El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
Es sabido que en Occidente la Literatura comienza con Homero y su Ilíada. En ella se trata un episodio de la conocida como Guerra de Troya, cuyo inicio se achaca por lo general al rapto de la griega Helena por parte del príncipe troyano Paris, consecuencia de un pacto-soborno establecido entre éste y Afrodita, la diosa griega del amor. En efecto, esa fue la promesa hecha por la diosa al mortal en el que fuera el primer concurso de belleza de que tenemos noticia, que tuvo lugar como consecuencia de la venganza de la diosa Eris —la Discordia— por no ser invitada a las bodas de Tetis y Peleo.
Siendo los protagonistas de la Ilíada, en un bando, guerreros de época micénica, acaudillados por el espartano Agamenón y con el muy destacado papel protagonista del hijo de la pareja a cuyas bodas nos acabamos de referir, el tesalio Aquiles, y, en el bando contrario, combatientes troyanos, podría pensarse que su contenido es de cariz belicista. Sorprende, sin embargo, encontrar en la obra abundantes pasajes en los que se hace hincapié en la celebración de la vida y sus aspectos más sencillos e íntimos, hasta el punto de que podemos hablar de auténtico alegato contra las guerras y denuncia de la inutilidad de las mismas.
A Homero se le llamó en la Antigüedad el “poietés”, sustantivo derivado etimológicamente de la raíz del verbo que en griego significa “hacer”, lo que convierte al poeta —palabra que ha dado el término en castellano— en «creador». En su obra reflejó el espíritu que alentaba en esos hombres de hace más de tres mil años, su idiosincrasia, su modus vivendi, y su amor profundo por la vida y hacia sus seres queridos. El valor que concedían a la hospitalidad, a la amistad y a la palabra dada ocupan un lugar de privilegio en los hexámetros homéricos, eclipsando a esa supuesta pasión arrebatadora considerada casus belli del conflicto, valga la redundancia.
Como ejemplo ilustrador es posible señalar múltiples pasajes memorables de una belleza difícil de describir si no es en griego, como el del encuentro entre Glauco y Diomedes (troyano y griego respectivamente) en el Canto VI, donde ambos se dan a conocer como antiguos huéspedes y reflexionan sobre la caducidad de la vida por medio de un símil en el que se pone en relación al ser humano con la Naturaleza (versos 144 a 148), o bien la despedida de Héctor y Andrómaca, también en el Canto VI (392-493) en el que la esposa, en presencia del hijo de ambos, llora de forma premonitoria el destino fatal del troyano en una escena familiar emotiva e inolvidable. Pero sin duda el episodio que representa de forma más clara ese antibelicismo que emana la epopeya es, en el canto XXIV (472-551), la entrevista entre Aquiles y Príamo en la tienda del primero y la devolución del cadáver de su hijo Héctor al afligido rey de Troya. Un hombre poderoso apelando a la compasión de un guerrero feroz cuyas manos están manchadas por la sangre de tantos hijos suyos. Esta escena representa el triunfo de la misericordia. Homero pone de relieve la piedad de Aquiles hacia el rey Príamo, al que devuelve los despojos de su hijo Héctor conmovido por sus palabras y su actitud suplicante que le hace empatizar con él al evocar el recuerdo de su propio padre.
Y es que el ideal del guerrero implica, junto al valor en el combate, la Humanidad, y la Ilíada no podía hacer sino magnificar aquello que verdaderamente da sentido a la vida, por encima de conflictos y luchas por el poder, independientemente de los motivos que las ocasionen.
La limitación de espacio me impide reproducir los pasajes evocados. Espero haber conseguido despertar en los lectores la curiosidad necesaria para que acudan a cualquiera de las muchas y buenas traducciones que de la Ilíada disponemos en España, de entre las que quiero destacar por su elegancia y fidelidad al texto original la de Luis Segalá i Estalella que me cautivó desde la adolescencia (publicada por primera vez en 1908 en Barcelona por Montaner y Simón, su lectura está disponible en versión libre en Google).
Los Clásicos están más allá del tiempo y del espacio. Lo abarcan todo, y su eco pervive, sonoro, permanentemente inspirador, como un perfume que nos impregna con su aroma sutil y penetrante, y nos trae lecciones de vida que continúan siendo válidas casi tres mil años después. No permitamos que este legado muera. Es nuestra obligación evitarlo.
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