Una antigua noticia, aunque parece de antes de ayer, dice: “… Mariano Rajoy ha restado importancia al cambio climático aludiendo a un primo suyo, catedrático de Física de la Universidad de Sevilla. “Yo de este asunto sé poco, pero mi primo supongo que sabrá. Y continuó: ‘Oiga, he traído aquí a diez de los más importantes científicos del mundo y ninguno me ha garantizado el tiempo que iba a hacer mañana en Sevilla, ¿cómo alguien puede decir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?” Y no satisfecho por tamaña barbaridad, espetó: “Por ello, no podemos convertir esta cuestión en el gran problema mundial”.
Por si acaso el presidente en funciones de este país en funciones aún no se hubiera caído del guindo le voy a recomendar dos libros que, estoy completamente seguro, nunca leerá. El primero es una novedad novedosa –que diría Gloria Fuertes– titulado: La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander Humboldt (editorial Taurus), escrito por Andrea Wulf. Del prólogo de este magnífico libro entresaco el siguiente párrafo que tiene más de 200 años:
“Después de ver las devastadoras consecuencias medioambientales de las plantaciones coloniales en el lago Valencia de Venezuela, en 1800, Humboldt fue el primer científico que habló del nocivo cambio climático provocado por el ser humano (…) advirtió de que los seres humanos estaban interfiriendo en el clima y eso podría tener unas consecuencias imprevisibles para las futuras generaciones«.
El otro libro que le recomiendo vivamente al funcionario en funciones es: Física para futuros presidentes, (Antoni Bosch, editor), de Richard A. Muller, porque no se puede aguantar tanta incultura y tanto desprecio por la ciencia. La editorial Pasado & Presente acaba de publicar otro libro de este autor, Ahora. La física del Tiempo. Según Richard A. Muller, “cualquier persona que se interese por la marcha del mundo ya sabe mucho del tema, pero como dice el exvicepresidente estadounidense, y Premio Nobel de la Paz, Al Gore, en su documental Una verdad incómoda, el problema de la mayoría de la gente no es la ignorancia, sino el conocimiento de muchas cosas que no son ciertas”.
Y como no hay dos sin tres, a este registrador de la propiedad que aspira a ostentar por enésima vez la presidencia de un país llamado España –que no ha pisado un teatro ni un cine ni un espectáculo de danza ni una librería ni una biblioteca ni un museo…–, le recomiendo otro libro. Se trata de Desde el jardín, de Jerzy Kozinski, una novela que tuvo muchísimo éxito y que fue llevaba al cine como Bienvenido Mr Chance, protagonizada por Peter Sellers.
Esta es la sinopsis: el señor Chance es un sencillo jardinero con cerca de sesenta años, con no demasiadas luces e incapaz de leer, que ha vivido y trabajado durante la mayor parte de su vida en una casa de Washington, en donde ha estado cuidando las plantas y el jardín. Totalmente aislado de la realidad, toda su relación con el mundo exterior ha sido a través del televisor que apenas entiende y con el que siempre anda zapeando de canal en canal. De hecho, cree que todo es así, como él lo ve en la pantalla, y fuera de eso nada le conmueve. Pero cuando el señor de la casa fallece, Chance es desalojado de la vivienda. Sin dinero, sin documentación y sin idea de cómo sobrevivir comienza a caminar, sin rumbo, por las calles de la ciudad en donde encontrará personajes que le obligan a enfrentarse con una realidad totalmente desconocida para él, y ante los que dará la sensación de ser un sólido, próspero e inteligente hombre capacitado para realizar grandes negocios. Esta falsa imagen, que los nuevos conocidos reciben de él, va a determinar su destino, en el que hallará el amor con una hermosa mujer, el afecto de un poderoso amigo y, por una serie de malentendidos, será propuesto para ser Presidente de los Estados Unidos.
Kosinski construyó un relato sin final aparente, pero con una clara moraleja implícita sobre la simplicidad de aquellos que detentan el poder.
Pero este libro, claro, tampoco lo leerá el ínclito presidente en funciones, no vaya a ser que le recuerde a alguien cuando se mire al espejo.
MÁS LIBROS, POR FAVOR
El poeta y novelista Ernesto Pérez Zúñiga (No cantaremos en tierra de extraños. Galaxia Gutenberg, 2016), tiene una receta favorable a la lectura, que ahora copio yo con mucho gusto porque todo me parece poco para atacar a los piratas y a la vez reivindicar el valor del libro y la lectura. Lo ha llamado Recetas infalibles y dice así:
Comprar y leer libros. No piratearlos nunca. No sustituir las horas de lectura por un vagabundeo por redes sociales, internet. Presumir de libros. Llevarlos al café y al parque. Manifestarlos en el metro. Dedicarles los momentos de espera: abrirlos en los semáforos y en el portal, mientras un cómplice nos abre la puerta. Comerlos entre horas. Usarlos en cualquier postura. También en el baño, siempre que se repongan. Camuflarlos detrás del paquete de lentejas y café. Entre la ropa del armario. Dentro del lavavajillas (en la buena época, se inventó el libro sumergible). Leer, en fin, libros consistentes y presumir de ello. El que no lo haga es tonto.
Por su parte, el Premio Nadal, José C. Vales (Cabaret Biarritz, Destino, 2015), escribió en su blog (Las luciérnagas no usan pilas) su Receta:
Insistiré en que creo que cada cual puede hacer lo que le venga en gana en este mundo libresco siempre que no cometa delitos, ni robe, ni plagie, etcétera, y se someta a las leyes y a las normas elementales de educación. No tengo opinión sobre quienes tienen otros gustos u otras preferencias, y si leen en e-books o en estelas funerarias, en megalitos, en planchas de cobre, en puertas de baño, en ordenadores, en teléfonos o en papiros es cosa de cada cual, y a mí ni me va ni me viene. Ni los juzgo ni evalúo su capacidad para asumir la modernidad. Y espero que tengan la bondad de hacer lo mismo conmigo, aunque sólo sea por piedad y misericordia: los libros son mi antídoto contra la cháchara inútil y el herrero que me libera de la servidumbre.
¡Saludos, luciérnagos!
CODA
Y como hoy va de frases, aquí dejo estas dos. Una del poeta, crítico, historiador, etc., Ives Bonnefoy, fallecido el pasado mes de julio: “La sociedad sucumbirá si la poesía se extingue”.
La otra es de Einstein (del que poco más puedo añadir), que dijo: “Si desaparecieran las abejas, a la humanidad sólo le quedarían cuatro años de vida. Sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres“.
A mí me parece que entre Bonnefoy y Einstein está todo el entramado espiritual y físico del mundo.
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