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Prender la cerilla

La edad permite privilegios. Con 82 años Christopher Plummer se atrevió a decir de Terrence Malick, un director prestigioso vivito y coleando, que necesita desesperadamente un guionista. “Terry es un tío estupendo, pero se empeña en hacerlo él todo. Reescribe y reescribe y reescribe… hasta que todo suena terriblemente pretencioso, y como actor te obliga a trabajar muy duro para que suene creíble”. Jamás volveré a trabajar con él, añadió Plummer, para terminar de aclarar su postura.

Desdramaticemos: hasta Billy Wilder necesitaba un guionista. Con Charles Brackett, de quien no podía ser más diferente (Bracket era un americano perfecto y conservador, Wilder un cáustico austríaco expatriado), trabajó 12 años con envidiable éxito (Perdición y Días sin huella) hasta el punto de que en 1948 el New York Times les dedicó un artículo titulado “La feliz unión de Brackett y Wilder”. Seis meses tardó Billy en pedir el divorcio. “Es como una caja de cerillas”, se explicó Wilder. “Coges una y la rozas contra la caja, y prende. Pero un día te das cuenta de que a la caja sólo le queda una esquinita contra la que aún puedes encender la cerilla”.

"I. A. L. Diamond: Si alguna vez has escuchado hablar a los actores, jamás se te ocurriría improvisar"

Con I. A. L. Diamond, su siguiente pareja de baile, las cosas fueron más armónicas. Una media naranja para otra media naranja. Cuando recogieron el Oscar a Mejor Guión por El apartamento, subieron allá arriba, vistiendo smoking, y dijo el uno: “Gracias, Willy Wilder”; y dijo el otro: “Gracias, I. A. L. Diamond”; y bajaron del escenario.

Pero la gran pareja también llegó a sufrir alguna vez un cierto síndrome Malick. En sus charlas con el también guionista Scott Myers, éste les preguntó:

Myers: Después de haber trabajado un guión, ¿alguna vez os habéis visto en el rodaje improvisando algún diálogo, cuando algo no funciona, o lo que sea? 

Diamond: Nunca, nunca, nunca…

Wilder: Bueno, quizá lo hemos hecho alguna vez. Aunque no improvisando. Pero a veces, cuando sentimos que algo no funciona, nos retiramos a una esquina y reescribimos un poco, o lo apañamos a la hora de comer. Pero echar tantas horas en un guión para luego ponerse a improvisar, no, nunca. 

Diamond: En realidad, si alguna vez has escuchado hablar a los actores, jamás se te ocurriría improvisar.

I. A. L. Diamond y Billy Wilder

Tan duro trabajó Plummer para hacer funcionar los diálogos solemnes de Malick (El nuevo mundo) como Shirley MacLaine tuvo que soportar a Diamond en el rodaje de El apartamento, vigilando que cada “y” o “en” del guión no fuera olvidado o cambiado sobre la marcha. Todo un ejercicio de egocéntrica precisión, acaso legítimo tras el tortuoso ejercicio previo de encerrarse con una máquina de escribir y Billy Wilder al lado en el despacho del director, todas las mañanas a las 09:30h, durante semanas, como un C. C. Baxter legañoso que ficha sin falta.

"Billy Wilder: Es imposible que un director mediocre arruine un gran guión por completo"

“Dirigir es un placer y escribir es un lastre”, se confesó Wilder. “Dirigir puede ser difícil, pero es un placer porque tienes algo con lo que trabajar. Escribir es solo una página vacía. Empiezas sin nada, absolutamente nada, y por eso creo que los escritores están muy subestimados y muy mal pagados. Es totalmente imposible hacer una gran película de un guión pésimo. Sin embargo, es imposible que un director mediocre arruine un gran guión por completo”.

Se pasó por Más de uno de Onda Cero Javier Olivares, plumilla y autor intelectual de El Ministerio del Tiempo. Y dejó un hallazgo sobre los rigores del curro y sus premios: “Un guionista es un documentalista, y nunca debe escribir sobre lo que no tiene ni idea. Después vienen los diálogos, que son el disfrute final, el placer”.

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