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Prólogo a Una sola muerte numerosa, de Nora Strejilevich

Prólogo a Una sola muerte numerosa, de Nora Strejilevich

Zenda reproduce el prólogo, escrito por Edurne Portela, del libro Una sola muerte numerosa, de Nora Strejilevich.

 

Nora Strejilevich comienza su obra con unas palabras de su compatriota argentino Tomás Eloy Martínez: «Desde 1975, todo mi país se transfiguró en una sola muerte numerosa que al principio parecía intolerable y que luego fue aceptada con indiferencia y hasta olvido». Una sola muerte numerosa es la crónica de esa transfiguración, un relato fragmentado que narra la experiencia y su recuerdo, la herida y su cicatriz. Es un libro sobre el dolor inmediato —de la tortura, del secuestro, de la reclusión— y sobre el dolor prolongado —de la desaparición y muerte de seres queridos, del exilio, del olvido y la impunidad—. Así, la obra remite tanto a la experiencia individual de la autora y sus múltiples maneras de revivirla y narrarla como a la experiencia colectiva de muchos que no sobrevivieron o que, si lo hicieron, no tuvieron las herramientas para contarlo. Es literatura de duelo y supervivencia que tiene como motor el mandato de Primo Levi: testimoniar, contar la experiencia de aquellos que nunca podrán hacerlo, convertir la vivencia del horror en palabra. Una sola muerte numerosa no es, sin embargo, un testimonio al uso. El tratamiento lírico de la experiencia, la originalidad de su construcción polifónica, el uso de la ironía para enfrentarse al recuerdo y desvelarlo y la perspectiva memorística —Strejilevich recorre más de veinte años de historia— dotan a este texto de gran belleza formal y de una trama que supera la inmediatez del relato traumático. Su lectura nos descubre una historia dolorosa, pero también el regalo del que sólo es capaz la buena literatura: desvelarnos la multiplicidad de matices que encierra toda experiencia, también la más extrema.

"España, que en sus propias políticas de memoria y en la persecución de los crímenes franquistas tiene poco de lo que enorgullecerse, ha jugado un papel importante en los juicios de lesa humanidad contra varios represores argentinos"

A finales de noviembre de 2017 la historia en la que se inscribe esta obra apareció en las primeras páginas de los periódicos españoles. Después de cinco años de investigación y audiencias, un tribunal federal de Buenos Aires leyó el veredicto del mayor juicio por crímenes de lesa humanidad celebrado en Argentina hasta el momento. Fueron juzgadas cincuenta y cuatro personas que participaron en las operaciones de uno de los más grandes centros clandestinos de detención que funcionaron durante la dictadura entre 1976 y 1983: la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), desde donde se practicaron los llamados «vuelos de la muerte». Por primera vez se condenó a responsables de esta metodología de exterminio por la cual se asesinó a más de cuatro mil personas. Entre los represores que recibieron su segunda cadena perpetua se encuentran Jorge Eduardo «el Tigre» Acosta y  Alfredo Astiz «el Ángel de la muerte», principales responsables del «Grupo de Tareas» de la ESMA. España, que en sus propias políticas de memoria y en la persecución de los crímenes franquistas tiene poco de lo que enorgullecerse, ha jugado un papel importante en los juicios de lesa humanidad contra varios represores argentinos encausados en este juicio.

En 1997, durante el periodo en el que en Argentina se otorgaban indultos a los generales que fueron condenados y en el que estaban vigentes las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que impedían la persecución de los represores, el juez Baltasar Garzón aplicó la figura de jurisdicción universal en crímenes de lesa humanidad. Esto le permitió detener y juzgar al capitán Adolfo Scilingo, quien había reconocido públicamente su participación en los vuelos de la muerte y sigue cumpliendo condena en España. También procesó a Ricardo Miguel Cavallo, otro de los imputados en el juicio a la ESMA, que cumple hoy cadena perpetua en su país. En Argentina, particularmente desde que en 2003 se derogaran las dos leyes mencionadas, se persigue y condena, después de cuarenta años, a los responsables de los crímenes cometidos en la dictadura. En España no nos vendría mal tomar nota de sus políticas de memoria y ver cómo, desde la reivindicación de la memoria, del derecho a saber cómo y quiénes cometieron los crímenes, y desde la exigencia de justicia, se puede construir un presente habitable para las víctimas y sus descendientes.

"Según los comunicados de la Junta, el Proceso tenía como principal objetivo restaurar la civilización occidental y cristiana, y eliminar la subversión de Argentina"

Una sola muerte numerosa ha contribuido, y lo sigue haciendo, a crear ese presente habitable. La obra arranca en el momento en el que Nora Strejilevich se convierte en víctima de la maquinaria represora que, usando el léxico siniestro de los torturadores, «se chupó» a miles de jóvenes argentinos. El 24 de marzo de 1976 los militares Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando R. Agosti dieron un golpe de estado que era, según sus líderes, la única solución al caos político y económico en el que estaba el país, la única manera de atajar las acciones subversivas de los dos principales grupos guerrilleros entonces operativos: los Montoneros y el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Era la primera vez en la historia argentina que las tres ramas del ejército se unían con un plan gubernamental que no se limitaba a controlar el caos. El «Proceso de Reorganización Nacional», tal y como pomposamente lo denominó la Junta, tenía como objetivo reestructurar el Estado por completo, desde la economía y las relaciones laborales a la justicia, la política y la educación. Con ese fin prohibieron todos los partidos políticos, cerraron el Parlamento, adaptaron el poder judicial a sus fines, cancelaron la libertad de expresión y censuraron todos los medios de comunicación, eliminaron a todos los disidentes de posiciones de poder y los reemplazaron con colaboradores afines al régimen. Según los comunicados de la Junta, el Proceso tenía como principal objetivo restaurar «la civilización occidental y cristiana», y eliminar la subversión de Argentina. El término «subversivo» no sólo se refería a los guerrilleros. Según unas declaraciones de Videla para el periódico La Prensa, «el terrorista no sólo es considerado tal por matar con un arma o colocar una bomba, sino también por activar a través de ideas contrarias a nuestra civilización a otras personas». La defensa de la civilización «cristiana y occidental» se ejecutó a través del secuestro, tortura e internamiento de sospechosos subversivos, según la amplia definición de Videla, en centros clandestinos de detención (CCD), de los cuales pocos salían con vida. También a través del exilio forzado, que para algunos se convirtió en la forma de anticiparse a la detención o, tras la liberación, sobrevivir a un nuevo secuestro. Después del golpe de estado, el ejército implementó de forma racionalizada y centralizada el funcionamiento de CCDs y la desaparición forzosa de personas. La metodología para la desaparición de prisioneros era variada —quemados, ejecutados en «combate», enterrados en fosas comunes—, pero una de las más eficaces y perversas fue, precisamente, la de los «vuelos de la muerte». Entre aquellos que fueron desaparecidos por este siniestro método estaba Gerardo Strejilevich, hermano de Nora y Graciela Barroca, su novia. El número total de desaparecidos ha sido siempre un campo de batalla: los defensores del «Proceso» hablan de unos «pocos miles», como si esta barbarie hubiera sido un mal menor, mientras que las organizaciones de derechos humanos siempre han defendido la cifra de 30.000. Que no se pueda concretar el número de personas que fue masacrada en este plan, orquestado y ejecutado por el Estado para crear un país a la medida de sus intereses, da buena cuenta de la magnitud de la tragedia. También se debe recordar que el exilio fue otra forma de eliminar del conjunto social a todos aquellos que el régimen consideraba subversivos. Aproximadamente dos millones y medio de argentinos se fueron del país entre 1975 y 1983. Entre estos exiliados estaban aquellos que temían ser detenidos y aquellos que sobrevivieron a la represión y fueron forzados a irse después de ser liberados. Este fue el caso de Nora Strejilevich.

"Si Primo Levi apelaba al testigo para que hablara por delegación de los muertos, Strejilevich no sólo cumple este precepto sino que encarna su voz"

Nora Strejilevich fue secuestrada en 1977 y estuvo detenida en el CCD conocido como “Club Atlético” al mismo tiempo que su hermano Gerardo y su novia, y sus dos primos Abel y Hugo, todos ellos todavía hoy desaparecidos. El Club Atlético fue un CCD en Buenos Aires que funcionó desde mediados de 1976 a diciembre de 1977. Strejilevich apenas pasó detenida unos días en el Club Atlético, pero esos días marcarían su vida para siempre. Después de ser liberada, se exilió y vagó por numerosos países (Israel, España, Italia, Brasil, Inglaterra y Canadá), hasta afincarse en San Diego (Estados Unidos). Durante esos años, la autora volvió a Argentina en varias ocasiones, entre ellas en 1984 para testificar frente a la CONADEP. Y ha seguido volviendo después, cuando la condición de exiliada política ha desaparecido de los registros oficiales. Sin embargo, el exilio no es algo temporal, sino que se acaba constituyendo como parte de la identidad de quien lo sufre. El exilio, en lugar de un paréntesis del que se puede volver, es la prolongación de un trauma que comienza con la violencia que impulsa al desarraigo —en el caso de Strejilevich su detención-desaparición— y continúa de por vida.

El secuestro, la tortura, el exilio, la historia familiar, la búsqueda de Gerardo, la solidaridad con otras víctimas, recordar, testificar, sobrevivir. Todo ello se traduce en los fragmentos narrativos que Strejilevich enlaza magistralmente a través de las páginas de este libro. La cronología salta de un evento a otro impulsada por el difícil ejercicio de memoria y por la conversación constante que sostiene la narradora con sus seres queridos, entrelazada con testimonios de otros que van formando un coro que irrumpe en la trama. Si Primo Levi apelaba al testigo para que hablara por delegación de los muertos, Strejilevich no sólo cumple este precepto sino que encarna su voz —del hermano, del padre, de la madre, todos muertos en el momento de la escritura— para así mantener viva su memoria.

"En este libro palpita una herida de cuarenta años"

Frente al monólogo armado que quiso borrar de la vida y la memoria a toda una generación, Strejilevich opone su voz y la de los desaparecidos. Frente al nuevo léxico inventado por la dictadura, la autora propone la palabra y la memoria. Su cuerpo y su memoria constituyen el espacio en el que anclarse y desde el que reivindicar la justicia: «nada de cerrar las heridas con ceremonias. A mí que me queden bien abiertas». Porque la herida no se puede cerrar sin justicia ni reparación.

En este libro palpita una herida de cuarenta años. Con una belleza literaria extraordinaria, Una sola muerte numerosa nos pone en contacto con esos lugares de la experiencia humana más difíciles de entender y procesar: el dolor extremo, el deseo de aniquilación del otro, la incomprensión ante eso que llamamos maldad absoluta, la indiferencia ante el sufrimiento, la pérdida traumática de seres queridos, el desarraigo. Y sin embargo, de la mano de Strejilevich también entramos en el territorio de la ternura, del amor, de la ironía e incluso del humor, de la solidaridad, de la resistencia y la supervivencia. El ejercicio de memoria se convierte en reconquista del propio cuerpo, en reivindicación de los desaparecidos con y sin nombre. La escritura transforma la experiencia inenarrable en conocimiento del pasado individual y colectivo. Una sola muerte numerosa apela a la empatía del lector, haciendo imposible permanecer indiferente ante su fuerza narrativa.

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Sinopsis de Una sola muerte numerosa, de Nora Strejilevich

El objetivo de la dictadura fue acabar con los denominados subversivos, es decir, con los Montoneros y otras fuerzas revolucionarias; pero llegó más lejos, Videla declaró a la prensa «el terrorista no solo es considerado tal por matar con un arma o colocar una bomba, sino también por activar a través de ideas contrarias a nuestra civilización a otras personas.» Se trató de exterminar y, al mismo tiempo, borrar las huellas de la masacre, para negarla y para afirmar que nunca existió lo que había existido. Valga como muestra la cínica declaración, también de Videla, en 1979: «Le diré que frente al desaparecido en tanto este como tal, es una incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo… está desaparecido.»

Este burdo y cruel intento de negar la realidad, no solo de ocultarla, lo desmonta Una sola muerte numerosa.

Autor: Nora Strejilevich. Título: Una sola muerte numerosa. Editorial: Sitara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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