Un ruido de fondo singular acompaña la labor del columnista. Como la opinión no puede ser monotemática, el columnista escribe sobre cosas muy variadas. Al cabo, da igual sobre qué escriba, pues siempre habrá alguien que opine que está escribiendo sobre lo que no conoce. Es difícil hacer entender que precisamente el columnismo sólo tiene gracia si uno escribe sobre lo que no conoce.
Pero, como digo, esto da un poco igual. Tras 20 años viviendo en Usera, escribí sobre el barrio y alguien opinó que no sabía nada de Usera. Tras 25 años escribiendo y publicando libros, y unos 30 leyendo sin parar, regularmente alguien se despacha con la idea de que no sé nada de literatura. Si buscara bien, seguro que encontraría a alguien que me dijera que no sé nada de mí mismo. Esto probablemente sería más verdad que lo anterior.
Entonces el otro día escribí sobre Jeanne Dielman, una película. Dije que era una mierda, con palabras más piadosas. Dije que era una mierda porque me parece una mierda. Ahora mismo está considerada “la mejor película de la historia”.
El crítico Carlos F. Heredero escribió un tuit llamándome “indocumentado”. Ignasi Guardans, que fue director del Instituto de Cinematografía (sea esto lo que sea), fue algo más respetuoso: “inculto” y “analfabeto”, estableció. También es verdad que yo consideraba en mi artículo “almas echadas a perder” y “corruptos” a todos aquellos que recomendaran esta película, validaran su excelencia y engañaran a la gente diciéndole que esto es lo mejor que ha hecho el cine nunca.
Es curioso el asunto de que alguien pueda señalar a otro como ignorante. Nos lleva a preguntarnos, acotando el enigma, qué es saber de cine, por ejemplo.
Hola, @carlosfheredero . En efecto, cualquiera pueda escribir sobre cine, lo has entendido finalmente.
Me extraña con todo tu desazón por algo tan natural como que una película no me guste, dado que, tras 10 años en Twitter, y 10.000 tuits, nunca habías nombrado a su directora. pic.twitter.com/v2DsrTB8oo
— Alberto Olmos (@alb_olmos) March 3, 2023
En mis años universitarios, donde empecé a ver cine intensamente, sucedía algo peculiar. Los cinéfilos de nuevo cuño, al hablar sobre películas, parecíamos derrotarnos de inmediato si, simplemente, nombrábamos un director que otro no conocía o habíamos visto una película de un director por todos conocido que los demás no habían visto. Con eso bastaba para “saber de cine más” que otro.
Esto, con los años, fue volviéndose ridículo, como es lógico. A estas alturas, todos hemos visto una cantidad apabullante de películas, y no hace falta ver todos las mismas y no es posible verlas todas y muchas veces nadie se acuerda de si vio o no la primera película de Billy Wilder.
Así, saber de cine no puede ser una noción enciclopédica, de sacar cromos y ver quién tiene más, quién ha visto más películas. Hay gente que puede haber visto más películas que tú y no tiene nada interesante que decir sobre ellas, salvo “yo la he visto y tú no”. ¿Y?
Jeanne Dielman ha sido el gran “yo la he visto y tú no” de la Historia del Cine, pues fue elegida como la mejor película jamás realizada por mil y pico expertos al llamado de una revista cultural parece que prestigiosa. Una de las grandes ridiculeces de esta noticia, de ese ranking, es devolvernos a los 18 años, cuando alguien se daba aires sólo porque había visto Los ojos de la momia (1918), la peor película de Ernst Lubitsch, y tú no. Nos acongojaba. Pero, como digo, pasados los años, te dabas cuenta de que si nadie ha visto Los ojos de la momia se debe justamente a que es la peor película de Ernst Lubitsch y no hace falta verla para adorar a Lubitsch y tener cosas que decir sobre su cine.
En este sentido, es llamativo cómo mucha gente no había visto Jeanne Dielman y ahora le parece imprescindible. Es un caso único, pues si algo caracteriza la cinefilia es la propagación constante de la película que hay que ver, sea de estreno o muy antigua, y Jeanne Dielman ha necesitado 50 años para que los cinéfilos la recomienden, cosa que no ha sucedido con Masacre: ven y mira (1985, Elem Klímov) o tantas otras películas esquinadas, alejadas del gran público, pero realmente perseguidas por cualquier aficionado medio al séptimo arte. Lo que más nos gusta a los aficionados es descubrir una película a otro aficionado y que otro aficionado nos la descubra.
Pero, no, amigos, nadie se había fijado en Jeanne Dielman, de Chantal Akerman, en 50 años en los que hasta Leni Riefenstahl (por no hablar de Agnès Varda o Ida Lupino, si acaso hay que pensar en proscripción machista) seguía siendo recomendada y revisitada. De hecho, en la famosa historia del cine de Mark Cousins, donde se incide especialmente en la aportación de las mujeres a las películas, sólo se la cita (capítulo 3) para decir que los posicionamientos bajos de la cámara de Yasuniro Ozu (Cuentos de Tokio, 1953) fueron copiados por Chantal Akerman y, once capítulos después, para decir que los planos fijos de Akerman en Jeanne Dielman tomados de Ozu fueron copiados a su vez por Gus van Sant en Last days. (Cuentos de Tokio, 8,2 en IMDB; Jeanne Dielman, 7,6; Last days, 5,4: como vemos, la cosa solo ha hecho que mejorar.)
El caso es que me vi la película con ganas de que me gustara, porque la otra opción es directamente de idiota: ponerse a ver algo para que no te guste. Lo sorprendente fue que la película no me gustó nada, por mucho que ponía de mi parte. Había visto películas aburridas mejores y películas quietas mejores y películas de mujeres solas infinitamente mejores (La mujer zurda, 1978, de Peter Handke, que también es aburridísima y quietísima). Y entonces me pareció que debía escribir un artículo donde dijera que Jeanne Dielman no me había gustado.
“Indocumentado”, “inculto”, “analfabeto”, ya les digo.
Esta ridiculez se ve también mucho en literatura: hay quien cree que existen libros que no pueden disgustar a nadie salvo que sea un ignorante. Debo de haber puesto mil veces el ejemplo de la aversión de Nabokov por la obra de Faulkner, o de Tolstoi por Shakespeare (!!). Al contrario de lo que se piensa, siempre hay alguien muy inteligente al que no le gusta algo muy bueno, y es fundamental que eso suceda, porque a veces eso tan bueno no es para nada bueno.
Fernando Trueba en su Diccionario de cine mostraba su manía a Fellinis y Antonionis, con el argumento nada desquiciado de que no soportaba esas autorías mayestáticas, Fellini 8 ½, Fellini Satyricon, ni las películas graves y lentísimas que producían. Últimamente Quentin Tarantino nos ha dado la alegría de afirmar que François Truffaut era “un amateur torpe” (algo que este que aquí escribe sospechaba todo el tiempo, fuera de Los cuatrocientos golpes). También recuerdo a Fernando León de Aranoa reconocer en un chat en El Mundo que no sabía quién era Kim Ki Duk, director asiático entonces muy de moda.
¿Puede decirse que Fernando Trueba, director de 29 películas, no sabe nada de cine porque no le gusta la maravillosa 8 ½? ¿Puede decirse que Tarantino no sabe de cine? ¿Y León de Aranoa? Seguramente ninguno de ellos ha visto Jeanne Dielman, por cierto.
Paul Schrader sí la ha visto, al menos en lo alto de la lista que comentamos. Y ha dicho: “La aparición de Jeanne Dielman en el número 1 socava la credibilidad de la encuesta de S&S. Da la sensación de estar fuera de lugar, como si alguien hubiera manipulado la balanza. Y creo que lo ha hecho.” Paul Schrader escribió Taxi driver (Martin Scorsese, 1976), así que de cine debe de saber muy poco.
Si nos parece irrisorio considerar que alguien no sabe de cine porque no ha visto esta o aquella película, siendo que ha visto ya miles y miles de películas, también debe parecérnoslo (irrisorio ese juicio, digo) si encuentra aburrido, detestable o estúpido determinado clásico o filme canónico. Recuerdo ahora a Méndez-Leite despidiendo a Kubrick en un periódico diciendo que Lolita (anoto de memoria, quizá era La naranja mecánica) le parecía antigua, casposa y primitiva.
Así las cosas, debemos intuir que no es el hecho de desconocer una película lo que le hace a uno acreedor del calificativo de ignorante, ni considerar una mierda Jeanne Dielman lo que le hace a uno merecer los “indocumentado, inculto, analfabeto” ut supra; es quién seas tú, que no has visto o no has disfrutado de tal película.
Si esa persona no es del mundo del cine, o si osa escribir sobre cine sin ser el hijo de un crítico de cine (cuyas páginas en el mismo diario que escribía el padre heredará), esa persona sólo puede opinar vaguedades, sumarse a la unanimidad y aplaudir lo ya aplaudido. Es cuando esa persona dice: “Esto es una puta mierda” cuando todo el tinglado empieza temblar, y la gente se pone muy nerviosa. Y entonces no sabes nada de cine.
Quizá saber de cine sea la capacidad de decir algo interesante sobre cine. Pienso por ejemplo que Tarantino es la persona que ahora mismo sabe más de cine del mundo, porque todo lo que dice sobre las películas es de una perspicacia e interés descomunales.
Siguiendo mi propio razonamiento, creo que mi crítica de Jeanne Dielman muestra justamente que sé un montón de cine, pues he sido capaz de decir algo sobre esa película que nadie más ha dicho y que ha resultado mucho más interesante para los lectores (y no digamos útil en aras de un empleo sano de su tiempo libre) que decenas de reseñas donde Jeanne Dielman es buena porque es buena, y porque todas las mujeres somos Chantal Akerman, y porque la vida de las mujeres de los años 70 queda ahí retratada, y, sobre todo, porque sí. Que vaya argumentos, amigos.
Lo que también ignoran los que de ignorancia me han acusado es esto: yo he dicho la verdad. La película no me ha gustado.
Y la crítica va de decir la verdad.
Porque los lectores lo notan.
Podrían haber criticado tu análisis de la película con argumentos mucho mejores que el «tú no sabes de cine» que, en efecto, es un mal argumento de autoridad. Lo más molesto de tu artículo es su tono despreciativo y su lugar discursivo (de superioridad) que, a veces, en autores como tú, nos da la sensación que se acentúa la crítica (o su visceralidad) cuando versa sobre la obra de una mujer o sobre «asuntos de mujeres». Y eso enseguida emite un tufillo desagradable.
Lo que echa un tufo de mucho cuidado es lanzar la sospecha de que alguien es misógino en el momento en que critica a una mujer o algo de mujeres. Porque lo que huele a «hoy toca poner la primera de la lista una de mujeres» es el caso de este tostón, que parece que no se acaba nunca, sobre la insulsa vida de alguien sin el mínimo interés, ni siquiera antropológico.
Creo que sabes de sobra, Alberto, que no se te ha criticado por decir que no te gusta una película, sino por las formas de desacreditar esa película.
Lo que veo aquí es un argumentario con un punto victimista y muchas ganas de confundir términos. Para empezar, columnismo con crítica. Una crítica no es una columna, ni una crítica va de «decir la verdad» (ya puestos, vaya reduccionismo el de equiparar «decir la verdad» con «decir que algo no me gusta»). Una crítica va de tratar de comprender los valores cinematográficos que ofrece una película y argumentar, a partir de ahí, una valoración. Lo único que hiciste tú fue escupir (que no argumentar) una valoración. Otra cosa es que haya poca gente que escriba crítica así. Pero eso no te exime de haber caído en lo mismo.
No es solo que en tu texto no haya un intento por comprender lo que hace ‘Jeanne Dielman’ cinematográficamente. Es que hay una negación cerril de que haga algo cinematográficamente: ‘Jeanne Dielman’ no es cine «porque sí». Que vaya argumento, amigos. Y por mucho que en este artículo lo niegues, existen muchas aproximaciones muy rigurosas a la película en las que se trata de comprender qué cuestiones de encuadre, tratamiento del tiempo, iluminación, etc. ha trabajado Akerman.
Que yo entiendo que si uno se acerca a artículos del tipo «Chantal Akerman, la directora que usó el cine como fuerza liberadora y puso nerviosos a los señoros» se te quitan todas las ganas. Pero de verdad que hay crítica de cine más allá de esos registros. Reivindiquemos esa otra crítica y no convirtamos a los defensores de Akerman en un hombre de paja: aunque nunca haya sido una corriente masiva (y la elección de ‘Jeanne Dielman’ como número 1 del listado sea un movimiento abrupto), llevamos muchos años de buenos textos y aproximaciones analíticas a los valores de la película más allá de las cuatro consignas feministas masticadas. Akerman está muy lejos de ser una directora a la que «no conocía nadie».
Obviamente, todo esto no obliga a nadie a que le guste ‘Jeanne Dielman’. Y nadie te está pidiendo que aportes un análisis formal profundo de la película. Pero no quieras hacer pasar por otra cosa una columna que no es más que una pataleta.
A mi juicio te has dejado la que yo creo es la principal propuesta de la columna:
¿Qué significa saber de algo y además opinar de ello?
y
¿Quién se erige como autoridad para sancionar ese saber?
¿Necesito que esa autoridad legitime mi «sabiduría» sobre el tema para poder opinar?
Me parece que Olmos tiene una opinión sobre una propuesta pública (película en este caso) y reflexiona sobre el derecho a opinar sin ser un experto legitimado por el establishment y la validez de la opinión.
Ocurre que esa situación es la del 99% de los que verán esa película.
Y su opinión inexperta será tan válida como la del «experto oficial». Es más, a juicio del opinador es mucho más experta porque es la suya.
Me parece.
Hoy me ha tocado fregar los platos de la cena, hacer la cena a los niños, volver a fregar los platos, bañarlos y acostarlos. Oh, qué vida más oscura la mía… Soy una víctima… Creo que voy a llorar.
Totalmente de acuerdo.
Un bodrio insufrible. Yo también fui un joven cinéfilo que iba a la Filmoteca a ver películas de Bergman o Dreyer en versión original subtitulada. Uffff eran más entretenidas que está. Por Dios, que economía de medios, que inexpresividad, que diálogos???? Que cámara fija, creo que Lumiere era más habilidoso con la cámara. Ya pasó el tiempo del cine para intelectuales sesudos porque murieron de aburrimiento. Esta película ha resucitado para acabar con los que quedan.
Lo dicho una mierda
Hola Alberto:
Creo que el error tuyo es querer justificarte. Llevo meses leyendo la noticia y siempre he pensado que estaba manipulada por los medios, por el peso y la publicidad de determinadas plataformas de Streaming. Lo sigo pensando.
He visto miles de películas, incluso las más raras de Murnau o Lang y me gusta Trier, incluso Kim Ki Duk (la primera me dejó muy turbado), pero no he visto Jeanne Dielman. Creo que ésta y otras salen de las piedras para gloria de las plataformas de pago. Solo eso.
Quien diga que es la mejor película de la historia es que no tiene ni puñetera idea. No hace falta verla para saberlo, aunque sea buena o le encante a muchos/as. Tengo unas decenas de «mejores películas de la historia» (Lean, Ford, Renoir, Hawks, Kubrick, Truffaut -sí-, Coppola, Donen, Bergman, Tarkovski, Kurosawa, Spielberg, Berlanga, Erice, Trier, Chaplin, De Sica, Visconti, Wenders, Hitchcock, … y 50 más).
Esto es una anécdota de un nuevo modo de crear opinión y manipulación, lejos de las reflexivas revistas de cine de hace años, en las que ya nada es verdad (y nunca lo ha sido) y todo es intencionado.
Gracias.
Harry Haller
Yo sí tuve la desgracia de ver esta película. Es la nada absoluta y dura casi una vida.
Como en todas las historias que son «nada» Matan a uno para justificar que han despertado durante siete semanas a un equipo de rodaje a las seis de la mañana.
Vale. Pero no has hablado de la película.
JEANNE DIELMAN vs. CIUDADANO KANE. I
Mi peripecia con este enfrentamiento data de las fechas en que estalló, en la revista Sight & Sound. Porque no lo duden Vds. se trata de una guerra, como otras que hemos contemplado en (por) la gran pantalla, las púnicas, la de Las Dos Rosas, la de La Independencia, dos grandes civiles (una nuestra), dos mundiales, recientemente la de las patentes, y ahora ésta. Mi predicción es que será cruda e imp`lacable, de buscar del exterminio de la otra parte, y de desgaste, con trincheras. Así que deberemos esperar Im Westen Etwas Neues.
Por mi parte, de entrada (y de salida), me declaro partidario del magnate estadounidense y no de la dama bruselense, aunque esto pueda acarrearme el apelativo de «traidor», a mi Estado (Europa), en cuya capital moraba Jeanne.
El feminismo irrumpe con brío en la crítica fílmica, y junto a él, habría que añadir, la izquierda brahmán, con ponderosas (¡los Cartwright!) consecuencias. Pero no, no se trata de un fenómeno novedoso; recuerdo perfectamente que en los 70 era frecuente valorar (al alza) una película si promovía la Revolución (marxista), desvelaba la alienación, denunciaba (rasgaba) la moral judeo-cristiana, las mores de la burguesía (víctima favorita), la falsa conciencia/ideología fabricada por los poderosos, la miseria del campesinado, la explotación de los currantes, el «opio» religioso etc. etc. De tal modo que el séptimo arte, como los otros seis, era un arma para aniquilar la sucia y embustera sociedad capitalista, la de la (supuesta) democracia representativa, que sólo «representaba» a los ricachones. De ahí procede, entre otras perlas, que Ford era un fascista.
El buen, correcto, arte era p.ej. el del realismo soviético, que impulsaba a transmutar la comunidad humana en ¡algo mejor!, grato a Lenin. Así teníamos esa pintura, y sobre todos esa escultura: esas efigies gigantescas de soldados, obreros y labriegos, con hoces, martillos y metralletas, que se supone que inspiraban al Pueblo hacia la Sociedad Comunista, y a muchos otros nos inspiraban bostezos, y terror, no pánico, sino estético.
Pues bien, se me antoja que hoy el feminismo radical ha reemplazado a la izquierda ídem en una buena porción de la crítica cinematográfica.
En el otro extremo (fílmico, artístico, ideológico) nos encontramos (¿dinosaurios?) los que al ver un largometraje atendemos a: plano-secuencia (Lean), múltiples usos del montaje (Hitchcock, Fellini, Eisenstein, De Palma) en paralelo/rápido; tomas largas con desplazamiento (Welles, De Palma, Resnais, Fuller), con grúa, vagoneta, raíles; cámara con estabilizador; ritmo, tempo, conseguido a través de la edición de los planos (Walsh); profundidad de campo/enfoque profundo (Welles, Lean, Wyler …, Toland); guión, ¡sí!, y diálogos adecuados para la narración fílmica ((Wilder, Sorkin); interpretación (Brando siempre), fotografía e iluminación (John Alton); escenografía, dirección artística (Trauner); primer plano/holandés/medio/general/panorámico (Lean, Ford, George Stevens); posición y ángulo de la cámara; composición de las figuras y elementos del encuadre; éste como pintura (Lean, Ford, George Stevens, Fincher); ante todo inventiva y creatividad para contar una historia con imágenes, sin recurrir continuamente a un texto, etc. etc. Y ya acabo esta retahíla, porque se está volviendo tan dilatada, plomiza y aburrida como Jeanne Dielman.
Entiendo, basándome en la lista de mejores películas de Sight & Sound, que para gran parte de la crítica de nuevo cuño estos factores, valores técnicos, están periclitados, y hay que poner el foco en el Mensaje, básicamente feminista en los tiempos corrientes (que corren). De modo que los elementos que he citado serían pura forma, hábil empleo de instrumentos, malabarismo con la cámara, pura apariencia, sólo superficie, sin llegar al hueso, a lo nuclear: la iniquidad capitalista.
La misión del séptimo arte debe ser plasmar en la pantalla esa sistema alienante, que atonta los sentidos y envilece el espíritu. ¡Hay que acabar con todo ello!, dinamitar esas películas que sólo contienen pericia con los recurso técnicos, y hacer otras que desvelen (aletheia) la encubierta Realidad: los ciudadanos adoctrinados, «alcoholizados» por los medios derechosos de comunicación.
Y si se pasa de moda reivindicar el feminismo se sustituirá por el ultra-ecologismo, trans, LGTB, los Derechos Humanos de los Animales, la preservación de Gaia/el sistema solar/los exoplanetas/los universos paralelos, o Dios sabe qué. Algo se encontrará para patentizar lo malvado que es el Mercado.
Porque según la izquierda radical nuestro mundo de comerciantes es perverso, y educa a los varones para ser violentos y abusivos con las hembras, y si se tercia violarlas. E igualmente exprimen a sus asalariados; Por otra parte se supone que las emprendedoras, empresarias, alcaldesas, presidentas, gestoras, administradoras, directivas, banqueras etc., no son opresoras, porque no han sido educadas así. ?
Pero veamos, el arte es un fenómeno netamente subjetivo, de modo que su crítica deberá ser de ese corte. Encuentro arduo alcanzar la objetividad en los criterios para juzgar la «bondad y maldad» de un largometraje. Sin embargo sigo siendo optimista (o ingenuo) en esto, y lo soy apoyándome en la etimología; sí, simplote, pero puede servir …
Cinematografía: es el arte/medio/vehículo de la imagen en movimiento, ¡pues atendamos a ello! La cámara, su colocación, su desplazamiento, y cómo empalmamos las tomas resultantes en la sala de montaje, que equivale a la edición de un texto. El cine no es, ¡no debe ser!, una derivación del Ministerio de Igualdad, un mecanismo doctrinal para cambiar la mentalidad de las clases sociales, o subvertir el modo de producción de mercancías del capitalismo, o su sistema bancario, o la libre empresa, o los roles femeninos, o la educación de niños y adolescentes …; sí tiene efectos en todo ello, pero no es ELLO. Las cintas son Arte, i.e. creación de Belleza; lo cual no dice mucho, porque nadie, excepto quizás cuatro iluminados, sabe a ciencia cierta qué es la Belleza. Eso sí, yo estoy convencido que no es la Dictadura del Proletariado, o del Feminado.
Así pues en un momento dado, y quitado para más provechosos menesteres, y haciendo acopio de coraje (que mucho me falta) y de grandes suministros de paciencia, ensayando (vanamente) emular a John Wayne acometí el visionado de Jeanne Dielman. Como no tengo abuela voy a auto-congratularme, porque la empresa es tal, esto es, para emprendedores; de modo que acerqué a los arrestos de los hoplitas en las guerras médicas (¿hospitales de Madrid contra Ayuso?), los miembros de las falanges macedónicas, los legionarios romanos, los lansquenetes, los tercios de Flandes, las tropas napoleónicas, los pioneros del Lejano Oeste, los desembarcados en Normandía …, pero hete aquí que al cabo de hora y cuarto rendíme a la evidencia: carezco por completo de tal bravura, ¿snif!
Puntos argumentales de la Obra (parte contemplada en ese momento por su seguro servidor) … Madre e hijo comiendo sopa; se contempla como la ingieren cucharada tras cucharada hasta acabarla. Luego viene el segundo plato, y vemos con arrobo como mastican un arroz con patatas, hasta que se lo acaban, como buenos chicos. Plano medio, cámara a esa altura, composición del encuadre corriente y moliente, en absoluto pictóricamente notable; el resultado son diez minutos de metraje consumidos, yo diría malgastados.
Posteriormente observamos todo el proceso, fascinados, de Jeanne limpiando los zapatos de su hijo;
luego «admiramos» como muele los granos de café y hierve el agua, y subyugados cómo prepara unos escalopes con la harina, batiendo los huevos … Cada escena se prolonga durante varios minutos, ¡y eso es su método de narración! ¡Ayuda! ¿Dónde estás Charles Foster Kane?
¿Ah!, y ahora llego a mi plano predilecto de este primer tercio de la Obra, un momento cumbre de la expresión fílmica, ¡atentos! Jeanne se halla en el interior de la oficina de Correos, rellenando un impreso; cerca hay una señora mayor, frente a una ventanilla vacía …, no se mueve no gesticula, no profiere una palabra, impertérrita: una toma de más de dos minutos; ¡qué despilfarro de celuloide! Imagino que el Mensaje es la vaciedad de la existencia en los países del capitalismo avanzado, o la metafísica de la alienación quizás. Para mí, humilde y triste (aburrido) espectador es puro tedio, de veinticuatro quilates.
Colocar Jeanne Dielman como número 1 de la Historia me parece algo más que una opinión típica de la izquierda de Mayo del 68, y la denuncia del machismo más apología del Feminismo. Lo considero un quede, incluso una burla al séptimo arte, y a toda manifestación artística.
La presencia de arte, elaborado, de pinturas rupestres, es el indicio de la llegada de la cultura Cromagnon a Europa. El Arte («morirse de frío») es la expresión de vivencias, emociones, pasiones, ideas y creencias del Homo Sapiens, su vehículo para representar la (su) Naturaleza, o mejor dicho para ampliarla/complementarla/corregirla/trascenderla, y dotarla de significado; en suma, construir eso tan delicado y sutil, Belleza.
Pero para los críticos pos (hiper, trans, super, ultra, mega) modernos el Arte, no sólo el Cine, es un instrumento para hacer la Revolución proletaria, o feminista, o lo que se tercie; para su predicación proselitista, para el Gran Cambio Social, ¡es política!
Por curiosidad, aguijoneado por Jeanne Dielman, he enredado en Internet, he localizado en El País una lista de 1.995 que se ajusta más a mis preferencias, y sé que a las de muchos. Se trata de películas que perduraron durante decenios en esas (ahora bien cuestionadas) listas, y que se distinguen por haber contribuido a generar, ampliar, modificar, la gramática de este arte; establecer cómo se puede relatar con imágenes que se mueven, o transmitir estados de ánimo, o aportar a la estética, a partir de la forma/técnica.
Por contra la gauche divine estima que el cine (y arte) no es muy dispar del opio/religión, que entontece a los trabajadores, y les muestra una falsa Realidad: no en vano se ha tildado a Hollywood de fábrica de sueños, una filfa.
Sé que el problema es mío, porque no estoy al día, «in», que no me entero de lo último, de lo modernísimo y contemporaneísimo, y me he quedado en Welles, Eisenstein y Vertov. Para ellos el arte es la continuación de la política por otros medios; en el caso burgués la falsa conciencia y el encubrimiento de la explotación a través del entretenimiento. Para corregir esta lamentable situación habría que pasarse a otro ideario, en este caso Verdadero: marxismo-leninismo, o feminismo hoy.
JEANNE DIELMAN vs. CIUDADANO KANE. II
… Fundido en negro, hojas de un bello calendario de fotos alpinas arrancadas por el viento, o ídem con hojas vegetales en un hermoso paisaje otoñal …
Pues sí, he terminado el visionado de Jeanne Dielman, y francamente podría haberme ahorrado las dos horas restantes, porque mi opinión no ha variado un ápice/milímetro/gramo/onza, ¡insoportable!, ¡soporí´fera! Lo repito, colocarla como n.1 me parece una burla, no sólo a Welles y Cía. sino a Mirón, Praxíteles, Velázquez, Turner, Rembrandt, Rodin, Miguel Ángel, Leonardo, Rafael et alii.
En cierta escena (lentísima, plano-secuencia fijo) en la que Jeanne está pelando patatas, hay un breve momento en el que su cara de palo (Delphine Seyrig puede hacerlo mejor, seguro) parece registrar algo, quizás el inicio de una emoción (¿pasión?); puede que vaya a experimentar la náusea de Antoine Roquentin, la repugnancia ante esas patatas, porque sólo existen, no son Esencias, sino meros entes contingentes, carentes de Necesidad …, pero no hay tu tía, y la bruselense sigue pelando los dichosos tubérculos. Hay cuatro patatas, y Jeanne va muy parsimoniosa en la operación, pero ¡afortunadamente! el hijo llega e interrumpe la monda. En mis muchos decenios de espectador de cinematógrafo pocas veces he sentido tal sentimiento de exaltación al ver a un personaje. ¿Y si no llega el vástago?, ¿y si la señora se enfrentara a diez patatas?, ¿cuánto hubiese durado la cinta? Me estremezco sólo con pensarlo, próximo a la angustia existencial sartriana; y es que hay que acabar de contemplar el largometraje, para ser «culto».
Hay otra escena en la que la señora está tomando un tentempiés, y por coincidencia yo hacía lo mismo en mi cocina, entonces ¡bombillita! Pensé que yo podría ser sustituido por una persona amiga, colocar cerca mi cámara ¡y rodar la segunda mejor película de la Historia del 7Arte! Pero, acuciado por mi conciencia moral y pensando en Orson Welles y Wes Anderson, deseché inmediatamente tal proyecto: no podía traicionarles de ese modo.
Hacia el minuto 110 de metraje ocurre algo imprevisto, yo lo calificaría hasta de maravilloso: la belga pone sobre la mesa dos platos de carne con puré de patatas y guisantes, ¡y de repente cambio de plano!, y en el siguiente madre y retoño ya han concluido la refacción. Gotas de sudor (existencial) habían perlado mi frente, pues me temía verles comer los guisantes, pinchándolos con el tenedor, uno a uno; me veía ante otros veinte minutos de interminable plano-secuencia, y la broma habitual entre los amigos: algo paralelo a algunas, larguísimas tomas de Manoel de Oliveira, en el que éste, ya centenario, se había dormido, y los técnicos seguían rodando y rodando, y los intérpretes hablando y hablando …, ¡ay Virgen Santísima!
Conlusión, que mademoiselle Chantal Akerman había descubierto el montaje, la edición con los fotogramas, i.e. que puedes cortar y pegar, saltando así a un tiempo posterior, o anterior si así lo deseas. Aunque no da muestras de haber localizado otros empleos/posibilidades del montaje, p.ej. en paralelo: casa ardiendo/coche de bomberos desplazándose/casa ardiendo/coche de bomberos …, y así varias veces, tiquitaca; pues sí, señorita Chantal, esto es de una película muda.
Entonces tuve otra iluminación, ¡bombillita! (que espero no se apague por excesivo coste de la electricidad): la directora podría haber acudido a esta técnica a los diez minutos de su obra y haber reducido el metraje a veinte o treinta minutos. En tal coyuntura, y con algo de ingenio y buenas sugerencias podría haber confeccionado un aceptable corto; no el mejor de la Historia claro, porque las deficiencias en fotografía, colocación de los personajes, ángulos de cámara, tipos de planos, sentido pictórico, pobres diálogos, insípidas interpretaciones, ya no podrían corregirse. Pero, en fin, poseeríamos un aceptable trabajo fílmico, o al menos ¡corto!, ¡por Dios!
Efectivamente pues, la sola conjetura (popperiana) aceptable que hallo para entender que Jeanne Dielman sea la n.1 de la Historia, es política, corrección política (Bond, James Bond). Los Transcendentales del Ser son Unidad, Verdad, Bondad y Belleza, y supuestamente, para los críticos políticamente correctos la Belleza (y la Bondad) se reduce, al modo de la biología a la química p.ej., a la Verdad, que es, ¡por supuesto!, el materialismo histórico, y su avatar contemporáneo, el feminismo radical. Lo ya sabido, el Arte, si es bueno, es desvelar (aletheia) la Realidad: la infraestructura económica , que conduce a la opresión del proletariado, representado aquí por la señora belga. Para la crítica posmoderna es bello, y bueno, lo que manifiesta esta Verdad, la Esencia del Universo (humano); en esta obra se consigue por medio de un ama de casa centroeuropea, toda una heroína de la Liberación la buena señora, todo un Símbolo. Desde este perfil ideológico nuestra obra es la n. 1 porque patentiza la tediosa vida de las hembras en el modo de producción capitalista, algo que no consiguen (ni pretenden desde luego) Ciudadano Kane, El Acorazado Potemkin, La Regla del Juego, La Dolce Vita, Vértigo, Centauros del Desierto etc.
¡Hum!, bueno …, poniéndome en plan «poli malo», propongo a Jeanne que para salir de esa anestesiante rutina, y dejar de ser una Mujer Unidimensional, haga crochet, o reciba clases de cocina para que su retoño se chupe los dedos, o se convierta en una maestra repostera. O aprenda pintura al óleo/acuarela/acrílica/pastel/gouache/temple al huevo (para combinarlo con las patatas); o por el mismo precio se adiestre en xilografía/litografía/serigrafía/grabado en metal, en linóleo. También podría madame Dielman instruirse a fondo en lo relativo a pareados/redondillas/serventesios/tetrástrofos monorrimos/liras/endechas/silvas/sonetos; ya puestos podrían componer ella sus propios versos y leerlos en reuniones de aficionados a la lírica.
También podría estudiar derivadas e integrales, y en esa línea, ¿por qué no?. resolver el Santo Grial de la Ciencia, la unificación de la mecánica cuántica con la teoría de la relatividad. Sí, todo eso y muchos más, esta abierto para la dama, porque somos una sociedad así.
Aunque teniendo en cuenta las circunstancias (Chantal Akerman) lo adecuado para Jeanne sería estudiar a fondo El Capital y las obras de Lenin, discutirlas en reuniones de marxistas, y posteriormente salir con ellos en manifestación, con grandes cartelones que digan ¡Abajo del Capitalismo! Sí, esa conducta es factible en estas democracias liberales, que son tolerantes, porque no podría hacerlo a la inversa, en la URSS.
¡Levántate y anda, Jeanne!, porque el mundo (burgués sí) está lleno de posibilidades.
Sí debo reconocerle un mérito a nuestra película y es el potente final; uno de sus clientes ha conseguido que Jeanne llegue al orgasmo, y ella, ¡por supuesto!, lo mata con unas tijeras: es lo debido, en este personaje. Cierto, se trata sólo de una reacción de la fisiología, pero desde ésta se puede llegar a la psicología, i.e. a las pasiones, lo cual no cuadraría con Jeanne. Es un creativo giro del guión, admitámoslo, con moraleja y mensaje, como debe ser en este tipo de Arte: Jeanne Dielman ha logrado impactarnos, después de tantos zapatos, platos fregados, molinillos de café, huevos batidos, guisantes, purés, patatas etc.
Pero, ¡ay!, nos resta la escena final: cinco interminables minutos, ella con la mano manchada de sangre, de plano-secuencia estático, larguísimo, lento, plomizo, mal encuadrado, mal fotografiado, mal concebido … En fin, la mejor de la Historia del cinematógrafo.