El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
«Las hogueras chisporrotean mientras las olas mecen la arena. El humeante color del fuego llama la atención de una población vecina que, al conocer la señal, se dirige con entusiasmo hacia la playa. Allí, junto a las piras, nadie: sólo una serie de objetos bien dispuestos y unas tablillas. Los mercaderes agazapados en las dunas ven cómo se acercan sus clientes. Éstos miran, tocan, remiran y escriben el acuerdo en una tablilla. Los compradores se alejan y se acercan los vendedores para ver si el trato es justo, garabatean una contraoferta y retornan a su lugar, el comprador vuelve a la tablilla y escribe. Así, una y otra vez, hasta que se sella el pacto…»
Esta podría ser una escena de compra de aquellos fenicios que pulularon por nuestras costas hace tres mil años. Hombres que, según Heródoto, partieron en época temprana de las costas del Mar Eritreo, asentándose entre el actual Israel y el Líbano, donde fundaron una serie de ciudades-estado independientes que tenían una identidad cultural común. Este pueblo se denominó a sí mismo como kena’ani o cananeo, aunque el resto del mundo los conoció como fenicios o púnicos, nombre derivado ya del color del mar que los vio nacer o del teñido con el que comerciaban: la púrpura de Tiro.
En sus largas travesías los fenicios se dedicaron al comercio, y gracias a esta actividad desarrollaron las habilidades náuticas que les dieron la fama de hábiles marineros e ingeniosos armadores. El comercio fue una actividad muy lucrativa para este pueblo, que se especializó en la exportación y manufactura de productos de lujo, debido sobre todo a la escasez de materias primas de sus tierras.
La zona geográfica donde se asentaba Fenicia era rica en árboles y metales, pero pobre en agricultura y ganadería, así que estas gentes tuvieron que desarrollar pronto la actividad comercial para poder surtir a su pueblo de todo lo necesario, y para ello crearon una industria que cautivó a las cortes más exigentes del Mediterráneo antiguo.
De las factorías fenicias se exportaban muebles de cedro con finísimas tallas. Las manos de estos artesanos tenían tal fama que incluso el legendario rey Salomón contrató a un tallista púnico llamado Hiram para construir de madera de cedro fenicia su famoso templo, por lo cual también fue conocido como “La Casa del Líbano”.
Inclinados a la belleza y la perfección, se consagraron como diestros orfebres, creando joyas de diseño propio que se adaptaban a los gustos de los pueblos con los que comerciaban. El oro, la plata y las piedras preciosas y semipreciosas tomaban formas de dioses, animales, figuras imposibles, brazaletes, anillos, collares, pulseras, pendientes y nezem (anillos de nariz) muy del gusto de sus clientes y colonias.
En la industria textil innovaron gracias al tinte de púrpura y a los ricos bordados de oro. Este tinte pronto se convirtió en distinción social y símbolo de riqueza por el elevado coste de su fabricación. Cuenta la tradición que fue el perro del dios Melkart el que descubrió la facultad del murex o cochinilla para teñir. Pero eran necesarios miles de estos caracoles para colorear una ínfima franja en un vestido. Se hicieron expertos en el teñido de toda clase de telas que importaban de lugares lejanos, como la seda de oriente, la lana siciliana o el lino egipcio.
Sabemos por el Antiguo Testamento y por las fuentes grecorromanas que de Italia importaban trigo; que famosas eran las pieles de grandes felinos, el marfil, el oro y las piedras preciosas de África; que de la misteriosa Tartessos traían oro y del exótico oriente perfumes y ungüentos que presentaban en elaborados botes de alabastro, incienso y especias con efectos narcotizantes, como el cinamomo; que el norte de Europa los bendijo con ámbar. También las ciudades de Fenicia vistieron las mesas más selectas con cerámicas decoradas y vajillas de bronce y del más fino cristal translúcido, y les sirvieron los mejores vinos y aceites del mediterráneo.
El legado fenicio fue tan grande que todavía hoy le debemos a ellos grandes innovaciones: el desarrollo del comercio internacional por mar y por tierra, el gusto por los productos de lujo, la contabilidad, el uso de los templos como bancos y el más importante de todos: el alfabeto, sin el cual no seríamos quienes somos.
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