¡Malvasía, por ti beben los vientos marineros, borrachos de hocico fino y emperadores de diván acolchado!
Y es que hasta los perros de caza venteadores, que beben los vientos percibiendo el olor de la presa, se excitan sobremanera cuando detectan tu aroma. Hasta los canes saben que el dios Eolo transportó de este a oeste las embarcaciones griegas con el viento solano, que desde Oriente Próximo, es favorable para desplazarse en el Mediterráneo.
Aún se estudia y se discute si fue Epidaurus en el Peloponeso griego, Creta o incluso Dubrovnik en Croacia, el origen del vino Malvasía. Figuras como José de Viera y Clavijo, sacerdote católico, historiador, biólogo y escritor español, reconocido como el máximo exponente de la Ilustración canaria; o el naturalista francés Bory de Saint Vincent, ya intentaron responder las dudas acerca de las raíces de la Malvasía.
Hoy son otros académicos y expertos en enología, historia o arqueología, los que llevan a cabo estudios para mapear el Mediterráneo, rascando las ánforas de barcos hundidos y escarbando en la tierra para contarnos la historia del sabroso vino.
En los albores del siglo XV, las cepas del malvasía colonizaron allende los mares las tierras de la Macaronesia, empezando por Madeira —donde fue plantada por orden de Enrique el Navegante hacia 1427 con cepas cretenses— y continuando allá por 1497 por las Islas Afortunadas —nuestras queridas Canarias—, mencionadas en la Antigüedad por Hesíodo, Píndaro o Plinio el Viejo.
En La Palma, se adaptaron a una nueva tierra, haciéndose rápidamente tan locales como los nativos benahoaritas o auaritas. Lo agradecieron, y mucho, los marineros que hacían escala en la travesía al Nuevo Mundo americano, que además de cítricos para prevenir el escorbuto, hacían acopio de vino para alegrar las noches solitarias en el océano.
Los ingleses, buenos mercaderes en lo que se refiere a detectar buenos negocios, pusieron pronto el foco en los caldos de la malvasía. Sin ir más lejos, Shakespeare, en la segunda parte de El Rey Enrique IV, regala una de las mejores descripciones literarias de la Malvasía de la boca de la posadera Quickly, que describe a la prostituta Dorothy «Doll» Tearsheet con un «Canarias, vino maravillosamente penetrante y que perfuma la sangre».
Como todo lo que sube, el gusto refinado por la malvasía decayó con la Guerra de los Siete Años. Los vinos franceses subieron al pódium de la élite vinícola junto a los vinos de Madeira, y la malvasía pasó inviernos de hibernación, sostenida por el consumo local.
Visitaba el que suscribe hace no mucho el Centro de Interpretación de la Malvasía de Sitges, un lugar esencial para conocer la importancia de este tipo de uva que durante siglos ha crecido en la costa catalana. La charla con su directora, Alba Gràcia Pañella, Cicerone en nuestra visita y con quién compartimos conocimientos sobre la malvasía de las Islas Eolias, estuvo regada de la embriagadora uva divina.
Aunque a veces se acepte sin evidencias fehacientes —más que la crónica de Ramón Muntaner— que la Malvasía llegó a las costas catalanas en el siglo XIV de la mano del caballero templario y caudillo mercenario de Brindisi al servicio de la Corona de Aragón Roger de Flor —a la sazón uno de los capitanes de los Almogáveres—, lo contrastable es que aparece a finales del XV gracias al comercio con genoveses y venecianos, que comerciaban en la Península con productos que lujo provenientes de Oriente.
Ya en el siglo XVIII una cuarta parte de las tierras cultivadas con viñedos se dedicaban a la malvasía, que vía marítima viajaba al norte de Europa o las colonias americanas. Con el boyante negocio de la malvasía fueron no pocos los indianos y burgueses catalanes los que tejieron un negocio lucrativo que incluía la venta de esclavos, ya prohibida en Inglaterra o Francia.
Junto a Alba paseamos por los viñedos de Malvasía ubicados en el antiguo Corral de la Vila, anexo al edificio modernista del Hospital Sant Joan Baptista. Apenas estamos a unos centenares de metros del mar y la salinidad permea la tierra de las cepas sitgetanas.
Baco camina detrás nuestro, acompañado por el escritor Miguel Delibes, recién llegado a las montañas del Parnaso tras evaporar las últimas gotas de vida con las que siempre describía a los vinos.
Con las apasionadas explicaciones de la experta Alba, las ansias por catar la Malvasía se acrecientan. Y ya copa en mano, los labios se mojan del vino de dioses elaborado por mortales. Levantamos la copa para admirar las lágrimas de Zeus que corren por el cristal y sentimos una fuerza similar a la presión atmosférica en nuestros oídos. Pareciera que los dioses con envidia insana, también lloran cuando no tienen la malvasía a su alcance. Su oración no tiene efecto y seguimos catando el vino malvasía. Al fin y al cabo solo somos mortales.
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