Confieso que cada vez disfruto más con la lectura de esas obras clásicas de narrativa breve que algunas editoriales deciden publicar como cuentos ilustrados exentos, destacándolos así del volumen que las contuvo en su origen. Es el caso de la apuesta que ha llevado a cabo recientemente Uve Book con Sleepy Hollow, el célebre relato de Washington Irving que apareció publicado por primera vez hace la friolera de dos siglos, en la colección The Sketch Book of Geoffrey Crayon, y que en 1999 fue llevado al cine con gran éxito por el director Tim Burton.
Creo, y aquí me sale la vena docente, que de alguna forma estas ediciones independientes procuran una lectura distinta de cuentos que eran ya valiosos en su publicación original, acercándolos a un público juvenil al brindarle al texto unas hechuras distintas, un formato amigable enriquecido gracias al papel de calidad y un número considerable de ilustraciones, estratégicamente colocadas a lo largo del relato. En concreto las de la edición de Uve Book pertenecen a Sandra Márquez y se centran, sobre todo, en la definición visual de algunos de los personajes y momentos clave de la obra, ateniéndose a las descripciones, realmente portentosas, que el autor va sembrando aquí y allá para concretar un universo narrativo muy personal. Así veremos surgir recortada contra un horizonte ensangrentado la silueta del jinete sin cabeza, una criatura mítica común a culturas como la irlandesa o la germánica y que pasó a formar parte de las leyendas en Norteamérica a partir de las sucesivas guerras que libraron soldados holandeses y británicos en tierras recién colonizadas. La figura del guerrero fantasmal remite a las narraciones orales que lo identifican con un soldado hesiano, un mercenario al servicio de los ingleses cuya cabeza estalló en mil pedazos al recibir el terrible impacto de una bala de cañón en una de las refriegas de los dos ejércitos que tienen lugar en las inmediaciones de Sleepy Hollow y que tiene la costumbre de aparecerse de vez en cuando para aterrorizar a los pobladores de ese valle por lo demás idílico.
Otra de las ilustraciones muestra al protagonista principal de la trama, Ichabod Crane, el maestro que atiende a los niños de varios pueblos cercanos en una lóbrega escuela, un pedagogo sin mucha vocación que trabaja para sobrevivir y que se halla permanentemente hambriento. De hecho, Crane sueña de forma constante con la comida, la ve en todas partes y uno de los motivos por los que acaricia la idea de casarse con la rica heredera local es, ni más ni menos, porque el ascenso social le procuraría una alimentación suculenta y frecuente. Y es que la propia Katrina van Tassel, la joven amada platónicamente por Crane, aparece descrita (e imaginada por Márquez en otro de sus dibujos) como un sabroso manjar, por su abundancia de carnes y el cuidado con que se adorna para lucir como la más bella. Al tercer personaje principal, el joven y presuntuoso galán Brom van Brunt, famoso por sus gamberradas, no lo vemos ilustrado, pero resulta sin duda fundamental en la historia porque mantendrá un silencioso enfrentamiento con Crane, dado que ambos se disputan los favores de la veleidosa Katrina. Esta tan solo desempeña el papel de convidada de piedra, pues nunca la escuchamos hablar ni interviene activamente; pareciera que nació únicamente para ser contemplada y elogiada por su belleza, que existe solo como trofeo que los dos pretendientes desean alcanzar. Para ello usarán sus mejores armas: Crane su cultura libresca, su bella voz, su talento como bailarín. Brom su aspecto varonil, su afición a las bromas de mal gusto que sufren todos sus vecinos, su innata habilidad como jinete y la autoridad que por prestigio social y apostura rezuma.
En realidad, y aunque el título de resabios románticos nos lleve indudablemente a pensar que nos encontramos ante el típico relato poblado de fantasmas atormentados, podría decirse que buena parte de texto se centra en las magníficas descripciones costumbristas de paisajes y gentes, en el marco que rodea al ambicioso Ichabod, sin descuidar su retrato externo y psicológico. Irving pone de relieve sus particularidades físicas y sus pretensiones, su escasa vocación docente y las fantasías acerca del prometedor futuro que espera vivir junto a Katrina. A continuación se plantea como nudo de la historia la relación antagónica de los jóvenes que se enfrentan porque ambos desean saborear el mismo exquisito bocado. Es decir, la historia que Irving nos traslada a través del diario de un supuesto narrador externo, el difunto señor Knickerbocker, se mantiene en los márgenes de un realismo humorístico, casi caricaturesco, en el que se definen con idéntica ironía tipos sociales como el del arribista Ichabod, la presumida heredera Katrina o el arrogante y bromista Brom, que conforman el triángulo principal. Sin embargo conviene recordar también el papel fundamental de esa voz suavemente burlona que nos relata lo ocurrido en la colonia holandesa, tan precisa al mostrarnos el paisaje, los platos de un banquete o la personalidad de cada una de las criaturas que irán surgiendo con nitidez ante el lector. Su mismo apellido, Knickerbocker, alude a los calzones largos que eran la prenda típica de los varones holandeses al desembarcar en Norteamérica en el siglo XVII. Ese nombre parlante parece un alias, un seudónimo similar a los que empleaba, por ejemplo, Mariano José de Larra, a fin de ocultar su identidad cuando criticaba en sus artículos periodísticos tantos aspectos de la demencial sociedad española de su tiempo. En mi opinión, Irving se encuentra más cercano a esa pretensión crítica que a la construcción de una narración fantástica, del estilo de “El monte de las ánimas” que Bécquer publicó en 1861, cuarenta años después de que viera la luz el relato del escritor neoyorquino. Por eso la trama no mimética, esa aparición del espantoso jinete sin cabeza que puebla las leyendas locales, se reserva para el final. En concreto, el presunto espectro se cruzará con Ichabod en el camino de regreso a casa, tras una muy frustrante fiesta en casa de su amada en la que, por un lado ha sufrido una decepción que no se concreta del todo y por otro ha escuchado a los caballeros invitados relatar una vez más la historia de ese soldado hesiano sin cabeza. Resulta curioso que el narrador conozca todo, absolutamente todo, lo que ocurre en ese trayecto de vuelta del afligido e impresionable maestro y detalle el encontronazo con el jinete, la persecución posterior, el brutal golpe en la cabeza que sufre y le hace perder el conocimiento, o quizás la vida. A partir de este momento, sin embargo, Irving juega a la ambigüedad. Nadie volverá a ver a Ichabod, del que solo se encontrará su sombrero, junto a una calabaza destrozada.
De pronto, esa voz narradora de míster Calzoncillos, tan precisa y detallista hasta el momento, opta por dejar entreabierta la puerta para que cada lector imagine lo que le ocurrió al protagonista. Se barajan muchas hipótesis y corren diferentes versiones entre los habitantes de la zona. Quizás Ichabod sufrió el ataque real del jinete y desapareció de este mundo para siempre. Quizás después del desprecio sufrido en el baile optó por abandonar el lamentable caballo que tomó prestado a su casero y puso tierra de por medio. Quizás se instaló en otra ciudad y progresó socialmente por sus propios medios, sin necesidad de enlaces matrimoniales ventajosos, al completar sus estudios como letrado. Quizás esa noche su rival, el gamberro con nombre de trueno, Brom van Brunt, decidió divertirse haciéndose pasar por el fantasma local, surgiendo en medio del bosque para perseguirlo hasta darle alcance, lo cual no debió de resultarle muy complicado, dado lo birriosa que era la montura del maestro, un viejo caballo tuerto, irónicamente bautizado con el nombre de Pólvora. Quizás lo hirió, sí, pero no con una bala de cañón, sino con una voluminosa calabaza anaranjada. En este sentido, el lector tiene aún muy presente que la rivalidad existente entre los dos aspirantes a ocupar el corazón de la adinerada heredera se ha ido perfilando en páginas anteriores, que han incidido constantemente en la destreza de Brom como jinete, casi en un centauro que presume todo el tiempo mostrándose ante los demás a lomos de su hermoso corcel, Impávido. ¿No sería esta jugarreta algo que muy verosímilmente podría habérsele ocurrido a alguien como él para hacer desistir definitivamente al pobre Ichabod de sus osadas pretensiones?
Quizás, solo quizás, el señor Knickerbocker, que deja escrita toda la historia asegurando que la escuchó en una respetable reunión de caballeros burgueses, conozca de primera mano todo lo que cuenta y pueda trasladar los secretos anhelos de Crane, su desencanto, su pavor de aquella noche porque en realidad son el mismo hombre en diferentes momentos de la vida. Quizás aquella fatídica noche Ichabod perdió por el camino sus sueños utópicos, decidió centrarse y llegó a ser un abogado y político respetable. Quizás, puede ser, por qué no, se convirtió andando el tiempo en un venerable caballero, enmascarado tras ese nombre de prenda íntima y capaz, al final de sus días, de reírse abiertamente de tan lamentable “yo” juvenil.
En todo caso, es innegable que Sleepy Hollow combina con brillantez el humor y la crítica de tipos sociales de la época y sabe integrar con habilidad el motivo fantástico del jinete decapitado en una trama muy apegada a la realidad para jugar con las máscaras del narrador y, de paso, con las expectativas del lector, que deberá elegir por su cuenta qué cabos atar y decidir qué le sucedió exactamente al joven maestro Ichabod Crane aquella oscura noche, en ese remoto bosque.
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Autor: Washington Irving. Título: La leyenda de Sleepy Hollow. Editorial: Uve Books. Venta: Amazon.
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