¿Qué puede llegar a ocurrirles a los vecinos de un barrio cualquiera en estos tiempos difíciles? ¿Cómo resisten, en pleno ojo del huracán, parejas y personas solas, padres e hijos, jóvenes y ancianos, los embates de una crisis que «amenazó con volverlo todo del revés y aún no lo ha conseguido»? Los besos en el pan, la última novela de Almudena Grandes, gira en torno a esas cuestiones.
Estamos en un barrio del centro de Madrid. Su nombre no importa, porque podría ser cualquiera entre unos pocos barrios antiguos, con zonas venerables, otras más bien vetustas. Este no tiene muchos monumentos pero es de los bonitos, porque está vivo.
Mi barrio tiene calles irregulares. Las hay amplias, con árboles frondosos que sombrean los balcones de los pisos bajos, aunque abundan más las estrechas. Estas también tienen árboles, más apretados, más juntos y siempre muy bien podados, para que no acaparen el espacio que escasea hasta en el aire, pero verdes, tiernos en primavera y amables en verano, cuando caminar por la mañana temprano por las aceras recién regadas es un lujo sin precio, un placer gratuito. Las plazas son bastantes, no muy grandes. Cada una tiene su iglesia y su estatua en el centro, figuras de héroes o de santos, y sus bancos, sus columpios, sus vallados para los perros, todos iguales entre sí, producto de alguna contrata municipal sobre cuyo origen es mejor no indagar mucho. A cambio, los callejones, pocos pero preciosos, sobre todo para los enamorados clandestinos y los adolescentes partidarios de no entrar en clase, han resistido heroicamente, año tras año, los planes de exterminio diseñados para ellos en las oficinas de urbanismo del Ayuntamiento. Y ahí siguen, vivos, como el barrio mismo.
Pero lo más valioso de este paisaje son las figuras, sus vecinos, tan dispares y variopintos, tan ordenados o caóticos como las casas que habitan. Muchos de ellos han vivido siempre aquí, en las casas buenas, con conserje, ascensor y portal de mármol, que se alinean en las calles anchas y en algunas estrechas, o en edificios más modestos, con un simple chiscón para el portero al lado de la puerta o ni siquiera eso. En este barrio siempre han convivido los portales de mármol y las paredes de yeso, los ricos y los pobres. Los vecinos antiguos resistieron la desbandada de los años setenta del siglo pasado, cuando se puso de moda huir del centro, soportaron la movida de los ochenta, cuando la caída de los precios congregó a una multitud de nuevos colonos que llegaron cargados de estanterías del Rastro, posters del Che Guevara, y telas hindúes que lo mismo servían para adornar la pared, cubrir la cama o forrar un sofá desvencijado, rescatado por los pelos de la basura, y sobrevivieron al resurgir de los noventa, cuando en el primer ensayo de la burbuja inmobiliaria resultó que lo más cool era volver a vivir en el centro.
Después, la realidad empezó a tambalearse al mismo tiempo para todos ellos. Al principio sintieron un temblor, se encontraron sin suelo debajo de los pies y creyeron que era un efecto óptico. No será para tanto, se dijeron, pero fue, y nada cambió en apariencia mientras el asfalto de las calles se resquebrajaba y un vapor ardiente, malsano, infectaba el aire. Nadie vio aquellas grietas, pero todos sintieron que a través de ellas se escapaba la tranquilidad, el bienestar, el futuro. Tampoco reaccionaron todos igual. Quienes renunciaron al combate ya no viven aquí. Los demás siguen luchando contra el dragón con sus propias armas, cada uno a su manera.
Los mayores no tienen tanto miedo.
Ellos recuerdan que, no hace tanto, en las mañanas heladas del invierno las muchachas de servicio no andaban por las calles de Madrid. Las recuerdan siempre corriendo, los brazos cruzados sobre el pecho para intentar retener el calor de una chaqueta de lana, las piernas desnudas, los pies sin calcetines, siempre veloces en sus escuetas zapatillas de lona. Recuerdan también a ciertos hombres oscuros que caminaban despacio, las solapas de la americana levantadas y una maleta de cartón en una mano. Los niños de entonces los mirábamos, nos preguntábamos si no tendrían frío, nos admirábamos de su entereza y nos guardábamos la curiosidad para nosotros mismos.
En los años sesenta del siglo XX, la curiosidad era un vicio peligroso para los niños españoles, que crecimos entre fotografías —a veces enmarcadas sobre una cómoda, a veces enterradas en un cajón— de personas jóvenes y sonrientes a quienes no conocíamos.
—¿Y quién es este?
—Pues… —eran tías o novios, primas o hermanos, abuelos o amigas de la familia, y estaban muertos.
—¿Y cuándo murió?
—¡Uy! —y los adultos empezaban a ponerse nerviosos—. Hace mucho tiempo.
—¿Y cómo, por qué, qué pasó?
—Fue en la guerra, o después de la guerra, pero es una historia tan fea, es muy triste, mejor no hablar de temas desagradables… —ahí, en aquel misterioso conflicto del que nadie se atrevía a hablar aunque escocía en los ojos de los adultos como una herida abierta, infectada por el miedo o por la culpa, terminaban todas las conversaciones—. ¿Qué pasa, que ya has acabado los deberes? Pues vete a jugar, o mejor ve a bañarte, corre, que luego os juntáis todos y se acaba el agua del termo…
-
Qué listo, Da Vinci
/marzo 17, 2025/Da Vinci se había pasado treinta años observando insectos y pájaros. Dibujó bocetos de sus vuelos, de los movimientos de alas y colas, escribió dos tratados para explicar cómo vuela un objeto más pesado que el aire. Así desentrañó los principios de la resistencia del aire, del movimiento de los fluidos, del equilibrio, la estabilidad y la dirección que dan las alas. El aire es comprimible, ejerce una resistencia capaz de sostener un cuerpo, “las alas golpeando contra el aire hacen que se sostenga la pesada águila”. Los humanos solo necesitaban hacer lo mismo, armados “con grandes y ligeras alas”….
-
La heroína, en La ley de la calle (VI)
/marzo 17, 2025/Este programa, emitido el 15 de julio de 1989, incluye un reportaje sobre la heroína, el jaco, el caballo. En este episodio el protagonista es el Tío José, el rey del Pan Bendito y varios etcéteras más, un traficante con más conchas que los galápagos, al que descubrieron en su piso de protección oficial más de ochenta millones de las antiguas pesetas, alhajas y abrigos de pieles.
-
Crimen en Utopía
/marzo 17, 2025/El concepto “arcología”, fusión de arquitectura y ecología, lo acuñó en los años setenta el arquitecto Paolo Soleri, que creó un modelo pionero en el desierto de Arizona, Arcosanti. Hoy día ya existen varios proyectos en marcha: New Orleans Arcology Habitat, La Línea en Arabia Saudí, iniciado en 2021, que una vez finalizado tendrá 170 kilómetros de longitud y atravesará el desierto, o la pirámide Shimizu en Tokio, cuya construcción está prevista para 2030 y alcanzará unos dos kilómetros de altura. La urbe ecológica de ficción que describe Aguilera se llama Xingfú Weilái, Futuro Feliz en mandarín. Tiene un kilómetro…
-
El coronel ya no tendrá que esperar más
/marzo 17, 2025/El titular de El País de la página 9 del pasado 7 de marzo (por supuesto soy de los que leen los periódicos en papel) lo deja bien claro: “El servicio postal público de Dinamarca dejará de entregar cartas en 2026”. Me dije al instante: “Cuando las barbas del vecino…”. No quise saber más por el enfado y el miedo. Lo mismo ocurre con esas tormentas de verano; nos dicen que va a tronar, que caerá un buen chaparrón, pero como somos más listos que nadie, miramos al cielo y lo vemos tranquilo, en plena siesta, salimos la calle a…
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: