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Prólogo a La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec

Prólogo a La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec

La vida, instrucciones de uso fue considerada desde su aparición como una obra maestra, y con los años su importancia no ha dejado de crecer. Anagrama ha sacado una edición especial para celebrar el 40 aniversario del libro. Zenda ofrece el prólogo de esta nueva publicación firmado por Pablo Martín Sánchez.

PRÓLOGO: «LA VIDA INSTRUCCIONES DE USO»

INSTRUCCIONES DE USO

(UN EPÍLOGO POR ANTICIPACIÓN)

A la memoria de P. O.-L.

Una vez más, fui como un niño que juega al

escondite y que no sabe qué teme o desea más, si

permanecer escondido o ser descubierto.

Georges Perec,

W o el recuerdo de la infancia

Prologar el libro que me hizo escritor no es tarea fácil. Motivo de más para intentarlo. Pero ¿cómo escribir un prólogo que contente a la vez a los que aman a Perec (que son legión) y a los que no lo han leído nunca? Como entiendo que los primeros no comprarán esta edición (hace ya tiempo que tienen el libro en alguno de sus plúteos de honor, subrayado y anotado), será mejor que lo escriba para aquellos que –parafraseando a Borges cuando hablaba del Quijote– tienen la inmensa fortuna de no haberlo leído todavía. Aun así, espero que si algún perecófilo se anima a recorrer estas líneas encuentre al menos el placer de la reminiscencia, el grato sabor de la magdalena proustiana.

El 10 de septiembre de 2018 se cumplirán cuarenta años de la primera publicación en francés de La vida instrucciones de uso, de Georges Perec, un libro total, una obra-mundo, «el último verdadero acontecimiento en la historia de la novela», según dejó dicho Italo Calvino poco antes de morir. Hasta la fecha, el lector español se ha tenido que enfrentar a semejante monumento literario a bocajarro, sin propedéutica alguna (excepto los socios del Círculo de Lectores, que pudieron gozar del magnífico prólogo de Rafael Conte). Aunque tal vez sea esa la mejor manera de hacerlo. Por eso este prólogo es, en realidad, un epílogo por anticipación: porque las buenas novelas, como los buenos electrodomésticos, no necesitan libros de instrucciones para funcionar. Que el lector ávido de emociones fuertes se salte estas páginas preliminares y regrese después para seguir leyendo. Tal vez encuentre entonces algunas claves que lo animen a hacer lo que hay que hacer con los clásicos: releerlos.

Georges Perec (1936-1982) es, sin duda, uno de los autores franceses más interesantes del siglo xx, y uno de los más eclécticos que ha dado la literatura universal, quizá por su declarada pretensión de no repetirse nunca, a la que él mismo aludía: «Jamás escribí dos libros semejantes, jamás tuve deseos de repetir en un libro una fórmula, un sistema o una manera elaborada en un libro anterior.» De hecho, su obra es hasta tal punto poliédrica, que podríamos llegar a hablar de cuatro Perecs diferentes: el sociológico, el autobiográfico, el oulipiano y el novelesco (o novelero, en el mejor de los sentidos). El primero es el apasionado por escrutar lo cotidiano, lo común, lo infraordinario, aquello que ocurre cuando no ocurre nada (Las cosas, Especies de espacios o Tentativa de agotamiento de un lugar parisino serían buenos ejemplos de ello); el segundo es el Perec obsesionado por la memoria (de origen judío, su padre murió en combate durante la Segunda Guerra Mundial y su madre en el campo de concentración de Auschwitz), con libros como W o el recuerdo de la infancia, Me acuerdo o La cámara oscura; el tercero es el autor lúdico, amante de los juegos verbales y deudor de las investigaciones llevadas a cabo por el Ouvroir de Littérature Potentielle (el propio Perec se consideraba como un producto del Oulipo y reconocía que su existencia como escritor dependía al 97 % del hecho de haber entrado en el grupo en un momento clave de su carrera), con obras como El secuestro, Les Revenentes o Alphabets, estas dos últimas aún sin traducir a nuestro idioma, con la excepción de un pequeño fragmento de Les Revenentes traducido por el oulipiano Eduardo Berti; por último, el cuarto Perec es el escritor que disfruta con las historias y las peripecias, los libros de aventuras y los folletines a lo Dumas padre o a lo Julio Verne: el que pretende escribir libros que se devoren, según sus propias palabras, «de bruces sobre la cama». Buena muestra de ello sería La vida instrucciones de uso, si bien es cierto que la opera magna de Perec consigue la cuadratura del círculo: reunir en una misma obra al Perec socioló- gico, al autobiográfico, al oulipiano y al novelesco.

La vida instrucciones de uso es la historia de un inmueble, y Georges Perec no es solo su arquitecto, sino también su promotor, su constructor, su aparejador, su maquinista, su albañil, su electricista, su solador, su carpintero, su pintor y hasta su interiorista, mientras que al lector le está reservado un papel no menos importante para que una casa sea una casa (del mismo modo que un libro que no se lee es un libro que aún no existe, como decía Maurice Blanchot): el de inquilino. No en vano, el propio Perec declaraba poco después de la salida del libro que «los dos verdaderos personajes de la novela son el autor y el lector, y la novela es lo que sucede entre ellos».

El inmueble está situado en el número 11 de la imaginaria rue Simon-Crubellier de París y la acción se desarrolla poco antes de las ocho de la tarde del 23 de junio de 1975 (una fecha ligada, por cierto, a la biografía íntima de su autor). En dicho momento, la fachada del inmueble desaparece como por arte de birlibirloque y nos convertimos en voyeurs que contemplan de manera instantánea y simultá- nea la vida de los habitantes del edificio. El propio Perec reconoce haberse inspirado en El diablo cojuelo de Lesage, en una escena representada en el Genji monogatari emaki o, más particularmente, en el dibujo de Saul Steinberg The Art of Living, que muestra un edificio al que le han quitado una parte de su fachada. Pero tal vez para el lector español exista un referente más cercano: la famosa 13, Rue del Percebe de Francisco Ibáñez, que parece improbable que Perec conociera, a pesar del galicismo y de que el nombre de la calle empiece con un anagrama de su apellido… En cualquier caso, a partir de esa fecha concreta, la narración va retrocediendo en el tiempo para contarnos la vida de los habitantes del inmueble, de tal modo que la historia acaba abarcando más de un siglo.

La vida instrucciones de uso puede leerse así como una crónica de los años setenta o como un gran fresco de la sociedad francesa del siglo xx, pero es sobre todo una novela de novelas (de ahí que lleve en su versión original el subtítulo de «Romans», en plural), una novela de vidas cruzadas con más de cien personajes principales, aunque la trama central acabe girando en torno a dos de ellos: el millonario Bartlebooth (cuyo nombre es un acrónimo del Bartleby de Melville y del Barnabooth de Valery Larbaud) y un constructor de puzzles llamado Gaspard Winckler (un nombre que Perec ya había utilizado en novelas anteriores). Todo empieza cuando Bartlebooth decide dedicar su vida a un proyecto tan ambicioso como absurdo y arbitrario: viajar durante veinte años por el mundo entero con el objetivo de pintar una acuarela cada quince días, mandársela a Gaspard Winckler para que la convierta en puzzle y dedicarse luego otros veinte años a recomponer los rompecabezas, recuperando las acuarelas mediante un proceso de «retexturización» y devolviéndolas al lugar donde fueron pintadas para someterlas a una solución detergente que las deje de nuevo como un folio en blanco.

Pero más allá de la(s) historia(s) que nos cuenta Georges Perec, más allá de la escritura de una aventura, La vida instrucciones de uso es también la aventura de una escritura (por usar el afortunado quiasmo de Jean Ricardou), pues el autor oulipiano pone en funcionamiento todo un entramado de mecanismos y reglas de composición internas que convierten la novela en una máquina de generar historias, en una «pompe à imagination» (una bomba de imaginación), como a él mismo le gustaba decir. Estas reglas de juego que el escritor se impone libremente para potenciar su creatividad, y que pueden ser de orden lingüístico, pero también matemático o de otra índole, es lo que en la jerga oulipiana se conoce como contraintes, término que podría traducirse como traba, restricción, constreñimiento o constricción, y que constituye uno de los pilares de los trabajos del Oulipo. No es este el lugar adecuado para abundar en el concepto ni para analizar con detalle los procedimientos utilizados por Georges Perec en la construcción de su gran novela, pero bastará con mencionar dos de ellos para dar cuenta del grado de complejidad que pueden alcanzar: la poligrafía del caballo de orden 10 (que le sirve para ordenar los 99 capítulos del libro sin recurrir a la previsible linealidad –planta por planta y apartamento por apartamento, como había hecho ya un siglo antes Émile Zola en su novela Pot-Bouille–) y lo que el propio Perec denomina «bicuadrado latino ortogonal de orden 10» (una figura combinatoria cuya no existencia había sido conjeturada por el gran matemático Leonhard Euler y que el autor francés utiliza para distribuir un conjunto de cuatrocientos veinte elementos –citas, cuadros, muebles, bebidas, épocas, volúmenes, colores, sentimientos, músicas– a lo largo de los distintos capítulos). Pero que nadie se asuste, pues, como dejó dicho uno de los mayores especialistas en la obra perequiana, Bernard Magné, la gran paradoja de La vida instrucciones de uso es que la fábrica es bastante más complicada que la novela misma.

La confección del libro le llevó a Perec casi una década de trabajo, desde 1969 (cuando traza los primeros esquemas) hasta la primavera de 1978 (cuando entrega el manuscrito definitivo a su editor, Paul Otchakovsky-Laurens), aunque el grueso del texto, que acabará sobrepasando las seiscientas páginas, lo escribe en un año y medio, sobre todo tras la muerte de su amigo Raymond Queneau (fundador del Oulipo y a quien dedica la novela), acaecida en octubre de 1976. Tras la aparición del libro, el reconocimiento de crítica y público es inmediato, un doble éxito que Perec llevaba trece años sin conocer, desde que su primera novela editada, Las cosas, ganara el premio Renaudot en 1965. Con La vida instrucciones de uso a Perec se le escapa el Goncourt (que va a parar a manos de un joven Patrick Modiano, futuro premio Nobel, de quien Raymond Queneau había sido testigo de boda, para más inri), pero no el Médicis, para el que cuenta con el apoyo determinante de Alain Robbe-Grillet, padre del Nouveau Roman, cuya ideología «profundamente reaccionaria» había criticado Georges Perec en un texto de juventud. No deja de ser curioso que un autor con fama de difícil y experimental ganase dos de los tres premios literarios más prestigiosos de la literatura francesa. Como tampoco deja de ser curioso que el voto favorable de Alain Robbe-Grillet resultase determinante para la obtención del segundo, teniendo en cuenta que la apuesta de Perec de volver al folletín, a la novela de aventuras, a la literatura que se lee de bruces sobre la cama, suponía en cierto modo, y paradójicamente, una reacción a la tendencia formalista de las dos últimas décadas, como no dejó de señalar algún crítico (Françoise Xenakis llegó a considerar La vida instrucciones de uso como el golpe de gracia a un Nouveau Roman ya por entonces exangüe).

La novela termina donde empieza: en el número 11 de la rue Simon-Crubellier, poco antes de las ocho de la tarde de un 23 de junio de 1975, pero Georges Perec añade varios anexos (un índice onomástico de casi cuarenta páginas, un apartado con referencias cronológicas y una recopilación de las historias que se cuentan en el libro), ofreciendo al lector la posibilidad de reconstruir algunas de las tramas y haciendo de La vida instrucciones de uso una obra abierta (por usar la expresión de Umberto Eco), un libro de arena (por aludir a Borges), un texto potencialmente infinito e infinitamente potencial (por terminar citando al propio Perec): «Me gustaría que, tras haberlo terminado, el lector lo retome, juegue con él, invente a su vez. Por eso muchas de las historias están “reservadas”, no explicitadas, y subsisten algunos enigmas, como las piezas de un puzzle inacabado.»

La vida instrucciones de uso es, ciertamente, un puzzle fascinante que ofrece diversos niveles de lectura, una bomba de relojería donde la obsesión por el detalle, por la taxonomía, por la acumulación, por la saturación hacen de su lectura una empresa tan apasionante como agotadora, un artefacto narrativo con el que Georges Perec actualiza la figura del hombre de letras, bajando al escritor de su pedestal de mármol y reivindicando el estatuto de artesano de la lengua, de escribiente, de juntador de palabras. Georges Perec murió el 3 de marzo de 1982, cerca de las ocho de la tarde, cuando estaba a punto de cumplir cuarenta y seis años. Pocos meses después, un asteroide fue descubierto por el astrónomo Edward Bowell en el Lowell Observatory de Flagstaff, Estados Unidos. Al nuevo asteroide se le asignó el número 2817 (1982 UJ), pero en homenaje al autor de La vida instrucciones de uso le pusieron el nombre de Georges Perec.

Little is left to tell, como diría Samuel Beckett. Quizá tan solo pedirle al lector que, si no lo ha hecho ya, se eche de bruces y lea.

Pablo Martín Sánchez,

Barcelona, enero de 2018

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Autor: George Perec. Título: La vida instrucciones de uso (40ª aniversario). Editorial: Anagrama. Venta: Fnac y Casa del libro

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