Alicia se encierra en su habitación por miedo a que aparezca él: su exmarido. Para distraerse, repasa los libros que ha guardado en las cajas de la mudanza, encuentra cartas, postales, fotografías, y le entra otro desasosiego: “No sé si estoy dispuesta a encontrarme con tanta memoria escondida”. En las fotos antiguas se reconoce como una niña solitaria, desvalida, siempre una pizca alejada de los demás. Pero esa niña sonríe cuando lleva un libro bajo el brazo, cuando viste de bailarina, cuando va disfrazada de caperucita o de reina mora: cuando vive en otros personajes. Aquí están, en las primeras páginas de Formas de estar lejos, algunas claves del recorrido de Edurne Portela en estos últimos años: la dolorosa recuperación de la memoria —para explicar cómo hemos llegado hasta este punto de violencia— y su apuesta por hacerlo a través de la novela —a través de personajes de ficción—.
Portela viene de una larga trayectoria académica. Durante dieciocho años en universidades estadounidenses, publicó artículos y ensayos sobre las maneras de representar la violencia en la literatura. En 2016 volvió de América y empezó a sacar temas que llevaban tiempo en el fondo de sus propias cajas de mudanzas: indagó en el temor y la indiferencia de la sociedad vasca —de su propia sociedad— ante el terrorismo de ETA y otras violencias, en los modos que tuvieron la literatura, el cine o la música para modelar nuestra sensibilidad en ese contexto, y así publicó un ensayo exitoso, El eco de los disparos, que incluía unos relatos breves, apuntes de memorias levemente disfrazadas de ficción. En esos relatos estaba el germen de Mejor la ausencia (2017), novela ambientada en la margen izquierda del Nervión en los años 80, atravesada por todo tipo de conflictos —el terrorismo, la heroína, el alcohol, el paro, la familia agrietada—. Ahora, con Formas de estar lejos, Portela abre otras cajas que se trajo de Estados Unidos: en una historia de violencia machista, intercala los chirridos de aquella sociedad con el clasismo, el racismo, los escándalos universitarios o la explotación laboral. La autora siempre es muy hábil mostrando las estrategias que desarrollamos para no enterarnos de las violencias: ni las víctimas, ni los agresores ni muchos de los testigos quieren ver lo que está sucediendo alrededor. Tomar conciencia siempre es incómodo. Y Portela es una escritora que viene a incomodarnos una y otra vez.
Es académica en su organización y en su claridad de ideas; es política en sus temas; pero sobre todo es escritora, notable escritora, en su talento para mostrar las noblezas y las miserias humanas con todos sus matices. Escoge asuntos morales de actualidad, pero nunca sermonea. No escribe defensas grandilocuentes de las buenas causas para demostrar que ella es sensible y está del lado de los oprimidos, sino que expone la complejidad, la contradicción y la duda. Alicia, la protagonista de esta novela, es una profesora vasca en Estados Unidos, una intelectual brillante, con una carrera exitosa, que se empareja con un hombre cada vez más controlador y agresivo, y va quedando aislada. ¿En qué momento se abre el abismo en una convivencia? ¿Sabríamos identificarlo sin dudas? ¿Qué brote de violencia es ya intolerable, cuándo reaccionaríamos y de qué manera, si fuéramos víctimas o testigos?
Está bien dar voz a las víctimas, pero lo más interesante y lo más inquietante de esta novela es que también da voz al agresor. De Matty, el exmarido de Alicia, conocemos la infancia, el ambiente, los amigos, el contexto que le lleva a una determinada visión de las relaciones de pareja, a unas expectativas con su novia y luego mujer; leemos incluso el propio relato de Matty, que se ve a sí mismo como alguien que solo intenta cuidar a su mujer, que es traicionado por ella, que sufre y que tiene reacciones proporcionadas, controladas, porque en el último momento desvía su puñetazo a la pared: se sorprende de que puedan considerarlo un maltratador. Al mostrar la versión de un agresor que se siente sinceramente inocente, en contraste con los hechos, Portela llega al meollo de la novela: las violencias que ni siquiera son entendidas como tales. Que no parecen episodios tan graves pero resultan demoledores para la víctima. Portela, otra vez, nos pone ante las violencias ignoradas, toleradas, esquivadas.
La trama avanza con capítulos breves —algunos funcionan casi como relatos autónomos—, con el desarrollo de una vida cotidiana siempre en tensión por los presagios de una violencia inminente, con historias secundarias que completan el cuadro y un manejo acertado de la elipsis: en pocas palabras, con un estilo sutil, Portela selecciona los detalles más reveladores y las escenas más contundentes. Sabe golpear al lector en la boca del estómago. Al terminar el libro, ya no podremos hacer como que no lo hemos leído, como que no sabíamos nada.
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Autor: Edurne Portela. Título: Formas de estar lejos. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Amazon y Fnac
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