El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
El término «Edad de Oro» ha estado rondando en la cabeza del ser humano miles de años. Si hacemos caso sólo a la tradición escrita, podríamos partir de Hesíodo y llegar a nuestros días, cuando en muchas noticias se hace referencia a este concepto para hablar de una época pasada, normalmente idealizada y en la que parece que durante un momento, que ha quedado en otra dimensión, todo fue perfecto. Esto, creo, es intrínseco a nosotros. Desde el barrio en el que crecí hasta los escritos de Hesíodo o Platón, hay una unión de pensamiento con respecto a la manida máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor. ¿Por qué? Pensad en esas personas que, sentadas en un banco de un parque cualquiera en un barrio normal, hablan siempre de las mismas historias que les han rodeado allí donde han crecido. Asiduamente me he cruzado con gente que me han contado una y otra vez las mismas experiencias mientras sus ojos se iluminaban narrándolas. Da igual ser o no conocidos. Para el que tiene la vivencia en sí, ese hecho, ese pasado narrado con ímpetu, será su edad de oro particular. Un instante que parece eterno se dibuja en su imaginación. Las personas que nombran en el hecho que narran se aparecen como héroes o villanos capaces de hacer cosas increíbles. Se adorna el relato. Y así nace la mitología.
Este mismo concepto lo encontramos alrededor de nosotros también en ámbitos como la política. Y también desde hace miles de años. Si tomamos el ejemplo de Augusto, primer emperador de Roma, él usó la figura de Rómulo, puesto que debía enfatizar que era la persona —casi un dios en vida— que había refundado la ciudad después de un último siglo de guerras intestinas que habían arrastrado a la población a un sufrimiento antes desconocido para ellos. Augusto entendió una cosa que es básica en política: que debía apelar a los sentimientos más profundos de las personas si quería ganar su confianza. Así pues, se hizo reseñar como aquel que había devuelto a Roma a esa edad dorada de la fundación de la ciudad, cuando las tradiciones surgieron y eran respetadas. Lo hizo tan bien que promulgó una ley contra el adulterio después de haber arrebatado a Livia a su esposo, y parece que apenas hubo oposición. Es más, en el maravilloso libro de Pierre Grimal El siglo de Augusto podemos comprobar que las artes se vieron especialmente alentadas por el entorno del emperador. El tener a los intelectuales de tu lado siempre te facilita las cosas, ya que escribirán loas sobre tu persona y hechos. El paradigma de la publicidad imperial lo encontramos en Virgilio y su Eneida, de lectura casi obligatoria cuando yo daba latín de bachiller para preparar la prueba de acceso a la universidad. En esta obra se nos narran las aventuras de Eneas desde que sale de Troya junto con su padre Anquises y su hijo Ascanio, hasta que llegan a Italia. De una manera velada se relaciona a esos padres fundadores con la familia Julia, a la que pertenecía el primer emperador romano. De esa manera, los que sabían leer interpretaban el texto. ¿Y los que no? Pues veían todas las decoraciones a modo de relieves o esculturas en las que el mito fundacional se fundía con el del origen de la familia de Augusto. Una nueva Edad de Oro llegaba a Roma para quedarse por algún tiempo. Su reinado, el más largo de toda la cronología del Imperio, hacía presagiar cosas buenas —o eso creían—.
También tenemos hechos y personajes que trascienden no sólo épocas, sino también culturas. Podríamos decir que, hasta Alejandro Magno, todos los grandes personajes políticos de la antigüedad mediterránea europea querían ser el mítico Aquiles. Éste marcaba un antes y un después dentro de la narración de la historia —la mitología—. Hasta Julio César, todos quisieron ser como Alejandro, cuyo hecho diferenciador fue la unión final de Grecia —cosa que realmente hizo su padre Filipo— y la expansión del helenismo por sitios hasta entonces insospechados. Héroe tras héroe, fueron usados como imagen corporativa cada vez que se quería apelar a una época pasada y perfecta. Finalmente, Octavio quiso superar —y lo logró— a su tío abuelo Julio, al que también usó como imagen de su nuevo —y viejo a la vez— sistema de gobierno. No podía denominarse rey, pues no era una figura vista con buenos ojos en la cultura romana, pero era un gobierno unipersonal. Se creó para él el título de Augusto, que junto con el cognomen César quedaron unidos por siempre a los gobernantes del Imperio Romano. ¿Sólo del imperio? Kaiser, Zar. ¿Les suenan estas palabras?
En fin, todo un arrebato de sentimientos es buscado por parte de políticos para apelar a ello en su búsqueda de poder: uniones idílicas, países inventados, querer compararse con padres fundadores o denostar a esos mismos personajes, y un sinfín de maniobras que no buscan más que el beneficio personal.
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