Siempre he sentido una atracción de orden literario por las residencias de ancianos. Habitan en ellas personas que han vivido ya buena parte de su vida y pueden por tanto contar y protagonizar cientos de historias. Han experimentado el amor, la traición, la rabia, la pasión; han emprendido negocios, han viajado, han criado hijos y nietos, han sufrido, se han arrepentido, han enfermado y han sobrevivido a todo. Los ancianos son literatura en estado puro, aunque a veces se nos olvida prestarles la atención que merecen. «Repiten todo el tiempo lo mismo», decimos nosotros, como si la literatura no fuera precisamente la repetición inmisericorde de media docena de historias, siempre las mismas, parapetadas tras una tramoya de estilos, épocas, voces y escenarios distintos.
Desde hacía tiempo, me rondaba la idea de narrar la huida de unos ancianos de una residencia, como una reivindicación de la voluntad de vivir escapando de la rutina carcelaria de cada día. Era un proyecto pendiente, de esos que esperan su momento en el cajón. En marzo de 2020 llegó el confinamiento de la pandemia y todos fuimos condenados a arresto domiciliario. La voluntad de huir que sentí a los pocos días me trajo a la memoria mi viejo proyecto literario. Abrí el cajón y dejé que Dorita, Fina y Carmen, las tres ancianas protagonistas de Peregrinas, se escaparan de la residencia donde viven, formando un equipo invencible: Dorita conoce el camino, Fina tiene un coche y Carmen conserva su carnet de conducir.
Se supone que van a hacer el camino de Santiago, un sueño que Fina no ha podido cumplir hasta el momento, pero todo es un engaño. Dorita necesita ir a Tarragona para resolver un asunto familiar, así que se pasa todo el viaje tratando de que Fina crea que están viajando hacia el oeste, cuando en realidad han tomado el sentido contrario. De este modo, Zaragoza se convierte en Burgos, Lérida en León, Montblanc en Ponferrada, así sucesivamente hasta que finalmente Tarragona se presenta ante ellas como Santiago de Compostela.
No tuve necesidad de documentarme sobre el viaje. Frecuento la ruta que lleva al Mediterráneo, especialmente durante los meses de verano. He estado en todas las poblaciones que recorren mis personajes. He nacido en Zaragoza. He vivido en Lérida, y Tarragona me parece una ciudad encantadora, llena de tesoros de la antigua Tarraco.
Solo tuve que visitar tres lugares concretos antes de redactar la novela. La catedral de Santa Tecla de Tarragona para buscar una capilla y un santo que pudiera pasar por el apóstol Santiago. La playa de la Arrabassada para sentarme en un banco de piedra a dejarme hipnotizar por la mecánica de las olas del mar, como hacen mis personajes. Y el faro del Fangar, en el Delta del Ebro, al que llegué con mi esposa después de caminar cuatro kilómetros por una playa preciosa con dunas a un lado, olas al otro y gaviotas de cabeza negra bajo las nubes. No voy a decir por qué mis personajes tienen que ir hasta ese faro, ni con qué lugar de la cornisa atlántica confunden la parte más oriental de la costa mediterránea. La literatura es un engaño. Todo es una mentira con vocación de verosimilitud. Que se lo pregunten si no a don Quijote.
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Autor: Joaquín Berges. Título: Peregrinas. Editorial: Tusquets. Venta: Todostuslibros y Amazon
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