Juan Manuel López —Juarma para sus lectores— trabajó como temporero, camarero y albañil, hasta que un día publicó la novela Al final siempre ganan los monstruos y el ecosistema literario español ganó una voz —al fin— auténticamente periférica. Y ahora vuelve a las librerías con Punki: Una historia de amor, que también transcurre en esa especie de territorio mítico de la Granada profunda, Villa de la Fuente, del que ahora dos jóvenes sueñan con huir.
En Zenda ofrecemos el primer capítulo de Punki: Una historia de amor (Blackie Books).
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La bolsa de cangrejos
Al poco de cumplir catorce años, recién terminada la EGB, papá me dio una paliza. Solía irme con Polly al Nacimiento. Allí nos juntábamos con algunos heavies y punkis de Villa de la Fuente, mayores que nosotros. Nos gustaba estar con ellos, escuchar sus batallitas, porque nos sentíamos menos raros que con la gente de nuestra edad. Esa tarde de verano de 1995, mientras estábamos sentados en los poyetes de la Presa Grande, apareció papá con mi hermana Ángela, que tenía nueve años. Venían de buscar cangrejos. Ángela sujetaba la bolsa de plástico con los cangrejos todavía vivos con asco y repulsión. Las tardes que papá salía a la calle, mamá le endosaba a Ángela, tal como hacía conmigo cuando era más pequeño, con la ingenua esperanza de que no se emborrachase y llegase a las tantas de la noche a la vivienda de protección oficial donde residíamos montando escándalos y amenazando con meternos un tiro con su escopeta de caza.
—Álex, ¿por qué te portas mal? Papá se ha enojado cuando te ha visto.
No supe qué responderle. Le pedí que me enseñase los cangrejos que arañaban la bolsa de plástico. Era demasiado pequeña para entender que papá se enfadaba o nos pegaba a mamá y a mí sin motivo alguno, que solo le hacían falta unas cuantas cervezas y cubatas para convertirse en un monstruo con los suyos. Las noches en las que pegaba a mamá me iba a la habitación de Ángela para que no llorase. Le tapaba los oídos, la abrazaba, intentaba que no tuviese miedo hablándole en voz baja. A veces, cuando la pelea terminaba, me quedaba junto a ella y le susurraba canciones de Eskorbuto o de RIP para que se quedase dormida. Las madrugadas en las que me tocaba recibir hostias a mí la oía llorar y quería morirme. Si alguna vez papá se acercaba a ella con intención de ponerle la mano encima, me metía por medio para que pagara su borrachera conmigo y dejase en paz a mi hermanilla.
Aquella tarde, cuando se acabaron las litronas, Ángela y papá se fueron con la bolsa de cangrejos. Ya sabía que me habían tocado todas las papeletas de la rifa.
Papá y Ángela se presentaron en casa de madrugada. Papá entró borracho, pegando voces, acusándome de que me juntaba nada más que con putas, tiraos y camellos. Mientras mamá metía a Ángela en su habitación, papá me sacó a puñetazos de la cama y me arrastró dándome patadas en la barriga hasta la puerta del dormitorio donde ellas lloriqueaban, llamándome drogadicto, apaleándome y humillándome delante de las dos. Cuando se cansó de golpearme se bajó al salón, encendió la televisión y se quedó dormido. Mamá me acompañó a mi cama. Me limpió la sangre de la boca, de la nariz y de las magulladuras que me hizo en el cuerpo, mientras lloraba y juraba por lo más sagrado que algún día le iba a rebanar el cuello con un cuchillo a ese desgraciado. Ángela se quedó conmigo esa noche, abrazándome con todas sus fuerzas, pidiéndome hasta que se quedó dormida que por favor dejase de portarme mal para no disgustar a papá.
Nunca había probado un triste porro. Pero en cuanto pude volver a ir al Nacimiento con los heavies y los punkis, cuando ya no se me notaban las heridas y los moratones, empecé a fumar hachís, beber litronas y meterme farlopa. En una semana, sin tener todavía pelusilla en el bigote ni casi pelos en los huevos, ya había probado todos los tipos de drogas que tenía a mi alcance.
Gracias, papá.
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Autor: Juarma. Título: Punki: Una historia de amor. Editorial: Blackie Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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