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Primavera, verano, París

Me pide Miguel Munárriz un texto conjunto de algunas de las adquisiciones de la Feria del libro Antiguo de Madrid, la feria que llegó, puntual con el buen tiempo, a reconciliarnos con los libros mal llamados “de ocasión”, esa cita que nos pide que nos hagamos con un botín y que nos calma las ganas de satisfacer nuestros deseos librescos.

En esta edición me he centrado en el ensayo, en dos monografías básicas de consulta, una un must de Montabelli (sobre los griegos) y la otra un clásico sobre la Inquisición española; mientras que los otros títulos adquiridos son un ensayo sobre mujeres premio Nobel y una novela de Kafka, América.

Zenda huele ya a primavera, a una primavera. Las novedades editoriales se visten con fajas de éxito y amor entre los lectores.

En esta primavera que hemos sido electores, además de lectores, encontramos nuestro refugio en ese teatro irreverente que nos propone Guardamino y del que les hablé en esta página. No queda más que zambullirnos en la oscuridad de las salas y acudir a la propuesta original sobre el Hamlet de Shakespeare. Los Teatros del Canal se convierten en una sala de lo penal, con fiscales, forenses y abogados de la defensa, y un juez que ejerce como tal, pero que —en el ejercicio de sus funciones— es también maestro de ceremonias de este “juicio a Hamlet”, una mezcla exquisita y actual de realidad y ficción.

El teatro, como todo lo bueno de la vida, sabe a poco.

Por eso somos felices uno de los últimos domingos de mayo, tarde en que Juan Mayorga entra en la Real Academia Española de la Lengua. Allí me encuentro con Elena. Después del Please continue Hamlet (Teatros del Canal) pensamos ambas en un “por favor, ¡continúa, Mayorga!, sigue embelesándonos para siempre, con este discurso de amor a las palabras y al silencio, este discurso que presume de devoción, respeto y conocimiento del teatro y que saboreamos desde las gradas junto a muchos de tus compañeros de profesión”.

Un par de semanas después beberé las Divinas palabras de Valle-Inclán, en una propuesta afilada de la EMAD.

Teatro llama a teatro, texto llama a texto. Adquiero la obra completa de Mayorga y una antología de relatos editada por la editorial Palabrero Press, editorial que está a punto de dejarnos y de la que disfruté desmedidamente con sus Locuras (prologada por Espido Freire).

Y entremedias, dos cursos concluidos y otro par de exámenes hechos. Por esa manía que tiene una se desclavarse las espinas antes de que la sangre se seque.

Llega la Feria del Libro de Madrid. Artículo y paseo zendiano, caras amables, el sol nos marca la piel. Huele a verano. Y con este verano temprano llegan nuevos títulos, Claus y Lucas de Agota Kristof, siguiendo la recomendación de Marina Sanmartín (uno de mis faros en esto de las adquisiciones en librerías). Pienso que jamás cambiaré a un librero por un algoritmo. Un algoritmo, creo, jamás sabrá nada de mí si yo no se lo cuento. Y hago lo posible por no contárselo. Con Marina me entiendo sin hablar. Jamás he querido devolver un libro comprado por un impulso que encendió ella.

Otra de las adquisiciones de estos días es Libre, de David Bowman, profesor al mando de las Circunvoluciones zendianas. El envoltorio presume estilo y buen gusto.

¡Nos vemos, amigos, en París!

Sucede que el teatro, arte del conflicto, encuentra en silencio la más conflictiva de sus palabras: esa que puede enfrentarse a todas las demás. Sucede que en el teatro, arte de la palabra pronunciada, el silencio se pronuncia. Sucede que el teatro puede pensarse y su historia relatarse atendiendo al combate entre la voz y su silencio. Sucede que en el escenario basta que un personaje exija silencio para que surja lo teatral; basta que, al entrar un personaje en escena, otro enmudezca; basta que uno, requerido a decir, se obstine en callar. Si el silencio es parte de la lengua, lo es, y determinante, del lenguaje teatral.

(Fragmento del discurso de entrada en la RAE del académico Juan Mayorga, 19 de mayo de 2019)

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