El título de este libro del poeta, editor y traductor Jesús Munárriz, Los ritmos rojos del siglo en que nací. Un cuento triste (Ediciones Hiperión), tiene ritmo de jaiku sin serlo. Dice su autor que “al empezar a escribirlo se titulaba Del siglo en que nací; luego le antepuse, recobrándolo, el título del primer libro de Borges, nunca publicado, Los ritmos rojos”. Las conclusiones a las que los poemas le fueron llevando hicieron que añadiera el subtítulo de Un cuento triste.
Estos textos se han ido escribiendo a lo largo de una década y su terminación coincide con el centenario de la Revolución Rusa, que está en el origen de su escritura.
Publicamos el primer poema del libro:
PROEMIO
1917-2017
¡Cayeron las altas torres;
en un basurero están
la corona de Guillermo,
la testa de Nicolás!
Antonio Machado (1919)
Mil novecientos diecisiete
no arrancó con buen pie. Tras tres años de guerra
se desangraba Europa al este y al oeste,
seis mil hombres diarios
morían en los campos de batalla
y nadie parecía querer interrumpir
la destrucción, la hambruna, la matanza.
Pero en febrero en Rusia en Petrogrado
primero las mujeres, luego trabajadores
y soldados, hartos de privaciones
se sublevaron contra el zar y éste, en primavera,
prisionero, falto de apoyos, abdicó.
Unos meses más tarde, en otoño, en diez días
que al mundo estremecieron,
con un golpe de mano
tomaron el poder los bolcheviques
que encabezaba Lenin
y en nombre de éste, Trotsky
firmó poco después con los imperios
centrales un tratado
que acabó con la guerra en el frente oriental.
Caerán cuatro coronas en los meses siguientes
y correrá la historia por cauces imprevistos
durante mucho tiempo.
En ese mismo año
se aparecía a algunos en Fátima la Virgen,
fusilaban en Francia a Mata Hari,
Calleja publicó Platero y yo,
don Antonio Machado sus primeras Poesías completas,
y en Nueva York el hijo de un notario normando
subvencionado por su padre y huido de la guerra,
expuso un urinario
haciéndolo pasar por una obra de arte
para ejemplo, modelo y acicate
de una inmensa legión de papanatas
del universo mundo hasta el día de hoy.
¿A qué responde el caos?
¿Qué circunstancias, qué casualidades
y qué causalidades
entretejen la urdimbre, el devenir
de nuestra especie en el planeta?
¿Qué millones de datos se conjugan,
se entremezclan, concuerdan
para que sobrevenga un cambio de rasante,
para que el falso orden abra paso al desorden
justiciero,
la rutina a los sueños?
Siempre en marcha proyectos, designios, voluntades,
pero también azar, ocasión, imprevistos,
y no hay computación capaz de barajar
los infinitos datos accesibles
y predecir lo impredecible.
Son muchas voluntades, ¿pero quién, pero qué
las guía y coordina,
las encamina al triunfo?
¿Qué hace que cuajen las revueltas?
¿Qué marca un rumbo al caos?
Hace un siglo se dio en Petrogrado
uno de esos álefs
en que lo aleatorio desplazó a lo posible,
a lo previsible.
Cambió de las manos del zar el poder
a las manos del pueblo;
todo se dio la vuelta.
Ha transcurrido un siglo,
el siglo con más muertos de la historia,
(más muertos prematuros, programados)
y aquella fecha única,
que proclamaba un antes y un después,
que estaba inaugurando
un futuro mejor, un mundo nuevo
sin explotados, sin explotadores,
ha pasado al archivo
con la rotundidad de lo definitivo
y la complejidad de lo opinable,
de lo juzgable, de lo interpretable.
No resultan de fácil moraleja
vistas de lejos las revoluciones.
Hoy,
de la Rusia de hoy
¿qué dirían aquellos bolcheviques,
qué los soviets de obreros y soldados?
¿Y Vladímir Uliánov?
¿Y los rusos de ahora
qué opinan del pasado y del presente
suyos?
Las cosas han cambiado mucho en estos cien años
y la historia-ficción carece de sentido.
Todo fue como fue, todo es como es,
y los hombres disfrutan y sufren y perviven
y las mujeres además engendran hijos
y la especie procrea y progresa y prosigue
nadie sabe hacia dónde o para qué,
y las generaciones se suceden y heredan
el pasado y sus fechas y conmemoraciones.
Han pasado cien años
y tantas cosas buenas desde entonces
y tantas cosas malas.
Sigue rodando el mundo, y los humanos
siguen sin aprender a disfrutarlo
en paz, en convivencia, con justicia.
Siguen gozando los privilegiados,
siguen sufriendo los desposeídos.
Han pasado cien años
desde aquella batalla que ganaron los pobres
y cuyas consecuencias no supieron
proteger, conservar, consolidar.
Han pasado cien años
y en la lucha de clases van ganando los ricos
y no se ve la forma de acabar
con su cinismo y su rapiña.
Han pasado cien años
y no va a ser posible que se presente otro
mil novecientos diecisiete.
Demostró el siglo xx que se puede
conquistar el poder en el nombre del pueblo
pero no devolvérselo
ni aún menos suprimirlo.
No hay tierra firme para la utopía.
Los versos que ahora siguen
pretenden resumir ese siglo en que el hombre
vislumbró el paraíso
pero no fue capaz de conservarlo.
Como no acabó bien,
los he subtitulado un cuento triste.
Sirva de aviso y advertencia
a quienes vuelvan a marchar por parecidos vericuetos
y de incentivo a los osados
que se crean capaces de hacer mejor las cosas
ahora,
aquí,
en el planeta.
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