Oh, Carvalho, no seas idiota y reconoce que también es probable que tu Novia Zombie no haya venido porque no quiere seguir con esto, porque ha calculado y optado por futura maternidad, nivel de vida y un cajón de pastillas a un autónomo de cuota mínima, mujeriego feminista, amante subnivel supervivencia y un cajón de calcetines negros y dos de deporte lavados y doblados desde los victoriosos años noventa, fecha del último recibo pagado a Gimnasio Colón. Admítelo: no eres para nada una buena inversión. Con lo bien que te iba todo cuando apenas eras verosímil. Levanto el segundo botellín alemán. Te saludo y te añoro, Escritor, vecino, padre, vampiro. Qué fácil es la vida cuando alguien la ordena y pone causas y efectos, réplicas inteligentes, un final sensato. Me miro desde fuera como él me miraría hoy y me sacaría a hostias del libro que estoy mentalmente escribiendo de esto. Eres puro cliché, Pepe: borracho, solo, desnudo y desesperado. Así que, para evitar chapotear aún más en lugares comunes, me acerco al armario y cojo un bote de golosinas —gentileza del hotel literario— y, entre la cerveza y los plátanos de dulce, ya soy menos pasto de libro y más yo”. Después de mucho pensar cómo empezar un artículo sobre un libro que significa tanto, de un autor que me importa tanto, me he decidido por dejárselo. Porque este inicio, recogido en las primeras páginas de Problemas de identidad (Carlos Zanón, Planeta) reúne la esencia de un libro, de un personaje, de un estilo, y de una apuesta.
Si empiezo por las cosas que me tocan la fibra en este libro (Madrid, Barcelona, Negra y Criminal, Chandler, Manchette, John Ford, el amor, así, por empezar) no acabo. Si reincido en las filigranas de peso medio con pegada, los mejores, con las que Zanón acomete el reto suicida de resucitar a Carvalho, de dar la mano a Montalbán —creador del noir mediterráneo— y decirle “mira lo que hago, querido maestro” me temo que me voy a repetir, porque este artículo llega cuando ya se ha escrito mucho. Así que, con el Madrid-Barça de fondo voy a dejar aquí mis tripas, como si lo tuviera enfrente, pinta en mano, que es como siempre nos hemos entendido. Y me disculpan si sale un poco impresionista.
Zanón rescata o continúa o reinventa, todavía no lo sé bien, a Carvalho, al honesto, a veces macarra, a veces viejuno y siempre auténtico Carvalho. Y lo hace suyo. Nunca más veremos a Carvalho igual, y eso es genial. Aquí Zanón coge al “viejo cascarrabias desde los siete años” y lo enamora de una zombie imposible, le endosa una enfermedad que lo amarga. Hay amor fatal, porque esto en el fondo es un clásico y hay una mujer fatal, pero del siglo XXI. La nostalgia existe porque es inevitable pero como dice Zanón, porque hay veces que habla él, aquí no hemos venido a llorar por tiempos que no lo merecen. Amén.
El tema autorreferencial, inventado por el propio Montalbán en Interviú, lo resuelve el autor así: “Ojalá hiciera con mi vida una novela que pudiera entender y que, al cabo de 300 páginas, se resolviera con algo de verosimilitud, entrando al poco en el olvido, sin cicatrices”. Pues eso.
Este Carvalho cocina, y muy bien, pero después lo tira. Casi lloro cuando va a la basura ese maravilloso hígado con puerros y Calvados. Creo que desde Balneario no se había visto un Carvalho tan acabado. Dice Zanón que no quería repetir lugares, manías, comidas, bares y vicios. Y para bien.
Creo que Zanón gana a Montalbán en ironía autorreferencial. Quizás porque el personaje es más consciente de sí mismo y porque su creador del siglo XXI quiere tener más pegada aquí. Ser sincero cuando se está solo no tiene mérito u “ojalá esto fuera una novela de policías” o “yo me leía hasta que me dejé de leer” o “no sé amar, solo cuidar. A los demás . Yo no me importo mucho” y así; cualquier buen lector habrá encontrado sus frases. “Esa era la idea: conocimiento, ética y decepción”, me confiesa el autor.
Hallazgos, porque no me resisto: que resuelva lo de Charo hablando poco de ella queda lejos e igual es lo mejor; que Biscuter esté en Máster Chef, por joder; que escarmiente a los macarras de siempre, en versión adolescente, qué gustazo; que en medio de todo esto haya una trama policial creíble pero sin un tratado social endosado, para qué si ya hay mala baba por todas partes; que el Tema,con mayúsculas, y las banderas idiotas, estén ahí pero no monopolicen; llorar un rato con episodios como el de Nani, digna señora con cáncer con la que Carvalho se encuentra en el hospital San Rafael —parte de mi vida— y que da lecciones sin moralismo; Subirats, contrapunto inmoral que baja a Carvalho a la tierra, tipo que no nos gusta pero al que necesitamos; el refugio de la filmoteca. Podría seguir, podría redundar. Para qué.
Dice un personaje de Los mares del sur que el placer de comer hay que aprenderlo en los 30, que es la edad en la que uno deja de ser un imbécil y a cambio paga el precio de empezar a envejecer. Si este Carvalho fuera el de Montalbán, tendría 85 años y no es así. Y nos da igual. Me gusta hacerme mayor junto a novelas como Problemas de identidad, ver la vida junto a este Carvalho, pensar en la próxima novela de Zanón.
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Autor: Carlos Zanón. Título: Problemas de identidad. Editorial: Planeta. Venta: Amazon y Fnac
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