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«Qué gran espejo tener tú»

«Qué gran espejo tener tú»

Todo comenzó en San Sebastián. Corría el año 1970 y la ciudad celebraba su famoso festival de cine. Allí estaba Gonzalo Suárez para comparecer ante el jurado con Aoom, una película tan original como extraña que había rodado en las costas de Asturias y cuyo argumento (cualquiera que la haya visto entenderá el porqué de la cursiva) giraba en torno a un actor en decadencia que conseguía desligarse de su cuerpo. Su propuesta obtuvo el más absoluto desprecio del jurado, presidido por Fritz Lang, y a partir de ahí todo fueron malos augurios, hasta el punto de que el largometraje jamás llegó a exhibirse en salas comerciales. Parecía que se encadenaban todas las circunstancias que podían propiciar que aquél fuese el final de la carrera cinematográfica de Suárez, pero el azar o el destino llamaron a su puerta de la manera más inesperada para ofrecerle un nuevo rumbo por el que transitar en pos de mejores oportunidades.

Cartel de la película «Aoom», de Gonzalo Suárez.

"Gonzalo Suárez y su mujer, Hélène, hacían las maletas para rumiar el fracaso en soledad cuando recibieron la visita de una tal Susan, a la sazón secretaria de Sam Peckinpah"

Estaba a punto de terminar aquella edición del festival. Gonzalo Suárez y su mujer, Hélène, hacían las maletas para rumiar el fracaso en soledad cuando recibieron la visita de una tal Susan, a la sazón secretaria de Sam Peckinpah. El director estadounidense también había acudido a San Sebastián, en su caso para presentar La balada de Cable Hogue, y en el transcurso de su estancia habían llegado a sus oídos algunas noticias sobre Aoom. No es que nadie le recomendara que se acercase al experimento de Suárez. Más bien al contrario: se la pintaron como un auténtico desastre. Sin embargo, o quizá por ello, en vez de dejarla pasar, sintió tanta curiosidad que no quiso abandonar España sin echarle antes un vistazo. «Lo intenté», relató en una ocasión Gonzalo Suárez, «pero el Festival se estaba desmantelando y no había salas disponibles». La única opción era esperar al día siguiente y organizar un pase para las diez de la mañana. A Suárez le habían advertido de que Peckinpah, descendiente de una estirpe de indios norteamericanos, no se levantaba nunca antes de la una «y no sin una inyección intravenosa de vitamina B fuerte». A eso hay que sumar que ya tenía en su poder los billetes de avión para desplazarse de inmediato a Londres, donde tenía que empezar a organizar el rodaje de Perros de paja. Aun así, Suárez se armó de valor para proponerle a su colega estadounidense una proyección matutina y él aceptó. Y aunque los antecedentes hacían presagiar lo peor, a Peckinpah le entusiasmó la película. «No sólo le gustaba Aoom», evoca Suárez, «sino que la entendía sin necesidad de buscarle recovecos simbólicos, ni caer en la simpleza de atribuirle veleidades surrealistas o psicodélicas, término muy en boga por aquel entonces». Los dos directores congeniaron de inmediato, y la química que se estableció entre ambos, en el plano personal y en el cinematográfico, queda patente en unas palabras que escribiría el propio Peckinpah: «Hay una gran familia por todo el mundo, y lo sabes en un segundo si miras a los ojos. He conocido a Toshiro Mifune en Japón y sé que pertenece a esa familia. Y Lee Marvin. Y Jeanne Moreau. Y Gonzalo Suárez, que ha hecho una película espléndida que ha sido capaz de plantearme muchas dudas y muchos problemas. Se llama Aoom… El arte sirve para esto, porque la base del arte es la transformación. Era ya así en la tragedia griega y lo llamaban catarsis». Pero dejemos que Suárez continúe explicando lo que ocurrió entre Peckinpah y él en aquella mañana donostiarra en que se conocieron: «Me preguntó a dónde iba. Y le conté que a Asturias. Me preguntó dónde estaba Asturias. Y se lo expliqué. También le dije que era allí donde había rodado la película. Como he dicho antes, él tenía los billetes para Londres y el avión despegaba aquella misma tarde. En un gesto muy suyo, rompió los billetes. No pensó en devolverlos o en aplazar el viaje. Los rompió. «Me voy contigo», dijo. Así era él».

"Peckinpah viajó a Asturias en compañía de su secretaria y pasó quince días acompañando a Gonzalo Suárez y Hélène por los escenarios de Aoom"

Peckinpah viajó a Asturias en compañía de su secretaria y pasó quince días acompañando a Gonzalo Suárez y Hélène por los escenarios de Aoom. «Nos bebimos el paisaje de Llanes, sus playas, sus montañas y el mar», rememora el cineasta asturiano. «Intercambiamos quiméricos proyectos que, en parte, llegarían a realizarse. Además, Susan, que también hacía las veces de intérprete, nos leyó el guion de Perros de paja en el salón del hotel Don Paco mientras, en la habitación de arriba, se oían los pasos del ir y venir de un Sam Peckinpah expectante. Otro día, recostados contra la roca del ídolo rupestre del Peñatú, también leímos el primer tratamiento de Tráiganme la cabeza de Alfredo García, escrito por Frank Kowalski».

Roca de Peñatú (Llanes, Asturias).

El ídolo de Peñatú es una figura grabada en una descomunal roca que representa a un personaje envuelto en lo que parece una túnica junto a un puñal cuya hoja apunta hacia abajo. Es uno de los rincones más paradigmáticos del oriente asturiano, por su fuerte carga histórica y simbólica. Puede que por el misticismo telúrico del lugar, o puede que a causa de la prolongada ingesta de alcohol, aquel mismo día sucedería algo que daría al traste con la estancia asturiana de Peckinpah. Había caído la noche y bajaban de Peñatú por un sendero de piedra cuando al estadounidense le sobrevino lo que Suárez califica como «uno de sus proverbiales arrebatos de violencia etílica». De repente, comenzó a insultar y zarandear a su secretaria, que caminaba junto a Hélène unos pasos por delante. Suárez se interpuso para salvar a la chica justo cuando el iracundo Peckinpah se disponía a estrangularla. Hélène se apresuró a conducir a Susan montaña abajo hacia el apartamento que su marido y ella habían alquilado aquel verano. Peckinpah desapareció. «Le llamé en vano. Era de noche. Una noche de luna llena. Y, gracias a la luna, lo encontré», relata Suárez. Estaba arrodillado, en medio de un charco. «No rezaba, pero la reflexión del agua le proporcionaba un aura de beatitud. Descendí por el pedregoso terraplén y le tendí la mano. La aferró, sin levantarse ni soltarme. Permanecí aprisionado mientras él me hablaba. Me dijo que haríamos juntos muchas películas, pero que esa chica debía irse aquella misma noche. No cedí al chantaje. Lo saqué del charco y cargué con él hasta la carretera. Las mujeres se habían llevado el coche y era impensable que por aquel lugar pasara un taxi. Pero pasó. Y libre. Una maldita coincidencia. Un milagro lamentable. Una deleznable jugarreta del azar». Suárez y Peckinpah llegaron al hotel de Llanes en el que el estadounidense se alojaba con su secretaria justo cuando ésta abandonaba la habitación con Hélène y con sus maletas. Peckinpah, en cuanto la vio, le saltó al cuello. Suárez la salvó por segunda vez. En ese momento, el estadounidense le dio un ultimátum a su colega asturiano: «O se va ella o me voy yo». Suárez respondió: «Vete tú».

Gonzalo Suárez

Se separaron. Aquella noche, en vísperas de coger el avión que, ahora sí, le llevaría a Londres, Peckinpah mantuvo secuestrado durante varias horas al director del hotel. Quería sonsacarle el paradero de Suárez. No lo consiguió, pero no porque el pobre hombre se resistiera, sino porque ignoraba dónde podía estar. «No acertaba a explicarse, ni a contarme, lo sucedido», relata el autor de Aoom. «Un extraño huésped le había obligado a permanecer sentado y encerrado en su habitación mientras le acosaba a preguntas sin respuesta posible. Aquélla había sido la noche más larga de su vida».

"Sam Peckinpah no regresó a Asturias, pero con el tiempo las aguas sí volvieron a su cauce. Suárez y él mantuvieron abundante correspondencia y llegaron a colaborar juntos en varios proyectos"

Sam Peckinpah no regresó a Asturias, pero con el tiempo las aguas sí volvieron a su cauce. Suárez y él mantuvieron abundante correspondencia y llegaron a colaborar juntos en varios proyectos, entre ellos el guion de una película, Doble dos, que estaba basada en una novela homónima de Suárez y que nunca llegó a ver la luz. Sin embargo, Suárez siempre reconoce que el intento de homicidio de aquella chica que le hacía de secretaria ensombreció el final de lo que iban a ser unos días bucólicos en el oriente asturiano. Hélène y él se quedaron tristes, y a la pesadumbre se sumó el estupor por una breve nota, mecanografiada con torpeza, que Peckinpah dejó para Suárez en el hotel, a modo de despedida: «Qué gran espejo tener tú». Bastantes años después, deduciría que lo que verdaderamente había querido decir, en su español imperfecto, era algo así como «qué gran espejo tenerte». En aquellos abruptos inicios de su amistad, en el verano de 1970, Suárez sólo encontró en aquella frase deslavazada de Peckinpah «un críptico mensaje digno de su tatarabuelo indio».

Portada del último libro de Gonzalo Suárez.

La estancia de Sam Peckinpah en Asturias fue glosada por el propio Gonzalo Suárez en El hombre que soñaba demasiado (Areté, 2005) y el reciente La musa intrusa (Penguin Random House, 2019). También se refiere a su amistad con el director estadounidense en una extensa entrevista realizada por Paula Ponga y Casimiro Torreiro para el libro Dos pasos en el tiempo (Gobierno del Principado de Asturias – Ocho y Medio, 2006). De esos tres títulos proceden las citas incluidas en este artículo. También Juan Cueto, en su Guía secreta de Asturias (Al-Borak, 1975), se refiere brevemente al paso de Peckinpah por Llanes.   

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