El Proyecto ITINERA nace de la colaboración entre la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la delegación murciana de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC). Su intención es establecer sinergias entre varios profesionales, dignificar y divulgar los estudios grecolatinos y la cultura clásica. A tal fin ofrece talleres prácticos, conferencias, representaciones teatrales, pasacalles mitológicos, recreaciones históricas y artículos en prensa, con la intención de concienciar a nuestro entorno de la pervivencia del mundo clásico en diferentes campos de la sociedad actual. Su objetivo secundario es acercar esta experiencia a las instituciones o medios que lo soliciten, con el convencimiento de que Grecia y Roma, así como su legado, aún tienen mucho que aportar a la sociedad actual.
Zenda cree que es de interés darlo a conocer a sus lectores y amigos, con la publicación de algunos de sus trabajos.
Cuando una persona va a visitar Roma, de entre todo lo que se puede ver normalmente destaca uno de mis edificios favoritos: el Panteón de Agripa. La lástima es que del proyecto del amigo de Augusto sólo queda el nombre. Las llamas consumieron el edificio en la década de los ochenta del siglo I d.C. Hubo de ser remodelado por Domiciano, y el emperador Adriano lo terminó de reconstruir, aunque dejando el nombre del ideólogo original, a modo de homenaje a la construcción primigenia. Pero no nos equivoquemos: todo lo que vemos allí es un concepto arquitectónico totalmente diferente. La imponente entrada, con esas columnas que son como gigantes de tiempos remotos e imaginados, nos da la bienvenida y sirve de nexo con una cella circular. Da igual la dirección en la que se mire. La perfección nos rodea. Pese a las colas interminables de gentes que, venidas de todos los lugares pasan a verlo, un sentimiento de calma y tiempo en pausa se respira al entrar.
Muchos años más tarde de que Adriano ordenara construir ese diseño, el templo fue convertido en iglesia. El recinto de todos los dioses quedó reducido al rezo de uno solo, pero conservando el espíritu acogedor que forma la circunferencia perfecta, a la que llega la luz por ese gran óculo central en el techo. ¿Pareciera de verdad que se podía hablar con Júpiter o Minerva? Sólo las personas que lo pudieron disfrutar en su origen podrían decírnoslo.
Justo tras el Panteón hay una iglesia con un elefante de mármol en la puerta. Éste sujeta un obelisco y nos da la bienvenida. Popularmente se dice que esta obra fue concebida por Bernini, aunque lo más seguro es que fuera esculpida por alguien de su escuela. La iglesia que nos marca nuestro amigo el elefante se llama Santa María sopra Minerva y se encuentra sobre lo que un día fueron los los Saepta Iulia, un recinto donde se contabilizaban los votos de las elecciones. Justo al lado de esto, un templo dedicado a la diosa Isis, y así sucesivamente hasta donde alcanzara la vista: templos, teatros y otros edificios nos harían adivinar que estábamos en un lugar especial: el Campo de Marte. Una zona de Roma dedicada al dios de la guerra.
¿Por qué? En origen, ese era el lugar en el que se daban cita las legiones. Una vez que se había llamado a los ciudadanos que podían formar parte de las mismas, todos se reunían en el Campo de Marte para ser entrenados. A raíz de las reformas de Mario y de pasar a un ejército profesional, el otrora centro de ejercicio de los legionarios quedó como una zona en la que podríamos destacar dos funciones: una la dedicada a las elecciones, ya que allí se votaba y elegía a los magistrados de la ciudad; la otra, ya un poco más adelante en el tiempo, fue la de realizar grandes edificios para el lucimiento de los diferentes hombres importantes desde las décadas finales de la República.
Lo que sí quedó en relación a algo que tuviera que ver con el tema militar fue la Via Triumphalis, por donde, efectivamente, pasaban las personas que podían celebrar un triunfo. Así lo hizo Pompeyo a inicios de los cincuenta del siglo I a.C. y ordenó, justo en mitad del Campo de Marte, construir el que sería el primer teatro realizado en piedra de la ciudad de Roma. Corría el año 55 a.C. y a la sociedad de la ciudad esas cosas no le interesaban mucho. Les parecían raras. Ellos conocían los teatros, griegos. Y tenían pequeños odeones, fuera de la ciudad y siempre relacionados con los grandes santuarios. ¿La excusa para construirlo? Es que claro, al ganar sus campañas orientales, el gran político y militar quiso ordenar construir un templo dedicado a la diosa Victoria. Y un teatro. Todo al modo de los grandes centros religiosos de la región en la que está Roma, el Lazio, pero dentro de la ciudad y dando más importancia al edificio teatral.
Esa construcción en concreto también marcó un antes y un después en el uso de los edificios de espectáculos como un arma política. Siglos atrás la función era propiamente religiosa, destacando la grandeza del templo o del santuario sobre la pequeñez del odeón, siempre a los pies del primero. Pero poco a poco el impacto finito del hombre empequeñeció al de la deidad.
Todavía hoy en día, cuando caminamos por algunas calles del centro de Roma como la Piazza di Grotta Pinta, la forma del teatro ha quedado fosilizada en las construcciones modernas, apoyadas posiblemente en la planta de este. Caminar por la ciudad de los césares es toda una aventura que no acaba nunca.
Si desde Grotta Pinta giramos hacia la Via dei Chiavari y luego a la derecha por la iglesia de Sant Andrea della Valle, llegamos a uno de los sitios arqueológicos que más me fascinan de Roma: el Área Sacra del Largo de Torre Argentina. En la actualidad, los cuatro templos que forman el recinto están a la vista de los turistas, formando una especie de plaza enmarcada entre varias calles. Estas son muy transitadas, con un tráfico tremendo, cafeterías, un teatro y una de las librerías de La Feltrinelli, a la que me gusta pasar cuando viajo allí y en la que me quedaría a vivir ante tal cantidad de libros, música y cine que albergan sus estanterías.
Pues bien, las calles que unen Largo Argentina con Chiavari formaron en su día una especie de pórtico adyacente al teatro de Pompeyo. Y allí ocurrió uno de los sucesos que marcaron el devenir de la historia de Roma.
Tras la guerra civil, que había enfrentado a Pompeyo contra César y ganar la contienda el segundo, muchas cosas iban a cambiar en la urbe. Se acercaba un nuevo año político y muchos no sabían lo que iba a pasar. O si sus cabezas iban a continuar sobre sus hombros. Algunos no se creían que César se fuera a proclamar rey. Otros sí. Y decidieron unirse para evitarlo. El hecho de que en febrero, durante la fiesta de las lupercales, Marco Antonio hubiera ofrecido una corona real a Julio, no ayudó precisamente a calmar los ánimos. Por si fuera poco, un sacerdote había recomendado al político romano que se quedara en casa, que no saliera mucho. Por precaución. Pero, si se me permite la licencia novelesca, nos debemos imaginar a un Julio César altivo, que se creía invencible. Casi un dios en vida.
Tocaba iniciar las magistraturas y los arreglos en el foro, allá entre el Palatino y el Capitolino, no estaban terminados. Así que, se decidió iniciar las sesiones del Senado en ese pórtico del teatro de Pompeyo; el antiguo amigo, más tarde enemigo y que había tenido un destino trágico en el lejano Egipto. Pero al llegar al interior del pórtico y quedarse sólo en su silla, algo pasó:
En cuanto advirtió que era atacado por todos los lados con los puñales en alto, cubrió su cabeza con la toga, al tiempo que soltó el pliegue…
Suetonio, Vida de César, 82.2
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