Elaborar un canon literario implica dos problemas casi insalvables: primero es que los autores “se mueven”, se desplazan a escala literaria en temas y maneras, por lo que se hace difícil conceptuarlos; la sincronía, ahí, semeja una jaula. Y el ejemplo, en el presente libro, estaría en Luis Rosales, al que se fija en su primera etapa, siendo que su fase última, testimonial, humana y hasta profética es infinitamente más valiosa; queda así como un poeta formalista, más o menos garcilasiano, cuando se trata de uno de los mejores versolibristas y de visión más adelantada a su tiempo. El segundo riesgo consiste en la consideración a priori de ajustar las trayectorias literarias personales a unas continuas ideológicas que por fuerza dejan fuera de juego la obra personal de numerosos poetas que en su momento disintieron de las corrientes dominantes. Pues ocurre que la perspectiva requiere tiempo, ya que la posteridad gasta bromas muy pesadas: el grupo Cántico hubo de ser rescatado, por no hablar de episodios como los cuatro siglos que tardó Góngora en vindicarse, o del propio posromanticismo, en esa pugna entre Campoamor y Bécquer. Entonces, ¿de qué canon estamos hablando? La obra literaria la hacen, y me temo que entienden, los que la crean. Los historiógrafos requieren tiempo y la humildad necesaria para mantenerse en segundo término. No han de tener ideas previas, históricas o sociales. Remedios Sánchez (Barcelona, 1975), profesora titular de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Universidad de Granada, ha sido consciente de ello y, en medida de lo posible, consecuente.
La exclusión de Juan Ramón Jiménez por parte de J.M. Castellet de su antología Veinte años de poesía española (1960), bajo la falacia de que poco aportaba ya, cuando precisamente su etapa última es la más honda y trascendental, marca un punto de inflexión, un síntoma agudo e insalvable, en la visión canónica de la poesía posterior. Supuso la exclusión de la concepción poética basada primordialmente en la estética y la postergación de cuanto ésta significa en tanto que “bello arte” avalado por la tradición desde el Humanismo. La poesía Desarraigada, así, enlaza con buena parte del realismo poético de los 50, que a su vez, liga, tras el paréntesis de los Novísimos, con los 80, cuya plasmación evolutiva canónica cristaliza en la poesía de la Experiencia; conforma todo un itinerario desde Cernuda, y pasando por Gil de Biedma, Ángel González y José Agustín Goytisolo; contrapunto a esta concepción nos encontramos con el afán comunicativo de Vicente Aleixandre, que nunca renunció a una estética bien definida, al igual que Claudio Rodríguez, pero ambos, en sus generaciones respectivas, lejos de la poesía de testimonio, que derivará en escoramiento hacia el ámbito urbano y la dicción coloquial: el poeta deja de ser héroe (o antihéroe) para convertirse en “hombre de la multitud”; es un Juan Ramón tachado, y esto es en el fondo lo que quiso decir Castellet con su exclusión. Ante todo, la poesía, se convierte en un “discurso histórico e ideológico” (“la literatura como forma de producción ideológica de la sociedad en que se produce”, según el profesor Juan Carlos Rodríguez). El poeta se halla mediatizado por los condicionantes que ello implica, antes que por cualquier otra consideración. Un discurso cuya legitimidad reposa en fundamentos dialécticos marxistas (Gramsci, Althusser, etc.). De aquí que la literatura “no haya existido siempre”. De cómo y por qué un historiógrafo se convierte en antropólogo nunca se nos ha explicado. Parece sensato, no obstante, considerar la literatura inherente al lenguaje en cualquier tiempo y lugar, y al lenguaje mismo consubstancial al género humano.
Bien largo tomó el tema el profesor Juan Carlos Rodríguez, mentor de la poesía de la Experiencia, de quien Remedios Sánchez fue discípula en la universidad granadina. Porque decir “histórico” es referirse a la continuidad, que no evolución, ya que pueden existir retrocesos: nunca hubo “progreso infinito” en la literatura. Y aludir a lo “ideológico” es señalar sólo un aspecto en la totalidad de una obra de arte, pues las ideas se adoptan, no se hallan implícitas en la persona; sencillamente se incorporan o se desechan. Primar el aspecto social sincrónico sobre la diacronía de la pulsión poética de toda trayectoria es menoscabar la natural independencia del creador y relegarlo a un simple obrero reproductivo; es dinamitar, en suma, el “culto a la belleza” (la que ésta sea) a trueque de una simple testimonialidad histórica; a esto nos llevó la “radical historicidad” de la literatura. Y contra esto fue que reaccionó la denostada poesía de la Diferencia, surgida igualmente en Granada como en otras provincias.
Traza Remedios Sánchez la genealogía de las diversas corrientes que configuran el mapa de la poesía contemporánea española, y lo hace con decidida voluntad de imparcialidad, y pulso seguro y firme, y así desmonta el aparataje publicitario que supuso la aparición de los Novísimos por el propio Castellet, al tiempo que mantiene una visión crítica, si bien generosa en tono y extensión, de la Experiencia (ahí su disquisición lúcida acerca de Javier Egea, su más relevante partícipe). La poesía figurativa, la del silencio, la del fragmento, el sensismo y otras son estudiadas como corrientes alternativas, hasta las diversas poéticas de nuestros días; en todas estas corrientes se detiene glosando la obra, si bien sucintamente, de sus cultivadores más representativos, cuya nómina haría interminable este comentario. Ha sido un laborioso ejercicio de recapitulación, certero, el acometido por Remedios Sánchez.
La aportación teórica más significativa en el presente libro, embuchado de notas necesarias y citas oportunas, ha consistido, a mi parecer, en que, por primera vez en un libro de estas características, se le da lugar y espacio a la poesía de la Diferencia. Aquí el libro flaquea, pero no por falta de decencia intelectual ni capacidad por parte de la autora, sino porque, tras treinta años de silenciamiento en medios oficiales, y una bibliografía tan copiosa como dispersa, requiere atención aparte. Pedro Rodríguez Pacheco, que ha sido, y sigue siendo, su teórico más relevante, y profundo estudioso de aquel movimiento (nunca tendencia, por lo que no puede englobarse ni tratarse como tal, al no presentar características comunes, cosa que la propia autora reconoce), no es mencionado, aunque sí, y por largo, Antonio Rodríguez Jiménez, quien fue su principal difusor; hubo, esto sí, agrias polémicas —de algunas se hace eco el capítulo—, si bien al cabo del tiempo disculpables, siquiera sea en gracia a la relativa juventud de los contendientes. Y estamos hablando de más de cien libros de poesía por parte de quienes la impulsaron, si bien difíciles de hallar para el investigador, al publicarse en editoriales marginales, sí, aunque decorosas: esto es, donde se pudo. Un movimiento así denominado, no hay que olvidarlo, por el libro “Elogio de la diferencia” (el complejo de Procusto), del disidente intelectual soviético Vladimir Volkoff. Me parece que ahora se explica en parte la marginación a que fue sometida. La Diferencia, así, reunió muy distintas voces sin atender a criterios generacionales y comenzando por negarse a un manifiesto convencional. Se buscaba, antes bien, resaltar el carácter distintivo de los distintos poetas. ¿Cómo así va a configurar una tendencia determinada, si lo que fue es anti-tendenciosa? Algo tan simple no fue entendido. Aquí había una tendencia hegemónica, de la que hoy es indiscutible el apoyo institucional que obtuvo, y existieron unos poetas en desacuerdo con los postulados poéticos en que se fundamentaba. Los impulsores fueron meros representantes de numerosos poetas conformes con la independencia esencial que exige el ejercicio poético.
Prosa limpia, ideas claras, una percepción ecuánime y tono siempre conciliador es lo que el lector encontrará en esta necesaria, flexible y valiosa compilación. Uno, finalmente, se pregunta qué fue de tantos poetas magistrales, fuera de adscripción, como conocimos. Poetas admirables, no atraillados por ninguna clasificación, escuela o tendencia. Poetas francotiradores, en extremo coherentes con su manera de pensar y escribir. Poetas decididamente en contra de cualquier poder establecido. Son multitud. Ubi sunt? ¿Poetas locales, entonces? ¿Poetas con mala suerte? A esto nos lleva la “historicidad”. Pero al lector del futuro puede que lo que le interese sea la poesía por la poesía misma. La que esta nos diga, incluida la poesía de la Experiencia. Y entonces el canon será otro, o bien habrá de tener en cuenta una “segunda línea de fuerza”. Pero entonces será un canon heterodoxo, y por tanto más legítimo y representativo de lo real.
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Autora: Remedios Sánchez. Título: Así que pasen treinta años… Historia interna de la poesía española contemporánea (1950-2017). Editorial: Akal. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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