnologías, las religiones y las personas abandonen sus lugares de origen y se trasladen a nuevos destinos», y añade que actualmente vivimos en un mundo determinado por las interacciones que surgieron en aquel lejano siglo. “Intercambiando mercancías por productos que no habían visto antes, estos exploradores abrieron rutas terrestres y marítimas que constituyeron el verdadero comienzo de la globalización».

Los personajes del Viaje al final del milenio son ejemplo de esos «genios» que nos dejaron nuevas rutas, nuevos productos. Un diálogo entre ambos viajeros que hace que además se relajen sus creencias priorizando la amistad, la confianza, sin olvidar sus valores: “Abd al-Shafi se pone las manos en los oídos para escuchar el silencio de su dios”.

Es por lo tanto esta aventura un viaje entre emocional, simbólico y comercial. Son viajeros, las tensiones religiosas desparecen, incluso las reglas rígidas. “Para los navegantes beber vino no es pecado”, dice Abd al-Shafi.

Nos descubre la magia del comercio como fuente de intercambio cultural, va más allá del enriquecimiento, de la acumulación de riqueza, es parte del Mediterráneo, del encuentro de cultura. Escribe mi querido amigo Fernando Aramburu en un artículo: “El odio, como la democracia, como el ajedrez o la viticultura, es una creación humana. Se trata de una creación sucia, de la que no se suele alardear (…). A mí no me consta que la araña odie a la mosca, ni la hiena a la gacela”. Y pensé que tampoco creo que se odien quienes comercian entre sí. Mi padre, Pinhas, comerciante de Marruecos, hablaba cinco idiomas, no fue a la universidad, y sin embargo era un sabio. He querido dar honor a todos ellos, que salen de esos pequeños lugares del Mediterráneo y son capaces de hablar varias lenguas, son amigos del que reza en otro idioma, comparten la mesa. En una ocasión me encontré a una antigua compañera de la universidad: “Habrás sufrido siendo hija de comerciantes y no, como nosotras, de médicos y abogados”. Tardé en comprender. No me di cuenta de que eso antes fuera un motivo de discriminación, y por eso este libro me recuerda la importancia de esas rutas y esos genios de la habilidad del encuentro.

"Canetti nos dejó su testimonio de la ciudad y Yehoshua estuvo en Marrakech, según me cuenta mi amigo Mois Benarroch. Quizá también era de algún modo su origen"

Por ese milagroso plan del azar la novela de otro sefardí, Elias Canetti, estaba junto a la de Abraham B. Yehoshua. En Las voces de Marrakech Canetti «se convierte en una especie de amigo de confianza del lector y en el que una especie de alegría por todo lo humano (…) resplandece en todas las descripciones de la miseria de las ciudades orientales en el borde de la humanidad» (François Bondy).

Se convierte en un observador que buscaba la palabra precisa y describe con sorpresa el viaje que realizó en 1954, su paseo por los barrios árabes y judíos. Lástima que ya casi no quedan allí judíos, solo sinagogas vacías o convertidas en locales comerciales.

Se propuso «no perder nada del poder de las llamadas extrañas», para «ser afectado por los sonidos como les corresponde, y no debilitar nada con un conocimiento inadecuado y artificial». Porque dice: “Cuando viajas lo aceptas todo, el ultraje se queda en casa. Uno mira, uno oye, uno se entusiasma con lo más terrible, porque es nuevo. Los buenos viajeros no tienen corazón”.

Así que gracias a mi intervención en el Premio de Formentor, en Marrakech me encontré con estos autores. Canetti nos dejó su testimonio de la ciudad y Yehoshua estuvo en Marrakech, según me cuenta mi amigo Mois Benarroch. Quizá también era de algún modo su origen.

En un tiempo de conflictos hay que recordar que hay otras rutas posibles:

“La identidad mediterránea es una identidad espléndida. Antigua y moderna. En la cuenca mediterránea nacieron y se desarrollaron las grandes civilizaciones: el cristianismo, el judaísmo, el Islam, así como la cultura grecorromana. Todas esas fuentes continúan vivas hasta el día de hoy y son, en muchos sentidos, de una gran importancia para el mundo” (Elías Canetti).

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