Javier García Sánchez ha escrito una novela, Vida de un espejo, precisamente desde el punto de vista de un espejo. Y no solo ha salido airoso del desafío, sino que ha conseguido sostener una tensión elaborada sobre la base de un único ingrediente: la inteligencia narrativa. La creación de una historia a partir de semejante narrador demuestra que García Sánchez sigue siendo uno de los autores más osados del panorama literario contemporáneo.
En este making of, Javier García Sánchez explica el germen de Vida de un espejo (Huerga y Fierro).
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En teoría, pocas cosas hay tan estimulantes para un autor como la de explicar el proceso de gestación de alguna de sus obras. Parece que así se justifica del todo. Ante sí mismo, siquiera eso. Proceso de Gestación… suena bien, en efecto. Pero tal hecho acaece sólo en teoría. En la práctica viene la Vida con su permanente Proceso de Rebajas y todo tiende a distorsionarse. La mayor parte de los procesos de gestación tienen una estructura interna similar. Sin embargo, los hay más confusos y, en cierta manera, inexplicables. El que afecta a Vida de un espejo es de estos últimos. Cabe decir: todavía ni yo lo entiendo.
De entrada hay que situarse en los albores del nuevo milenio. Estaban pasándome cosas, aun en estratos inferiores. Me di cuenta de que, siendo de natural proclive, como autor y como persona, a los temas oscuros, también quería, es más, necesitaba, escribir un libro que no deambulase por la zona de las tinieblas, sino de la luz. Ahí era nada, afrontar yo el reto de un libro luminoso, bonito, positivo… de alguna forma, templado. ¡Ese no era yo! Pero sí, también anidaba en mí una fracción de persona con tales inquietudes. Fue la única vez en la vida en la que me supe no sólo completamente enamorado, sino entregado a la propia vida, a sus contingencias y resortes. Un ser querido y paciente me había enseñado a dos cosas: escuchar y mirar, que no es lo mismo que oír y ver. Aquello me había revuelto. Sin saber la causa, volvieron ciertas obsesiones narrativas que me perseguían durante mi juventud. Tras la lectura de una novela de Boris Vian, La espuma de los días, supe que mi conmoción se debía a un descubrimiento. Allí, entre sus páginas, de pronto, y como si tal, hablaban los objetos, o los ratones, o las flores. Decepcionante que el mundo no se parase en seco después de esa revelación, pero así fue. Todo siguió igual de mecánico, de vulgar. No obstante, yo había entrado en colapso… Insuflar vida a lo inanimado no parecía un flojo desafío.
Fue en dicha tesitura, supongo, cuando me di cuenta de que todo estaba ya escrito dentro de mí, y únicamente faltaba palpar la espoleta que activase la deflagración. Por supuesto, un pequeño milagro se produjo: acepté la sugerencia de una amiga para acompañarla a un recado “curioso” que debía hacer. Lo anómalo es que yo fuese, pero fui. Mi amiga iba a un gigantesco trastero de muebles y objetos antiguos. Aquello era inmenso. Salas y salas. Pisos y pisos atiborrados hasta la techumbre de viejos muebles. Tan bellos. Tan silenciosos. Y de repente… la duda. ¿En verdad permanecían silenciosos? Y ahí, a modo de supernova, en un nanosegundo, nació la novela. Luego llegó el consabido protocolo psicológico de cualquier autor literario atacado por un tema. Buscar el idóneo espacio creativo, los tempos de la gestación, etc. Luego siguió otra suerte de locura. Conseguí escaparme al Norte con folios, estilográfica e imaginación. Como poseído, en escasos días clavé literalmente la historia. Fue una primera versión, sí. Sabía que era necesario darle más cuerpo a ese espejo parlanchín, a ratos pedante y otros, eso quería yo, también entrañable. Aún no había concluido el primer lustro del milenio. Posteriormente el texto permaneció en una especie de sarcófago, muerto en vida, o quizá latiendo más allá de lo tangible. Y llegó la pandemia. Con ella, el miedo, el absurdo y esa sensación que moría para siempre un viejo mundo, por mucho que el nuevo nos complaciese.
Comprendí que urgía el momento de retomar definitivamente Vida de un espejo. Era menester abrir las esclusas conteniendo toda esa poesía, o mejor, toda esa visión filosófico-poética, que me acosaba sin tregua. Además, iba a ser mi “último libro bueno”. Ya no tenía excusa. Algo o alguien, una Voz, me hizo ver que toda mi vida, desde los quince años, edad en la que empecé a escribir, quise atreverme a poner sobre el papel ya no una simple frase sino un concepto. Y lo hice. Puse esa frase-pensamiento-concepto en la página número 20 del libro. Tras ese acto no podía haber vuelta tras. Y no la habrá.
En la actualidad vivo, a duras penas sobrevivo, en un mundo que me es decidida e irresolublemente hostil. Así que disimulo como puedo, lo que no resulta fácil para quien desde su adolescencia tuve una innata atracción por la figura de San Pedro de Alcántara. Llega el momento de optar por el mutismo selectivo.
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Autor: Javier García Sánchez. Título: Vida de un espejo. Editorial: Huerga y Fierro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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