En México han comenzado a despertar los demonios. Dormidos por años de sopor y desencanto, la nueva realidad les ha sacado del sueño. O de la ensoñación. ¿Dónde se creían que estaban? ¿En Suecia? Lo cierto es que la realidad es chunga. Porque resulta que la agencia estatal mexicana de noticias, Notimex, ha balconeado a los creadores mexicanos que durante años recibieron los deseados estímulos que el Estado concede a sus artistas a través del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), institución fundada en 1989 como una instancia de apoyo ante la idea de que el Estado debía garantizar plena libertad a los creadores, como respuesta a la comunidad artística interesada en fomentar el trabajo independiente y para satisfacer las necesidades de transformar el panorama cultural mexicano. La pieza delatora, titulada Los estímulos del Fonca: Entre la opacidad y el despilfarro, firmada por Irma Gallo y encargada y difundida por Notimex, revela una lista de creadores que han recibido la beca hasta en seis ocasiones. Los nombres no se hacen esperar, y aparecen autores como Alberto Ruy-Sánchez , Christopher Domínguez Michael, David Huerta, Elsa Cross o Fabio Morábito. El periodicazo ha dolido mucho, claro, porque la maniobra no es del todo fina. ¿No bastaba con que les cerraran el grifo y sanseacabó? Así que escritores, poetas, caricaturistas y actores han alzado la voz criticando que la agencia del Estado mexicano “criminalice” a los susodichos “becarios” solo por ser beneficiarios de unos recursos que se supone estaban destinados a ello. Los quejosos, entre ellos Ruy-Sánchez y Huerta, así como Martín Solares, Fernanda Melchor, David Miklos, Héctor de Mauleón, Bef y Tenoch Huerta, han manifestado su desacuerdo con el tirón de la manta, y Ruy Sánchez ha advertido que esa información está corrompida por la idea de que el Fonca es un sistema de cooptación de creadores y que los procedimientos de elección son oscuros. ¿Te cae? ¿En México? Más allá del berrinche, Ruy-Sánchez apunta que la sinfonía balconera tiene como fin meterle mano a la bolsa del Fonca, deshacer el fideicomiso y “convertirlo en el despilfarro que será el Tren Maya o lo que sea”. Y agrega: “No se trata de ser más inclusivo, sino de destruir algo que ha sido positivo para México”. Y, sobre todo, para los que han recibido el apoyo, qué chingaos. Por su parte, el escritor Martín Solares se despacha con una verdad como un templo: “Andrés Manuel López Obrador necesita menos soldados incondicionales y más voces críticas dentro de su equipo. Si no cae en la cuenta de sus errores, si no enriquece su impresión de la ciencia y la cultura, causará grandes estragos al país”. El periodista Héctor de Mauleón se apunta a la protesta y señala que no es correcto utilizar a Notimex “para estigmatizar a un grupo de creadores”, pues cada creador se crucifica con su propia obra, decimos nosotros. Pero lo feo, como subraya el novelista gráfico Bef, es la “criminalización” de los autores. En todo caso, lo que queda más claro es lo que argumenta la escritora Fernanda Melchor, quien expone que sin las becas del Fonca ella no hubiera sido escritora. Y para conciliar pareceres, sería mejor seguir el consejo del actor Tenoch Huerta, quien sostiene que si bien es mala idea desaparecer las becas, “sí es necesario reestructurarlas y sanearlas”. Ojalá todo esto no pase a mayores y solo sirva para mejorar el sistema de selección. Y que todos escuchen la advertencia que en clave de humor hizo al respecto el caricaturista Antonio Helguera: “Mao ya llevó a cabo una revolución cultural y fue una atrocidad abominable”. ¡Aguas!
Como un tigre, su tigre, el poeta Eduardo Lizalde (14 de julio de 1929) cumplirá nueve décadas, noventa años de fulgor cortante en los ojos. Veteado por las sombras, doblemente rayado, doblemente poeta, sigue soñando su poema improbable. Lo paladea de lejos, lo inventa como el tigre que concibe un crimen de pulpas deliciosas. Y sigue escuchando, oliendo, palpando y adivinando los vientos más delgados, bebiendo de ese río en constante transformación que es la literatura. Poeta, cuentista y ensayista, Lizalde dice ser ahora un autor muy distinto al que escribió El tigre en la casa (1970), su obra más celebrada, y que en esta etapa de su vida tiene más información filosófica, literaria y estética. Pero como un tigre, su tigre, no deja de otear, y apercibe sus veloces navajas y colmillos desamarrando la encordadura recia de sus músculos, aceptando que vive en un México “demasiado nuevo, demasiado viejo y demasiado terrible”, y que sus libros son una imagen un poco trágica de lo que ha sido el mundo mexicano. Aún tiene muchos poemas en los cajones que no sabe si terminará de perfeccionar; está a punto de publicar un libro de grueso calado, y trabaja en una antología de los textos de James Joyce. Consciente de su avanzada edad, acepta que el optimismo no es lo suyo, y que “el mundo es terriblemente deprimente: la miseria, la pobreza, la crueldad, la violencia que se vive hoy no es para celebrar la belleza. Toda la literatura universal es de decepcionados y escépticos”, admite. Y como el tigre, su tigre, sabe que lo que se avecina es demasiado grande —el tigre de los tigres—. Es la muerte y el gran tigre es la presa.
HERNÁN CORTÉS, LA HISTORIA SIN ADJETIVOSLa vida de Hernán Cortés está plagada de mitos y leyendas. Leyendas negras, ya se sabe. Sobre todo, en México se le ha presentado casi siempre como la bestia negra que arrasó un pueblo y una cultura: la mexica (o azteca). Por fortuna, hay historiadores que dudan, averiguan e investigan, tratando de corroborar aquello que se dice de antaño y, cuando el caso lo amerita, tratan de cambiar las visiones heredadas considerando que, o bien se equivocaban o estaban condicionadas por los vientos políticos que soplaban cuando se difundieron. Es el caso del francés Christian Duverger, cuyas obras sobre “el conquistador” han provocado cierta polémica en el ámbito académico mexicano. En estos días, el sello Taurus acaba de reeditar dos de sus libros más controvertidos sobre el capitán español: Vida de Hernán Cortés: La espada y Vida de Hernán Cortés: La pluma. Al respecto, Duverger ha dicho que la leyenda negra de Cortés es una invención decimonónica, por lo que sería interesante reapropiarse de su historia, que está en los fundamentos de la historia de México, y que tal vez la idea del villano o del héroe no sea la más adecuada. Desde la perspectiva del historiador, Cortés alcanzó a entender que “él solo no podía cambiar tres mil años de tradición religiosa prehispánica; por eso la visión de Cortés como el que viene y arrasa todo es excesiva, hay que matizarla y creo que los documentos que tenemos nos permiten matizar su actuación”. Duverger sostiene que sus libros no conllevan una ideología, y que nunca usa la palabra «héroe». Y apela al lector para que sea el que saque conclusiones y trate de entender lo que ocurrió como una especie de continuidad de la historia prehispánica. Sin peticiones de disculpas ni cartas de perdón.
BRECHTIANAHay editoriales que surgen un día y son buenas.
Así, siguen años y años luchando y se hacen mejores.
Pero después, fingen que luchan, y ya no son buenas.
Y llega un día en que, como insisten en fingir, ni siquiera se dan cuenta de que ya no son imprescindibles.
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