El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
«La brisa marina porta entra sus dedos un quejido, la saeta corta el silencio que hasta hace poco reinaba en la calle. El canto se para en una quejumbrosa nota y el eco del tintineo de los hachotes retorna, mientras el Cristo de los Mineros, iluminado por la luna llena, es alzado al cielo por sus porta-pasos, dejando a su paso una estela de velas, incienso y flores: aromas de primavera».
La escena nos recuerda cualquier procesión que durante estos días debería estar representándose en nuestro país, si no estuviéramos inmersos en este drama pandémico. Pero ¿cuál fue el punto de inflexión que hizo que la religión cristiana pasase de ser la gran perseguida a convertirse en la única oficial y ser hoy en día una de las más practicadas? Para ello debemos retrotraernos al siglo III de nuestra era, concretamente a un lugar y un momento histórico: el 28 de octubre el año 312 junto al puente Milvio.
El cielo se cierne grisáceo amenazando tormenta, mientras en la tierra un ejército se bate en una lucha cruenta. El sonido de las espadas cruzándose y desprendiendo chispas se mezcla con los graznidos insistentes de los buitres que esperan sobrevolando el campo de batalla. El río brama incontenible y salvaje bajo el puente, todavía la batalla no se decanta. En la Saxa Rubra, Constantino ha arengado a sus tropas, les ha revelado su sueño. Entre las plomizas nubes el sol comienza a iluminar “el crismón” dibujado en todos sus escudos, mientras en la mente del emperador resuena: «Εν Τούτῳ Νίκα»
“Bajo este signo venceréis”, nos cuenta Eusebio que fueron las palabras que escuchó en sueños Constantino la noche anterior a la batalla. Y ese signo no era otra cosa que el crismón, el símbolo de los cristianos, la unión de las dos letras griegas que forman el nombre de Cristo. Las tropas de Constantino, en su mayoría pertenecientes a la secta cristiana y sometidos a la persecución religiosa, tomaron estas palabras como un aliciente y una liberación y lucharon más aguerridamente, hasta el punto de hacer retroceder a las tropas de Majencio hacia el puente Milvio. Allí perecieron muchos, incluido el propio emperador Majencio, que cayó en las rápidas aguas de Tíber.
Con este gesto Constantino visibilizó el cristianismo, liberando de la persecución a “esa secta judía” y despenalizándola, pero no fue hasta el año 313 en que esto se hizo totalmente oficial, cuando se firmó el edicto de Milán, en el que se reconoció el derecho a reunirse de los cristianos y a practicar su culto sin restricciones y sin miedo.
Aunque Constantino no se bautizó hasta su lecho de muerte, sí que instó a su madre, Flavia Julia Helena, a que abrazara la nueva fe. Tal fue el fervor, la curiosidad y el afán que su madre profirió que no cejó en su empeño hasta encontrar la vera cruz y reconstruir los últimos días de la vida de Jesucristo en Jerusalén. Peregrinó a tierra Santa, donde encargó la construcción de Iglesia de la Natividad y la Iglesia en el Monte de los Olivos, lugares de nacimiento y crucifixión del Mesías.
Tras el descubrimiento de la vera cruz, la reproducción de ésta comenzó a circular como símbolo de la religión cristiana, que hasta entonces había sido el crismón. Llevó a Roma la cruz, cuya reliquia está albergada en una estatua suya en la Basílica de San Pedro, y fue santificada por la Iglesia como Santa Helena.
Por su parte su hijo Constantino es considerado por muchos como el “gran padre de la iglesia” o “el impulsor del cristianismo” pues gracias a su decisión de aceptar el cristianismo como religión libre del estado garantizó su permanencia hasta nuestros días, aunque las razones para hacerlo tal vez sólo fueran militares. Él no oficializó el cristianismo: fue obra del emperador Teodosio en el 380 con el Edicto de Tesalónica.
Gracias a la figura de Constantino y a su madre Santa Helena, hoy en día la mayor parte de países occidentales practican alguna religión de raíces judeocristianas. Y nosotros seguimos venerando la Cruz, exhibiéndola en nuestras procesiones como símbolo de penitencia, dolor, esperanza y amor incondicional a la humanidad.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: