Imagen de portada: Grupo Azul Editorial
Nadie en su sano juicio quiere ir a una presentación literaria. Están lejos, incluso si quedan al lado; aburren; cuestan dinero. La presentación literaria es la conferencia vacía, masturbatoria, un cumpleaños. Lo que más se parece a una presentación literaria es un cumpleaños donde el celebrante se regala a sí mismo tu tiempo y tu presencia.
La presentación de un libro se origina con el propio libro, ya publicado. El ritual consiste en su autor explicándole a sus amigos cómo ha escrito el libro, de qué trata, por qué tienen que comprarlo y por qué va a fracasar: es muy bueno. El primer paso del evento es la elección de un lugar; a lo mejor el primer paso del evento es la elección de un presentador. Ahí, cada cual. El lugar se elige bajo semánticas sociales: ¿es guay, es prestigioso, está de moda, queda bien en las fotos? A veces el sitio elegido para dar el coñazo impresiona por su excentricidad o pompa: desde una carnicería a un palacio. Lo habitual es presentar el libro en una librería del centro de la ciudad. Las librerías cobran o no; o no cobran si el acto se lleva a cabo en los bajos del establecimiento y nadie lo ve. El vino, si se sirve, se cobra. Que haya vino al final de una presentación debería ser obligatorio. Acabar pidiendo perdón a los que han ido.
La elección del presentador se hace por elevación, y tiene algo de presentarle (no encuentro otro verbo) a la gente a tu novia. A tu novio. Mira qué guapo es, qué de pasta tiene, qué famoso, qué importante. El presentador o presentadora es una víctima del acto al que le invitan. Cuanto más famoso es, más víctima. El autor parasita la fama ajena, busca esa foto donde él (un mindundi) y X (premio Nobel) posan juntos, sentados en sillas similares en una mesa única y abrazados. A algunos autores se les va la cabeza y quieren que le presenten su libro dos, tres, cuatro premios Nobeles. Algunos trabajan incluso por que entre el público haya un quinto, sexto o séptimo premio Nobel. Gente famosa, en fin.
El presentador tiene una carta bajo la manga, dado que le han jodido el jueves por la noche. No leerse el libro. Camilo José Cela dijo que había presentado muchos libros sin leerlos. El presentador suele ser de mayor edad que el autor. El presentador provoca realmente que vaya gente al acto. Lo mínimo que debe hacer es no leerse el libro.
Decididos el lugar y la víctima, el autor puede hacer dos cosas: invitar activamente uno a uno a todos los ciudadanos de la población donde se celebre su presentación, o pasar. Casi todos los autores invitan uno por uno a todos los madrileños (por ejemplo) a su presentación. Si eres madrileño y no te llegó la invitación, es porque no les ha dado tiempo a enviártela. Sólo escribieron a cien mil personas.
Se empieza por los amigos escritores, se sigue por los amigos que no escriben, se continúa por los escritores que no son tus amigos y se acaba por la gente que no sabes ni quién es, pero tienes su correo. “Me haría mucha ilusión que vinieras…”. A.K.A: necesito que vengas a hacer bulto.
La obsesión del autor es que la presentación esté llena.
Esto es lo más ridículo de todo. Cualquiera conoce a 40 personas a las que, tras mucho o poco rogarles, podrías sentar en una silla junto a otras treinta y nueve sillas donde también hay sentado alguien al que se le ha rogado que haga bulto.
Una presentación literaria (un cumpleaños, ya decimos) con tu padre, tus hermanos, sus novias, sus hijos, tus primos, tus amigos y cinco o seis despistados es lo que se conoce como: un éxito.
En rigor, una payasada.
Imagina que tienes que esperar otros tres o cuatro años, mientras acabas tu nuevo libro, para ver juntos a todos tus seres queridos. Podrías juntarlos precisamente porque son tus seres queridos, sin el timing de la escritura.
Esta práctica me ha acabado repugnando. Cuando la presentación es un “éxito”, el autor no tiene tiempo de hablar con nadie, de agradecer apropiadamente la pérdida de tiempo que ha provocado en un amigo. Entonces el amigo se va para su casa sintiéndose extorsionado. Invitar a los amigos a tu presentación literaria, sobre todo si llevas publicados diez o veinte libros, es una descortesía. Es como invitar a tus amigos a verte trabajar.
La presentación perfecta es una hora o una hora y media de trabajo. No obligas a nadie a ir. Una amiga me contó de una presentación a la que fue con otra escritora y ambas se extrañaron de no ver entre el público a nadie conocido. Estaba lleno. Una pensó, de primeras, que aquello era un fracaso, porque el “mundillo” estaba ausente. La otra fue más perspicaz: “Son lectores de verdad”.
Una presentación es exitosa cuando la librería se llena con lectores de verdad, es decir, con gente que tiene interés directo en tu libro o en tu persona. Quieren escucharte hablar, quieren pasar un rato cultural, quieren que les firmes el libro, comprándolo. Nadie sabía que iban a ir.
Lo más repugnante de las presentaciones literarias es la parte del público que va a algo. Los trepas empiezan yendo a presentaciones. En el turno de preguntas, preguntan. Se ponen de pie. Han ido a eso, a ser vistos, escuchados, a que su cara de trepa empiece a sonarte. Muchos asesinos en serie empezaron yendo a presentaciones literarias.
La presentación en sí, fuera de ese epílogo autopromocional del trepa, es sólo un tiempo muerto previo a la socialización interesada. La presentación se vuelve cóctel, y se produce ese avispeo nauseabundo en el que todo el mundo mantiene conversaciones intermitentes sin mirar a los ojos a su interlocutor. Están mirando a lo lejos a ver si hay un interlocutor más importante. Cuando lo encuentran, dejan a la mitad la charla en la que estaban e inician otra, como quien pega más carteles en la siguiente pared.
El autor es feliz esa noche. Llueve.
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