El martes llueve mucho y Madrid está preciosa, porque siempre está preciosa, y cuando llueve, más. He quedado en el Palace con el director Antonio Méndez Esparza y el productor Pedro Hernández Santos (Aquí y Allí Films), para hablar de la última película que han rodado juntos, Que nadie duerma, basada en el libro homónimo de Juan José Millás (Alfaguara, 2018). Llegan a la cita puntuales, o casi puntuales —llueve en Madrid, ya lo he dicho—, y nos sentamos bajo el enorme tapiz mientras Jeosm nos hace esas fotos tan espectaculares. Pedro rompe el hielo, se lanza, y me pregunta mi opinión sobre la película. Empezamos: entre el análisis más que minucioso, porque no todos los días se tiene delante a unos profesionales del cine de este calibre, las anécdotas del rodaje, y la talla de los protagonistas, se nos hace de noche. Y sigue lloviendo sobre la cúpula del Palace.
Antonio Méndez, madrileño afincado en Estados Unidos, nos cuenta cómo siempre había querido pintar un Madrid real y diverso, huyendo de estereotipos, y cómo se enamoró del personaje de Lucía, la protagonista, una enorme Malena Alterio que pasa con la mayor naturalidad de informática a taxista casi vocacional; por eso estuvieron tantos meses hablando con taxistas madrileños, porque Lucía se había convertido en uno de ellos. Graciosa, ingenua y confiada en su pequeño mundo gris. Un mundo muy real en el que Antonio se siente cómodo, porque si algo le caracteriza es la fuerte dosis de realidad social que plasma en sus películas. Habla de Lucía con el mismo cariño y ternura que ella despierta en nosotros y que mantiene hasta el final, porque a pesar de ella misma estamos los tres de acuerdo en que es una auténtica heroína.
Pedro interviene por fin, convencido de que en las entrevistas él no interesa. Falso. Risas. Conoce todas las anécdotas de un rodaje de seis semanas en las que llovió todos los días, y en el que por primera vez Antonio cuenta con actores profesionales. Y qué profesionales: Malena Alterio, Aitana Sánchez-Gijón, José Luis Torrijo, Mariona Ribas o Manuel de Blas, entre otros. Me llama la atención la figura de Roberta, interpretada por Aitana Sánchez-Gijón, por los miles de matices que nos va descubriendo en Lucía según avanza su relación con ella, como la conciencia o la falta de moral, la pasión, la ternura o la ingenuidad en una película que avanza inquietante hacia un final obligatorio, un poco como en… Lo siento, no puedo decirlo.
Continuamos nuestra conversación hablando de vampiros manipuladores posmodernos, mujeres solas, enfermedades, trabajadores, amor, pasión y ópera. Todo eso y mucho más encarnado en casi cada plano del rodaje por una Malena Alterio que nos regala una interpretación magistral de cada una de las facetas de la vida, una evolución impresionante, emocional, física y mental. Y toda una experta conductora en Madrid. Hablamos de ellos también.
—Habéis recibido muchos premios trabajando juntos, y de entre todos, ¿cómo se siente un director cuando recibe el grand prix de la Semaine de la Critique de Cannes en 2012? Porque ese premio lo han ganado Guillermo del Toro, González Iñárritu… Impresiona.
—Icíar Bollaín y Oliver Laxe también lo tienen —apunta Pedro con orgullo patrio.
Y Antonio advierte que los premios son un regalo, pero que pueden generar demasiadas expectativas en un tipo de cine que no es tan comercial y terminar en desilusión. Hay que recibirlos con mucha alegría como lo que son, un reconocimiento y un espaldarazo maravilloso.
—Por supuesto que queremos que el cine esté lleno, pero hemos aprendido a disfrutar de cada pase de la película. Mira, estábamos hace unos días en la Seminci de Valladolid, donde se proyectó la película por primera vez en el teatro Calderón, y fue una maravilla verla en una sala con butacas antiguas de madera, que crujen cada vez que alguien se mueve, y tuvo todo el encanto de volver al cine. A eso me refiero con disfrutar de los pases.
¿Y cómo es rodar con Antonio?, pregunto a Pedro. Y me cuenta que es diferente, porque rueda constantemente, y no dice “acción”. Todo fluye, a veces con naturalidad, y otras a trompicones, porque le gusta mucho la improvisación: el actor a veces llega a incluir datos de su vida personal si enriquecen al personaje. Antonio deja libertad. Luego, el resultado es espectacular y agotador, porque el equipo termina exhausto, pero merece la pena. Además, en este caso, se rodó casi todo cronológicamente, lo cual resulta más agotador todavía para la protagonista, que tiene que evolucionar de una manera tan sutil como elocuente, y ese equilibrio es muy complicado. Malena y Antonio lo consiguen. Desde que empieza, con esa música maravillosa de Zeltia Montes, no paras de pensar en que algo va a pasar, como dice Millás en la novela. Y esa inquietud te mantiene alerta durante toda la película, que es la intención de Antonio.
Hablamos y hablamos de la película. Se nos hace de noche, sigue lloviendo y el pianista se instala a nuestro lado interpretando un tango detrás de otro. Antonio tiene que marcharse —vuela a Estados Unidos al día siguiente— y quedamos para una segunda ronda, otro día, porque ha sido un auténtico placer.
Les contaría más, pero no puedo y no debo. Les recomiendo que no se la pierdan. Se estrena en cines el próximo 17 de noviembre y les aseguro que no defrauda.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: