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Proyecto ITINERA (XXVIII): Guardianes del saber

Proyecto ITINERA (XXVIII): Guardianes del saber

El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual. 

Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.

Abdel Kader caminaba con paso presuroso hacia el recinto de la Mamma Haidara, una de las muchas bibliotecas que alumbraban la intensa vida cultural de Tombuctú. La noche había tendido sus oscuros brazos sobre el sinuoso laberinto de angostas calles y casas de adobe que se arremolinaban en el casco antiguo. Aquel enjambre de viviendas, mezquitas, capillas y madrasas de barro parecía hibernar desde que la ciudad fuera capital intelectual del Islam en el norte de África, allá por el lejano siglo XV. Testimonio de aquellos tiempos de esplendor eran la todavía activa Universidad de Sankore y la extraordinaria colección de manuscritos que se repartía por diferentes escenarios históricos de la urbe.

Sin embargo, la memoria de Tombuctú estaba en peligro. La caída del régimen de Gadafi había sacudido la siempre conflictiva región del Sahel. Los tuareg iniciaron una revuelta para la liberación del Azawad, un extenso territorio que abarca buena parte del noreste de Mali. Las milicias del grupo terrorista Ansar ad-Din circulaban con plena libertad, pues el ejército maliense se había retirado de Tombuctú ante el inexorable avance de los rebeldes. Los yihadistas tenían la intención de imponer la sharía y Abdel Kader Haidara estaba convencido de que aquella interpretación estricta del Corán supondría la destrucción del preciado tesoro manuscrito de su centenaria ciudad.

"Haidara no marcó un gol en un Mundial, no lideraba un grupo musical de éxito, ni era un influencer de las redes. Pero desafió al destino, a riesgo de morir en el intento"

Aliados con la noche, los bibliotecarios y voluntarios dirigidos por Haidara emprendieron la titánica tarea de cargar todos los libros en cajas de metal y acarrearlos con carros tirados por mulas hasta ponerlos a salvo en las afueras de la ciudad. Al menos hasta que consiguieran el transporte adecuado para llevarlos a través del río Níger hasta la capital, Bamako. No era una tarea sencilla. Los esforzados héroes tuvieron que esquivar en varias ocasiones a los centinelas de la barbarie, dispuestos a aplicar su ley con la infinita impunidad de quien cree tener a Dios de su lado. La sinrazón pudo con los centenarios mausoleos de los eruditos y santos sufíes, patrimonio de la Humanidad, que fueron derribados poco a poco bajo la acusación de impiedad. Tombuctú era conocida como la “ciudad de los 333 santos”. Pero la barbarie no doblegó el tesón de Abdel Kader y sus colaboradores.

Haidara no marcó un gol en un Mundial, no lideraba un grupo musical de éxito, ni era un influencer de las redes. Pero desafió al destino, a riesgo de morir en el intento, para poner a salvo más de 350.000 manuscritos, entre los que se encontraban traducciones del griego al árabe, obras de astronomía, geometría, medicina, historia, derecho y filosofía. Haidara salvó la memoria de su pueblo y de parte de la Humanidad. Infinidad de píldoras de sabiduría contenidas en unas frágiles hojas de papel que fueron salvadas de las llamas por la acción desinteresada de un grupo de héroes.

Pocos años antes del episodio norteafricano, en la lejana Bagdad, la guerra de 2003 dañó seriamente los fondos de la Biblioteca Nacional y el archivo de Irak, ante la impotencia de sus responsables. Se estima que desapareció para siempre el 60% de su colección. Una especie de horrible secuela de la destrucción de la Casa de la Sabiduría, el legendario centro de traducciones fundado por Harún al-Rashid a comienzos del siglo IX, arrasada por los mongoles en 1258. Entonces fue Nasir al-Din al-Tusi quien pudo poner a salvo cerca de 400.000 manuscritos entre los que se contaban obras de Pitágoras, Platón, Aristóteles, Hipócrates, Euclides, Plotino o Galeno.

"El arrojo de arriesgados bibliotecarios como Haidara y otros héroes anónimos no es el único que ha permitido que estas perlas de sabiduría hayan llegado hasta nuestros días"

A finales de agosto de 1992, los empleados de la biblioteca de Sarajevo se apresuraban a lanzar por las ventanas, también a riesgo de sus vidas, los ejemplares que pretendían salvar del incendio provocado por un ataque serbio con proyectiles de fósforo. El responsable de la letal ofensiva era un general letrado, antiguo especialista en Shakespeare, Nikola Koljevic. Un hombre de una exquisita formación cultural y poética, dispuesto a demostrar que el sueño de la razón produce monstruos.

El arrojo de arriesgados bibliotecarios como Haidara y otros héroes anónimos no es el único que ha permitido que estas perlas de sabiduría hayan llegado hasta nuestros días. Las obras de la antigüedad eran de serie limitada. Hace unas semanas se presentó “Dragona”, una impresora capaz de producir libros a la carta, perfectamente encuadernados, en solo diez minutos. Seguro que esta prodigiosa máquina habría hecho las delicias de todos aquellos copistas cuya destreza y entrega era indispensable para la propagación de los libros en la Antigüedad. A pesar de su denodado esfuerzo, los ejemplares de una misma obra tenían una circulación realmente restringida. Por ello, una de las necesidades básicas de cualquier gran biblioteca era la de inventariar sus fondos con el propósito de planificar su reescritura, habida cuenta de la fragilidad del soporte en el que se conservaban. Una obra que no era copiada estaba condenada a la desaparición. Quizás esta era la intención de los famosos Pinakés del poeta Calímaco de Cirene, una especie de catálogo en forma de volúmenes de la gran colección de libros de Alejandría.

Precisamente en la ciudad del Delta del Nilo se localiza el epicentro del terremoto que sacudió todo el saber de la Antigüedad. La gran Biblioteca mermó sus fondos en tiempos de la conquista romana, cuando en el año 48 a.C. las tropas de Julio César incendiaron un almacén de libros situado en el puerto. Sin embargo, su destrucción definitiva llegaría en el contexto de los crudos enfrentamientos entre cristianos y paganos del siglo V d.C. En el año 415 una turba de fanáticos asesinó a Hipatia, a la que tenían por bruja. El Serapeo fue destruido y la fabulosa colección de libros que se había atesorado desde tiempos de Ptolomeo se perdió casi por completo. La sinrazón había dado al traste con una acumulación enorme de obras de retórica, derecho, épica, tragedia, comedia, poesía lírica, historia, medicina, matemáticas, ciencias naturales y otras disciplinas que se habían ido almacenando y copiando durante siglos.

"Gracias a centenares de guardianes del saber, emergieron otros centros culturales de primer orden. Oriente acudió al rescate del legado occidental"

La pérdida fue irreparable, pero el conocimiento no se borró de un plumazo. Gracias a centenares de guardianes del saber, emergieron otros centros culturales de primer orden. Oriente acudió al rescate del legado occidental. Las ideas no pertenecen ni a las culturas, ni a las religiones, ni a los territorios, ni a los estados. Bizancio, con su Biblioteca Imperial, fue depositaria durante siglos del legado alejandrino. Harrán, en el norte de Siria, albergó a algunos de los exiliados de la clausurada Escuela de Atenas. Bagdad se convirtió desde el siglo IX en un gran centro de euridición, la próspera Córdoba del califato abrió las puertas para el retorno de ese saber a Occidente previa parada en la ciudad de Toledo, donde se estableció una fecunda escuela de traducción. A estos enclaves se unirán años más tarde Salerno, Palermo y Venecia, hasta tejer una nueva red de conservación del saber.

A los deslumbrantes nombres de Avicena, cuya figura se hizo célebre entre los siglos X y XI, y Averroes, destacado filósofo cordobés del siglo XII, habría que unir el de traductores, investigadores y comentaristas menos conocidos en Occidente, como al-Kindi, Thabit b. Kurra b. Marwan, al-Farabi, Hunayn b. Ishaq o Ishaq b. Hunayn. Todos ellos hicieron posible que el legado griego no fuera dilapidado en los tiempos que siguieron al tumultuoso declive del Imperio romano de Occidente y la irrupción del cristianismo. Para hacernos una idea, del legado aristotélico solo se conservaba en la Europa del siglo XII su obra lógico-metodológica, el Organon. La incansable labor traductora del griego al siríaco y del siríaco al árabe permitió que la ingente labor del filósofo de Estagira no desapareciera para siempre.

"Sirvan estas breves líneas como reconocimiento para todos aquellos que se entregaron a tareas semejantes, forjando así una red atemporal y universal de voluntarios"

Los doxógrafos, a través de la enciclopédica recopilación de extractos y fragmentos de obras antiguas, también propiciaron la conservación del saber. Juan Estobeo reunió, entre los siglos V y VI, textos de alrededor de quinientos autores. Entre ellos, pasajes de los atomistas Leucipo y Demócrito, que podrían haberse perdido para siempre. Focio, que vivió en el siglo IX en Constatinopla, hizo posible que conserváramos las obras de autores como Diodoro de Sicilia. Su alumno, Aretas, empleó buena parte de su vida en recuperar libros y ampliar la biblioteca de su diócesis, Cesarea de Capadocia. Siglos más tarde, el monje Nectario, retirado en su monasterio de Casole, cerca de Otranto, tradujo de forma incansable obras clásicas al latín, en un formidable trabajo de erudición griega entre los siglos XII y XIII. Estos esfuerzos serían continuados por personajes como el maño Juan Fernández de Heredia, Gran Maestre de la Orden de San Juan de Jerusalén, quien aprovechó sus estancias en Rodas, allá por el siglo XIV, para encargar las primeras traducciones de Tucídides y Plutarco a lengua romance. Giorgios Gemistos, quien se hizo llamar Pletón, se convirtió en el mismo siglo en uno de los principales impulsores del estudio del saber griego, en especial de Platón y su escuela. Este afán caracterizó su docencia en Florencia y su posterior retiro en Mistrá, ciudad situada en Morea, sobre el legendario monte Taigeto. Así llegaríamos al Renacimiento, momento propicio para la recuperación, copia y distribución de manuscritos olvidados en viejos monasterios europeos. A esta tarea se dedicaron personajes como Poggio Bracciolini, que recuperó el De rerum natura, de Lucrecio, de la oscuridad de una biblioteca monacal en la que estaba condenado al olvido.

No están aquí todos los héroes de las letras que con su arriesgada y laboriosa misión permitieron que las obras de la Antigüedad llegaran hasta nosotros. Sirvan estas breves líneas como reconocimiento para todos aquellos que se entregaron a tareas semejantes, forjando así una red atemporal y universal de voluntarios cuyo funcionamiento coral ha permitido que conservemos una parte de nuestro patrimonio común. De las mil cuatrocientas treinta referencias bibliográficas recopiladas en la antología de prosa y poesía de Juan Estobeo, solo conservamos cuatrocientas quince. Un descorazonador 29% que se verá notablemente reducido si le sumamos lo poco conservado de otros géneros. Es por ello que nuestra obligación es mantener y transmitir esta preciada herencia. Un legado de principios, comportamientos y valores que definen nuestra naturaleza humana. Solo desde la sólida perspectiva que nos ofrece el humanismo podremos afrontar los difíciles retos que se abren ante nosotros.

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