Un hombre desterrado en el tiempo, extrañado de su época y separado de su patria por el hueco de los siglos. Tal es la historia que pretendo relatar.
Me llamo Asklepios, y, por así expresarlo, he tenido dos nacimientos: uno en Megara, Grecia, tan atrás como puede contarse hasta más allá de la fundación de Atenas por Cecrops; y otro, hace apenas treinta y cuatro años, entre los modernos.
(Asklepios, Miguel Espinosa)
Miguel Espinosa vivía…Y escribía para terminar de vivir lo vivido. Su vida se perfeccionaba con la palabra y hallaba cumplimiento, o significado, en ella. Nada más concreto. Ni universal.
¿El contenido de esa palabra? Paradójico. La celebración del mundo, hecho misterio, y el rechazo de lo mundano. Tan esperanzado como pesimista.
Quisieron los dioses que el último habitante de la Hélade clásica, “el más verdadero de los hombres”, según anunciara el Oráculo de Delfos, en su más conocido axioma, viniera a volver a nacer en el corazón de Murcia y caminara entre nosotros, por nuestras calles, desterrado entre sus semejantes.
Me llamo Asklepios, y de tarde en tarde tomo la pluma para confesarme, lo cual hago por cumplir la necesidad de experimentarme verdadero, como ordenó Demócrito (…).
Me llamo Asklepios, y desde Megara, cuando niño, mis padres a esta Ciudad me trajeron de la mano.
(Asklepios)
Conoció la inocencia de la niñez, su nuevo y melancólico despertar al mundo, en el corazón más antiguo de la ciudad santa de Caravaca de la Cruz, en 1926. Jugó, como niño, por su Calle Mayor, bajo la estrella de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús…El sonido de las campanas de sus conventos le despertaban cada mañana. Experimentó la expectación ante la nieve y su helor, con risas y carreras despreocupadas por las Fuentes del Marqués.
Sus padres le trajeron al seno de Murcia, al cumplir los nueve años. En esta ciudad, irremediablemente, descubrió su destino: la palabra y la reflexión constantes. ¿Sus calles?… Fuentes de la vida que rebosan sus creaciones literarias.
La Murcia de Miguel Espinosa, pequeña y familiar. Él, peleado con la Naturaleza, montañas y mares, y a gusto en calles y plazas, espacios de convivencia. Sitios donde todavía era posible, por gracia del clima, dentro de unos límites, la vida al aire libre. De ahí el paseo, nocturno incluso; y de ahí su complemento: la parada en la terraza del café.
La torre de la Catedral domina Murcia. Su reloj, a veces, parado. Esto provocaba, en Miguel Espinosa, una sensación de irrealidad, que le liberaba de toda referencia externa, y lo invitaba a imaginar. Ese reloj, parado. Pero la vida, personal y colectiva, seguía. En camino, como siempre, hacia sí misma. Y en camino hacia la literatura.
Murcia, velada, y manifiesta, en la obra de Miguel Espinosa, tanto alegórica como realista.
Su primera obra publicada fue Reflexiones sobre Norteamérica, 1957, en la Revista de Occidente, bajo el título Las grandes etapas de la historia americana, ensayo sobre la aparición de ese país:
«La Historia comienza cuando un día sucede a otro día, es decir, cuando el hombre se revela como animal de memoria. En la escala que va de la materia al espíritu no hay otro ser de memoria que la persona humana; por eso no existe tampoco otro ente de sustancia histórica…»
(Reflexiones sobre Norteamérica)
En Asklepios, compuesta durante los años sesenta, aunque editada póstumamente, latirá Murcia, lugar sin nombre, contrapunto de la antigua Megara, de donde vino el protagonista, originariamente, antes de todo tiempo. En las páginas de este libro se narra la historia de un hombre exiliado en el tiempo y el espacio, teniendo oportunidad de asistir a la formación del escritor, al asombro como condición y a la necesidad de decir con verdad y belleza.
«Me burlo de toda grandeza, porque pienso que cualquier grandeza es falsa. Entre vanidosos, soy el demiurgo que los hincha; entre hipócritas, el demiurgo que los escandaliza; y entre neutrales, el demiurgo que los implica. Como todo proscrito, padezco nostalgias, y éstas son las nostalgias que yo, un griego, vivo: nostalgia de la Verdad, de la Belleza y de la Bondad.»
(Asklepios)
Los paseos del escritor por nuestra ciudad, abiertos al diálogo, adquieren amplitud en Escuela de mandarines, y se transforman en el viaje del Eremita por la Feliz Gobernación, viaje lleno de encuentros. Por esta narración, obra de madurez, recibirá, en 1974, el premio Ciudad de Barcelona. Libro complejo, elaborado durante dieciocho años, en el que están presentes los distintos géneros, y que trata de un hombre impulsado a denunciar todo tipo de opresión y a decir la verdad, como mandato interior. En esta obra muchos han visto una denuncia de la corrupción del poder; algunos, al hombre debatiéndose entre la necesidad y la verdad, y todos, un mundo que se sostiene por la complejidad del lenguaje.
«Hace milenios de milenios existía un famoso Estado, llamado Feliz Gobernación, aunque, en verdad, la dicha sólo pertenecía a unos pocos, como descubrirá quien prosiga leyendo…»
(Escuela de mandarines)
En La fea burguesía, publicada en 1990, los cafés del casco antiguo de Murcia que frecuentó Espinosa se reconocen en esa cafetería donde Camilo habla, de forma avasalladora, y Godínez calla: dos maneras de estar en el mundo:
«Yo soy, Godínez, el hombre del traje de gala, los hombros altos, la mirada fría, el gesto agrio, la voz ahuecada, la palabra vacía, el vaso en la mano; encarno la irrealidad que gobierna, la avidez de goces, la exterioridad sin intro, la ausencia de qualitas, el tedium de ser, el temor a la verdad; me vivifico en el desprecio, en el desinterés, en el desamor y en el odio por lo creado; me entrego a la inmediatez del capricho y aborrezco toda reflexión.»
(La fea burguesía)
En 1980, se publica, aún vivo Miguel Espinosa, La tríbada falsaria (primera parte de Tríbada. Theologiae Tractatus) y La tríbada confusa (segunda parte), ya en 1984, dos años después de su temprana muerte. Nos lega, en estas páginas, un estudio de almas, presentadas en su misma ultimidad. El suceso que origina la obra es este: Damiana abandona a Daniel, su amante, y lo sustituye por Lucía. El hecho lésbico tiene sólo un valor coyuntural, lo que importa es el vacío, la persona vaciada y convertida en máscara, en mimo de sí misma. El desencanto más hondo aparece en la mirada del autor:
«Hombre interior, la tristeza de Daniel acrece a la caída de la tarde; toma quizá entonces la tinta verde y las hojas alargadas y escribe: “El ser no es bueno / ni bello ni verdadero / todo sobra”. Quizá entonces el hombre interior baja a su mayor desventura, y se sabe mundo; condenado, relata su pena, pues está escrito que “nadie narra del infierno sin ser también infierno”.»
(Tríbada)
A la manera de Dante, recorrió ese camino del que nunca se vuelve, aunque estuviese con nosotros, y descendió al singular infierno que se oculta tras la apariencia. Había descubierto que infierno y gloria son para el escritor una misma cosa, al ser su misión dar cuenta, por su palabra, de lo que ha visto, y encontró en ella el único espacio donde es posible la esperanza, porque para el que escribe no hay otra experiencia. Trató de hallar ese estado de gracia donde todo puede ser dicho. Ciertamente, lo logró.
Tríbada, Theologiae Tractatus, un caso de desamor, escandaloso para la sociedad murciana, es objeto de análisis sin fin, con vocación de enseñanza. Doble escándalo, pues.
Sus textos pulsan casi todos los géneros y, en todos, la densidad de su pensamiento, la excelencia de su exposición ha dado lugar a que la crítica estime el ensayo como la raíz en la que se asientan. Si el ensayo resulta ser la búsqueda de la voz frente al eco, sus obras son ensayo. No obstante, también podría ser la poesía, si es en ella donde celebramos el encuentro con lo originario, pues por Miguel asistimos a ese instante en el que las cosas pierden su mudez y alcanzan el logos.
Sin embargo, lo que dice siempre lo pone en boca de alguien, situado en un contexto concreto, es decir, arrojado a la sociedad, y sus personajes, víctimas o verdugos, mantienen plena lucidez, nunca son presa de la irracionalidad. Esta conflictividad con el medio garantiza la narración.
Desde Asklepios a La fea burguesía, Miguel Espinosa es el mismo, una voz diferente, que se esfuerza por volver a unir pensamiento y poesía, razón y lirismo. Espinosa interpretó el mundo, la obra es su visión, por ello la enigmática claridad que sus escritos emanan. El lector se ve sorprendido porque descubre que estas páginas pueden llegar a ser la crónica perfecta de su tiempo y cómo muestran al hombre en su desnudez, sostenido por su palabra, es trasladado a la actualidad de lo clásico.
Ocurre que los sucesos y los lugares se han transformado en símbolo, o en mito, como gustaba de decir Miguel. Y todo mito, conviene recordar, es superior al conjunto de las interpretaciones. Narración para Espinosa equivalía a alumbramiento.
Solitario o acompañado de sus fieles amigos y conversadores, paseó bajo la luz de esta Murcia de grana. A pesar de haber regresado a su originaria patria un uno de abril de 1982, aún podemos sentir su paso quedo, sereno, por Trapería, la Glorieta, por la plaza de Santo Domingo… O sentado en el que fuera Mi Bar o el café Santos… Al doblar cualquier esquina de las calles murcianas pueden sentirse los pasos de este infatigable observador de lo real y lo divino; de lo posible y humano. Todavía queda mucho por recorrer. Y comentar.
Nadie sabe por qué se les dice godínez, aquí en México, a los peculiarmente así; yo creo que ya sí sé el porqué.