Pocos lugares en el mundo sirven mejor a la metáfora del título que Puerto Rico, isla cuyas discretas dimensiones físicas (160 kilómetros de este a oeste por no más de 60 kilómetros de norte a sur) son desafiadas osadamente por la magnitud enorme de su creatividad artística, quehacer en el que la literatura desbordó desde hace varias décadas los confines de su geografía caribeña para extenderse como parte de la diáspora boricua en varias ciudades de Estados Unidos, en especial en Nueva York.
Para quienes no son isla resulta difícil imaginar la manera tan orgánica como el insularismo infiltra y condiciona las actitudes y credos de quienes nacen, viven y mueren, no solo rodeados de mar, sino también –y sobre todo, en el caso de Puerto Rico– a la sombra de una potencia tan gigantesca como Estados Unidos y la compleja relación social, política y económica que nos une desde 1898.
Así, desde hace más de un siglo, el quehacer artístico –desde la plástica y la música al teatro y la literatura– ha sido una lucha constante de reafirmación cultural, mirando siempre –cuando no directamente, sí de reojo– a ese omnipresente “Gran Hermano” para quien la Isla dejó de ser relevante desde hace mucho tiempo para convertirse en nada más que una piedra en el zapato como una de las últimas colonias en el mundo.
Valga esta breve introducción al cruzar el umbral que generosamente nos abre Zenda para ser parte de este ambicioso proyecto literario cuya naturaleza eminentemente digital lo hace ubicuo, entusiasmados con la posibilidad de dar voz y presencia en esta vastedad cibernética a la generosa cantera literaria, tanto hispana en general, como puertorriqueña en particular, que lo mismo se manifiesta dentro de la isla que en el seno de la comunidad latina en Estados Unidos.
Puerto Rico no ha escapado a las transformaciones que ha experimentado el mundo editorial en años recientes. De hecho, nos leemos hoy aquí debido precisamente a ese cambio de paradigma que ha hecho que los suplementos literarios de papel –como bien dice Arturo Pérez-Reverte– “se estén yendo al diablo”, desencadenando el “Big Bang” que ha parido a Zenda y que también ha hecho implosionar de manera irrevocable la manera tradicional de vivir la palabra escrita, tanto para los creadores como para quienes se acercan a sus obras.
Desde este Caribe luminoso –a ratos borrascoso–, en Puerto Rico abrazamos con esperanza y espíritu de aventura el salvavidas que un amigo muy querido como Arturo Pérez-Reverte nos lanza para abordar esta novísima arca literaria iberoamericana con la certeza de que la ilusión es posible, de que escribir y leer –como dijo alguna vez Octavio Paz– “es tender una mano, abrirla y buscar en el viento un amigo capaz de estrecharla”.
Gracias. Un abrazo grande y entramos ya en detalle en la próxima entrega.
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