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Primeras páginas de Stalingrado y yo, de Friedrich Paulus

Primeras páginas de Stalingrado y yo, de Friedrich Paulus

La Esfera de los Libros publica Stalingrado y yo, una recopilación de las memorias de Friedrich Paulus, el hombre que rindió Stalingrado ante el Ejército Rojo. Inédita en España desde 1960, la obra compone un relato extraordinario y vibrante, que ofrece respuestas desde una perspectiva única y privilegiada de estos acontecimientos. Un documento histórico de gran valor para comprender la lucha por Stalingrado en su totalidad, que se recupera coincidiendo con el 75º aniversario del comienzo de la batalla el 23 de agosto de 1942, que acabó con noventa mil prisioneros de guerra y un millón de bajas totales en los ejércitos del Eje.

Stalingrado fue una de las grandes campañas libradas en el Frente del Este durante la Segunda Guerra Mundial, no solo por la crudeza de la misma, que exigió a los combatientes luchar casa por casa con un terrible coste humano, sino porque además, el simbolismo y mitificación de la batalla final impregnó la memoria de la guerra y marcó un punto definitivo de no retorno en la caída del Tercer Reich.

Stalingrado y yo da voz por primera vez el mariscal de campo Friedrich Paulus, general en jefe del Sexto Ejército; no con objeto de justificar las decisiones y medidas que en aquel entonces adop­tó el «vencido» de Stalingrado, sino para aportar finalmente una aclaración irrefutable a esa terrible pregunta sobre las causas y los efectos del descalabro del Este, que consiste en una exposición sobria y objetiva de los hechos, apoyada en documentos y testimonios.

A continuación, puedes leer las primeras páginas de Stalingrado y yo, de Friedrich Paulus.

 

PRÓLOGO

El nombre de la ciudad de Stalingrado posee aún hoy día un significa­do especial para todos los alemanes. La batalla por Stalingrado, debe con­siderarse como la más contradictoria de todas las libradas en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Cuando se discute sobre el aniquilamiento del Sexto Ejército —discusiones inspiradas generalmente por nobles impulsos, pero muchas veces por pasiones y prejuicios, sin verdadero conocimiento de causa— se atribuye, claro está, una especial importancia a la actitud adoptada por mi padre, el general mariscal de campo Friedrich Paulus. No han faltado quienes le han atacado sin consideraciones de ninguna clase. Se hace necesario, por consiguiente, estudiar fría y objetivamente las causas de aquel aniquilamiento y valorar debidamente la culpa y la fatalidad. Pero ésta no ha sido la intención de las novelas, Memorias y «relatos de hechos» que han llegado a nuestras manos. Se han limitado a crear, hasta la fecha, una serie de leyendas en torno a Stalingrado, y por ello no son de utilidad alguna a la investigación histórica.

A pesar de que en la batalla del verano de 1942 combatí como oficial en activo en un regimiento acorazado del Sexto Ejército, no puedo hablar por experiencia propia de la batalla que se libró en Stalingrado, ya que fui herido poco antes de iniciarse estas operaciones. Como tantos otros que formaban parte de las unidades cercadas en Stalingrado, asistí a la lucha del Sexto Ejército desde la patria. Siempre recordaré el contraste entre aquellos partes de guerra que no decían nada o nos llamaban a engaño y aquellas informacio­nes que recibía de las oficinas que estaban al corriente de la situación o de los testigos oculares que habían abandonado la bolsa por la vía aérea. Cuanto más oscuros se me aparecían entonces los acontecimientos, tanto más me esforcé en el futuro por averiguar la verdad.

Y recuerdo también muy bien la amargura que se apoderó de mi padre cuando al ser liberado del cautiverio ruso vio con qué ligereza y superficialidad, y también con qué prejuicios, se juzgaba los acontecimientos de los años 1942 y 1943. Lo que más hondamente le preocupaba no era la propia fama, sino la cuestión de cómo podía el pueblo alemán llegar a comprender la historia de la Segunda Guerra Mundial si se contentaba para ello con las leyendas y relatos sensacionalistas.

Mi padre expresó en muchas de las conversaciones que sostuve con él a su regreso del cautiverio ruso —a partir del año 1953, en Dresde— su intención de exponer sus experiencias de la guerra contra la Unión Soviética y manifestarse sobre la responsabilidad de la batalla por Stalingrado. Pero una grave dolencia y una muerte prematura le impidieron llevar a la práctica este propósito suyo.

Para investigar la verdad histórica he considerado necesario, hoy que nos separan ya una década y media de aquellos acontecimientos, dar a la publici­dad las notas y apuntes que escribió mi padre cuando era prisionero de gue­rra de los rusos. En 1953 se los llevó consigo a Dresde. Me dio a leer parte de sus escritos durante nuestras conversaciones en los años 1953 a 1956, y otros los hallé entre sus papeles a su muerte, el primero de febrero de 1957.

Todos los documentos se encuentran hoy en mi poder. A estos he añadido otros que hacen referencia a la carrera militar de mi padre y que habíamos conservado en nuestra familia, así como también la correspondencia oficial de los años 1940 a 1942, que, al quedar cercado el Sexto Ejército, fue evacuada por vía aérea. Con respecto a una serie de puntos he echado mano de unas anotaciones que tomé durante las conversaciones con mi padre. He confiado todo este material al Walter Görlitz para que lo hiciera público. Walter Görlitz ha tratado en diversas ocasiones, desde el punto de vista histórico, los proble­mas más relevantes de la Segunda Guerra Mundial y ha estudiado en detalle la batalla por Stalingrado; conoce, por consiguiente, el tema, su problemática y a una serie de personalidades que viven y que fueron testigos de aquellos acon­tecimientos. Con ayuda de Walter Gorlitz y la colaboración del doctor Hans- Adolf Jacobsen ha sido posible completar las anotaciones de mi padre con la publicación de otros documentos hasta la fecha desconocidos. De esta forma hemos logrado presentar, tanto por lo que hace referencia a la parte biográfica como a la documental, un nuevo cuadro de los acontecimientos históricos.

Expreso mi agradecimiento, además de a los ya mencionados Walter Görlitz y doctor Jacobsen, a aquellos que por amistad hacia mi padre me han proporcionado valiosa información: de un modo especial al general retirado Hermann Hoth, al teniente general retirado Heinrich Kirchheim, al coronel retirado Wilhelm Adam y al coronel retirado Hans-Günther van Hooven.

Estoy igualmente agradecido a aquellos señores que a instancias del edi­tor le prestaron su desinteresada ayuda. Y un agradecimiento especial dedico al coronel Thomas Young (Aquasco, Maryland, Estados Unidos), por habernos proporcionado unos documentos sobre mi padre que se hallaban bajo salvaguardia americana.

Estoy convencido de que este libro arrojará nueva luz sobre muchos hechos. Y yo seré el primero en saludar una discusión objetiva sobre el tema que tratamos en el mismo.

Cada cual habrá de juzgar por sí mismo a los personajes principales del drama. Sin embargo, no hemos pretendido presentar un auto de defensa: esto hubiese sido del todo contrario al modo de ser de mi padre. El esfuerzo de investigar la realidad histórica se nos ha antojado siempre un fin más eleva­do, y mi padre lo consideró siempre como un deber. Entrego este libro a la publicidad hondamente conmovido por el destino del Sexto Ejército.

Ernest Alexander Paulus.

Viersen (Renania), marzo de 1960.

 

PRIMERA PARTE

FRIEDRICH PAULUS

Semblanza

Wenn Dir auch scheint, dass Dir etwas schon klar ist,

Zieh es in Zweifel und gib keine Ruh.

Zweifle an allem, vas schon scheint und wahr ist,

Frage Dich immer: Wozu?

Glaube nicht, dass eine Sache nur gut ist,

Grad ist nicht grade, und krumm ist nicht krumm.

Wenn einer sagt, dass ein Wert absolut ist,

Frage ihn leise: warum?

Heutige Wahrheit kann morgen schon lügen,

Folge dem Fhtss, wo der Bergbach begann.

Lass nicht die einzelnen Stücke genügen,

Frage Dich immer, Seit wann?

Suche die Gründe, verbinde und löse,

Wage es, hinter die Worte zu seh’n.

Wenn einer sagt: «Das ist gut (oder bösejv)»,

Frage ihn leise: Für wen?

Aun cuando creas que algo aparece claro,

ponlo en duda y no reposes.

Duda de todo lo que parece ser bonito y verdadero.

Pregúntate siempre: a «¿Para qué?».

No creas que una cosa sola es buena;

lo recto no es recto y tampoco lo curvado es curvado.

Si alguien dice que un valor es absoluto, pregúntale en voz baja: «¿Por qué?».

La verdad de hoy puede mentir ya mañana.

Sigue el río desde donde comenzó el torrente.

No te basten las piezas aisladas.

Pregúntate siempre: «¿Desde cuándo?».

Busca las causas, une y disuelve, atrévete a mirar tras las palabras.

St alguien dice: «Esto es bueno (o malo)»,

pregúntale en voz baja: «¿Para quién?».

Estos anticuados versos los encontramos en una pequeña agenda de color pardusco que el mariscal de campo Friedrich Paulus usó cuando era prisionero de guerra en la Unión Soviética. Los escribió con su caligrafía característica, siempre tan regular. Pero no sabemos de dónde los sacó. «Comprobaciones necesarias», escribió sobre los mismos. Y debajo: «Autor desconocido». Siguen a continuación dos citas de Wilhelm Meister y de Homero y un pequeño resumen de sus puntos de vista sobre la batalla de Stalingrado.

A estos versos de autor desconocido podríamos ponerles un título: Friedrich Paulus. Reflejan el modo de ser de un hombre que durante toda su vida ambicionó ser justo, meticuloso; que ponderaba todos los casos y todas las situaciones para obrar siempre correctamente. Su inclinación, el destino y las circunstancias contribuyeron a que este hombre fuera soldado, oficial, general, comandante supremo de un Ejército. Se ha afirmado que Paulus hubiese resultado un excelente presidente de un tribunal supremo, puesto que para ello poseía la base y la educación necesarias; hubiese sido un alto juez ejemplar, guiado siempre por un razonamiento objetivo. Esta afirma­ción parte del hecho de que Friedrich Paulus estudió durante algún tiempo la carrera de leyes en la Universidad de Marburgo.

 

Una nueva generación de oficiales

En el antiguo Ejército del electorado de Brandeburgo y en el prusiano, y desde los tiempos del jamás olvidado Derfliinger, conocemos ejemplos más que sobrados de que un soldado valiente e inteligente, aunque fuera de procedencia humilde, llevaba el bastón de mando de mariscal en la mochi­la. Podemos afirmar que el círculo social compuesto por los altos jefes del Ejército germano-prusiano era, en los tiempos de Bismarck y del emperador Guillermo, mucho más cerrado, más delimitado que en los viejos tiempos de Prusia, cuando valía la palabra del gran Federico de que un soldado había de tener fortune, pero que esta fortune debía hallar igualmente su recompensa.

El límite inferior lo encontramos en el término medio de la burguesía culta o que gozaba de cierto bienestar material. El propietario de un comercio —¡aunque este fuera la tienda de confección más elegante, el mejor establecimiento de venta de delicados manjares o vinos, o unos señoriales almacenes que le rindieran más dinero del que ingresaba un terrateniente en Pomerania no estaba calificado para llegar a ser oficial de complemento. Y era dudoso que sus hijos pudieran llegar a oficiales. Todo esto se debía a que los ejércitos eran limitados y que los soberanos deseaban basar su poder en una oligarquía claramente definida; pero el tiempo avanza y cambia el orden social y también el valor de las cosas. Poco antes de la Primera Guerra Mundial, durante una discusión sobre la nueva reorganización y robustecimiento del Ejército solicitada por el Gran Estado Mayor, el ministro de la Guerra prusiano, general Von Heeringen, expuso su punto de vista con las siguientes palabras: «Un aumento ilimitado del Ejército «arruinará» el Cuerpo de oficiales. Estas palabras son características para la época en que Friedrich Paulus comenzó su carrera militar».

 

Los Paulus y los Rosetti Solescu

Friedrich Wilhelm Paulus nació el 23 de septiembre de 1890, a las 21.30 horas, en la parroquia de Breitenau Gershagen, casa número 95 a. El padre, Ernst Paulus, era por aquel entonces cajero del Instituto Correccional, es decir, según el concepto que privaba por aquellos días, jefe de contabilidad y de caja de una casa de trabajo y corrección. La madre, Bertha, nacida Nettelbeck, era la hija del jefe inspector y director de aquel Instituto Correccional, Friedrich Wilhelm Nettelbeck, padrino que fue del nieto que el 16 de noviembre de 1890 fue bautizado según el .rito protestante. La parroquia o comunidad de Breitenau —que en los antiguos anales del Ejército figura igualmente con el nombre de «Breidenau»— formaba parte del distrito de Melsungen, provincia de Hessen-Nassau. Era antiguo territorio de soberanía del principado de Hessen-Kssel, que en el año 1866, por orden de Bismarck, fue anexionado a Prusia. En la época nacionalsocialista, durante el tiempo en que el comandante supremo del Sexto Ejército gozó del aprecio del Führer y del ministro de Propaganda doctor Joseph Goebbels —¡por cierto fue una corta luna de miel!—, se dijo que el general mariscal de campo era «un descendiente de la mejor sangre de campesinos de Kurhessen…».

Según la tradición oral, la familia Paulus residía desde tiempos muy antiguos en Hessen y era descendiente de los hugonotes. ¡Pero esto no puede demostrarse! Como tampoco se puede probar que los Nettelbeck son oriundos de la frontera holandesa, como pretendían ellos serlo, y mucho menos aún que estaban emparentados con el célebre defensor de Kolberg, Joachim Nettelbeck.

En el siglo xix encontramos un antepasado suyo como alcalde de Lohre. Los Paulus eran campesinos, maestros, administradores de gran­jas, funcionarios, como el ya mencionado Ernst Paulus. Físicamente, los miembros de aquella familia de campesinos y pequeños burgueses de Hessen eran altos y apuestos. Un tío del mariscal de campo llevaba el apodo de «encina». Un primo del mariscal fue durante la Primera Guerra Mundial sacerdote de Hessisch-Lichtenau. De él poseemos cartas que dirigió a su célebre pariente.

Ernst Paulus fue funcionario durante toda su vida. En el año 1904 le encontramos registrado como contable de la Caja de Ahorros regional en Kassel; más tarde se trasladó a vivir con toda su familia a Marburgo: Schwanallee, 37. Del matrimonio con Bertha, nacida Nettelbeck —una familia oriunda de la región de Solingen, en la provincia de Renania—, nacieron tres hijos: dos varones, Friedrich y Ernst Paulus, a quienes la vida llevó muy lejos el uno del otro, y una niña, Cornelia («Nelly»), que permaneció soltera. Del padre, Ernst Paulus, no podemos relatar nada sobresaliente: fue un meticuloso funcionario y un hombre que, modesto por naturaleza, conocía exactamente los límites a que queda circunscrita una existencia mediocre. Se dice de la madre3 que fue una «mujer distinguida, silenciosa y paciente», muy delicada de salud, pero que soportaba sus sufrimientos sin lamentaciones.

Quien pretendiera investigar el historial castrense de esta familia de la provincia de Kurhessen —que vivía muy alejada de la tradición prusiana y cuyos miembros, desde siempre, solo a desgana entraban a prestar servicio militar a las órdenes de su soberano el Elector— debería estudiar la rama que nos lleva al abuelo por parte materna y que, según dice —erróneamente— la leyenda familiar, fue alférez en el Ejército real prusiano.

Friedrich Wilhelm Nettelbeck, de Geilenbach (distrito de Solingen, provincia de Renania), sirvió en el distinguido Regimiento de Dragones número 2 de Silesia, en Oels. Obtuvo el grado de suboficial, y se licenció después de prestar su servicio durante doce años. Entonces pasó a trabajar en los Institutos correccionales prusianos, donde llegó a ejercer el cargo de inspector director. El bueno del inspector prusiano fue destinado a la antigua provincia de Kurhessen para reorganizar allí el Instituto Correccional de Ziegenhain. Debió ser un hombre muy capaz. Lo cierto es que sus superio­res le apreciaron enormemente. La boda de su hija con un funcionario de la clase media se correspondía, por así decirlo, con la tradición de esta clase tan consciente de sus deberes y obligaciones, sin la cual no podemos imaginarnos la monarquía prusiana.

El hijo que más tarde debía alcanzar tanta celebridad y ser también tan discutido nació en una época en que esta clase social de los funcionarios pequeños y medianos estaba a punto de conquistar nuevas posiciones. Friedrich Paulus estudió en el Wilhelms-Gymnasium de Kassel y en 1909 aprobaba su bachillerato. En su certificado final de estudios consta que el bachiller Paulus tenía el proyecto de seguir la carrera de marino.

La joven Marina imperial parecía por aquellos días abrir el mundo a Alemania. Pero las ambiciones de aquel hijo de una modesta casa de burgueses eran demasiado optimistas. La Marina de guerra, la nueva arma, que de un modo lento y digno trataba de hacerse respetar frente al tradicional Cuerpo de oficiales del Ejército, era muy exigente en la selección de sus nuevos oficiales. El hijo de un inspector de Hessen fue rechazado. ¡Preferían a los descendientes de la nobleza o de padres ricos que lucieran algún título!

Friedrich Paulus no fue aceptado a pesar de que era un muchacho alto y apuesto y de que había dado innegables pruebas de ser inteligente. No poseemos testimonios de cómo acogió esta decisión. No cabe la menor duda, sin embargo, de que se dijo que pertenecía a una generación y a una capa social que debía conquistar primeramente su posición y demostrar luego su valía en una nueva organización social. Lo cierto es que todo esto influyó mucho en su actitud. Desde el punto de vista psicológico no puede explicarse de otro modo el que aquel joven tan agraciado físicamente por la naturaleza —los compañeros de armas le llamarían más tarde «Lord» o «el comandante con sex appeal»— diera tanta importancia a la apariencia exterior: lucía unos unifor­mes impecables e insistía en que los cuellos y los puños tuvieran la longitud reglamentaria, lo que hacía sonreír a su esposa e hijos.

Friedrich Paulus, que no había sido admitido en la Marina de guerra, decidió estudiar la carrera de leyes en la Philipps-Universität de Marburgo. Durante el curso de invierno 1909-1910 se matriculó en la facultad de jurisprudencia.

Sin embargo, su amor y su ambición iban dirigidos a la vida castrense. El Ejército necesitaba oficiales. No era tan exigente como la Marina de guerra. Y puesto que era del todo necesario ampliar el cuerpo de oficiales, el Estado, la monarquía, recurrió de modo harto comprensible a aquella clase social que siempre se había distinguido por la fidelidad de sus cargos. El 18 de febrero de 1910, el estudiante de jurisprudencia Friedrich Pau­lus ingresaba como cadete en el Regimiento de Infantería Margrave Ludwig Wilhelm número 111. Era costumbre en el Ejército prusiano considerar despectivamente aquellos regimientos que tenían un «número muy alto», cuyos oficiales procedían de la burguesía. Pero el regimiento de Baden, que llevaba el nombre de un gran caudillo militar de la guerra contra los turcos y en el cual en tiempos pretéritos había luchado el príncipe Eugenio de Sabo­ya por el emperador y el reino, tenía ya una tradición de tres cuartos de siglo y gozaba de mucho prestigio en Baden.

El cadete de Kurhessen, provincia que había sido anexionada a Prusia, ingresó en un regimiento que, según la convención militar entre Baden y Prusia, formaba parte del XIV Cuerpo de Ejército del Ejército prusiano. Siguió el curso habitual: cadete el 18 de febrero de 1910, alférez el 18 de octubre de 1910, visitó la Academia Militar en Engers —en un viejo castillo mandado construir por el príncipe-arzobispo de Tréveris, conde Philipp Walderdorff— y en agosto de 1911 fue ascendido a teniente.

En esta carrera resulta menos interesante su aspecto militar que el destino humano y personal. En el regimiento prestaban sus servicios dos jóvenes rumanos, dos hermanos, Efrem y Constantin Rosetti Solescu, hijos del anti­guo cónsul general rumano Alexander Rosetti Solescu (1859-1910) y de su esposa Ecaterina, nacida Ghermani (1863-1940). Alexander Rosetti Solescu había trabajado en el servicio diplomático del joven reino de Rumania. Su hermano Gheorghe fue durante largo tiempo embajador rumano en Leningrado y se había casado allí con una rusa-alemana de la nobleza zarista, Olga von Giers.

Alexander, terrateniente en Rumania, habiendo perdido, por causas muy discutidas, una buena parte de sus bienes, se retiró a vivir a su finca de Copaceni, en la Valaquia. Su esposa, descendiente de una célebre familia servomacedónica, se había separado de él e ido a vivir a Alemania con sus cinco hijos, dos de ellos varones. Poseía cartas de recomendación de la reina Isabel de Rumania y de la esposa del rey Carlos I (Carol), de la Casa de Hohenzollern-Sigmaringen, una nacida princesa de Wied, dirigidas a la corte de los grandes duques de Baden en Karlsruhe. La anciana gran duquesa Luisa era hija del emperador Guillermo I. Los Rosetti Solescu fueron admitidos como iguales en la corte.

Durante un permiso conoció el alférez Paulus, por mediación de sus compañeros de armas rumanos, a la hermana mayor de estos, Elena-Constance Rosetti Solescu, en Raumünzach, en la Selva Negra. Por aquel entonces contaba la muchacha veintiún años. El 4 de julio de 1912 se casaba el joven y apuesto teniente con la bella hija de los boyardos rumanos.

Para ambos bandos fue una boda que se salía de lo acostumbrado. El te­niente alemán eligió una esposa de la clase social más alta y noble de Ruma­nia. Lo más probable es que la orgullosa Ecaterina Rosetti Solescu — edu­cada en un medio ambiente feudal y patriarcal en los Balcanes, y que había sido inmensamente rica— aceptara en un principio con evidente recelo al joven teniente alemán, procedente de la clase burguesa. Y sin embargo, un teniente de infantería, compañero de armas de sus hijos, que se educaba en el Ejército alemán según la disciplina prusiana, gozaba de todos los derechos y privilegios sociales.

Según la leyenda, los Ghermani, la familia de la madre política de Friedrich Paulus, descendían de Germanos, el sobrino del emperador Justiniano (527-565 d.C.). Poseían el castillo Leurdeni en Valaquia. El pa­dre de Ecaterina había sido coronel serbio; su madre descendía de la casa real serbia de los Obrenovic. Y por lo que hace referencia a los Rosetti Solescu, se decían descendientes, junto con el príncipe Maurokordatos y por derecho y tradición propios, de la nobleza más antigua y señorial de Moldavia y Valaquia, los dos principados de los que, durante la domina­ción del príncipe Álexander Cuza (1859-1866), surgió el nuevo Estado rumano. El príncipe Cuza, antiguo gobernador de Galacia, estaba casado con Elena Rosetti Solescu, una tía abuela de la joven esposa del teniente Paulus. Y la bisabuela descendía a su vez de la casa de los príncipes de Stourdza.

Por consiguiente, los Rosetti —con toda probabilidad llegados en la Edad Media a Rumania procedentes de Génova, y que florecían en dos ramas: los Rosetti Solescu, según la finca patriarcal Solesti, cerca de Jassy, y los Rosetti Tetzeanu, de Bacau— pertenecían a la clase social de los grandes terratenientes rumanos: una clase social poco nutrida y cuyos miembros fueron muy ricos hasta principios del siglo xx. La gran guerra de los cam­pesinos rumanos en los años 1906-1907 y la subsiguiente reforma agraria socavaron en gran medida la base económica de esta clase social, los grandes terratenientes. Sin embargo, las familias como los Rosetti, los Stourdza, los Ghika, los Cantacuzino o los Stribey continuaron desempeñando un papel de primerísima importancia hasta que los soldados del Ejército Rojo hicieron su entrada en Rumania en el año 1944.

La boda con Elena-Constance Rosetti Solescu —llamada «Coca» por sus familiares— no solo representó para el futuro mariscal un gran avance en el aspecto social, sino que debía resultarle también muy útil en otro aspecto, puesto que el destino le llevó durante la Segunda Guerra Mundial a estable­cer íntimo contacto con el Ejército rumano. No solo le allanó el camino para ingresar en el gran mundo de la vieja Europa que se hundía ya en sí misma, sino que proporcionó a su existencia privada un carácter muy diferente de lo que hubiese sido en el hogar de un sencillo oficial. Le confrontó también, sin embargo, y de esto trataremos con más detalle, con el Tercer Reich bajo la dominación del tribuno popular Hitler, con su invencible y aristocrático escepticismo frente al plebeyo que pisoteaba todo orden social tradicional.

Elena-Constance Paulus, nacida el 25 de abril de 1889 en la calle Visa­rion de Bucarest —entre los testigos en el certificado de nacimiento figura el príncipe Cantacuzino, de religión grecocatólica—, debió ser en todos los sentidos una mujer extraordinaria, y no solamente por lo que hace refe­rencia a sus cualidades físicas, sino por su gran inteligencia y comprensión. Educada en su juventud según el modelo francés en el convento de Notre Dame de Sion, en Constantinopla, hablaba el francés mucho mejor que el alemán cuando llegó con su madre a Alemania. La muchacha se entregó en cuerpo y alma a Alemania, estudió bajo el patrocinio de la anciana gran du­quesa Luisa en el Instituto Victoria de Karlsruhe y, como toda la familia, fue admitida como igual en la corte de esta ciudad. La madre, por el contrario, guardó hasta la muerte ciertas distancias con los alemanes, a pesar de que sus dos hijos, Efrem y Constantin, lucharon por el Reich cuando estalló la guerra; ella no lograba asimilar las nuevas conquistas sociales y la progresiva democratización del país.

El matrimonio con el oficial alemán de modesta clase burguesa resistió firme todos los avatares. Nacieron tres hijos: una niña, Olga (1914), que más tarde casó con el barón Von Kutzschenbach, y dos niños gemelos (1918), Friedrich y Ernst Alexander, los dos oficiales en activo bajo las banderas del Tercer Reich. Friedrich Paulus era capitán cuando cayó en el campo de ba­talla italiano, en febrero de 1944, en los combates de Anzio-Nettuno. Ernst Alexander Paulus, capitán también —propuesto para seguir su carrera militar en el Estado Mayor—, terminó la guerra como «detenido por razones de familia» cuando su padre, en 1944, pasó a ser prisionero de guerra de los rusos y declaró contra Hitler. Elena-Constance Paulus murió en 1949 en Baden- Baden. La esposa del mariscal había vuelto despectiva la espalda al funcionario de la Gestapo que, por orden superior, la invitó a renunciar al apellido Paulus —maldecido por el Führer— si quería eludir cualquier represalia. Esto ocurría a fines de otoño de 1944, cuando la antigua Rumania expiraba ya y el régimen de Hitler estaba señalado por la muerte.

Autor: Friedrich Paulus. Título: Stalingrado y yo. Editorial: La esfera de los libros. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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