Durante mucho tiempo, el mero deseo ignorante sirvió para certificar el valor de una representación literaria: el mejor poema sobre el mar lo escribía el poeta de secano; el mejor párrafo sobre el amor lo escribía el escritor misántropo. Esto amenazaba con convertirse en un recurso manido hasta que llegó Clara Dupont-Monod e hizo hablar a las piedras en su última novela, Adaptarse, insuflando vida al tópico.
Dupont-Monod presenta con habilidad la llegada de este ser hecho de pura indefensión como algo natural y mítico, emparentado con el propio paisaje y los linajes de las Cevenas, las cordilleras del sudeste francés (“Las montañas parecían comadronas velándolo, con los pies en los ríos y el cuerpo cubierto de viento”). Las piedras de la casa están atentas a las reacciones del hermano mayor y la hermana. El primero se vuelca devotamente a cuidar del pequeño, olvidándose por completo de sí mismo. Va a preocuparse por mantener abierto cualquier canal de comunicación con su hermano: al fin y al cabo, aún puede oír y tiene tacto y dibuja algo parecido a una sonrisa cuando le abres una ventana en mayo y acuden el aire suave y el rumor del río y las arboledas (“Le acariciaba el interior de las muñecas con una ramita de menta, hacía rodar avellanas por sus dedos, le hablaba todo el tiempo”). La hermana, al contrario, va a rechazar a su hermano pequeño, cuya presencia ha trazado una frontera infranqueable entre su familia y las “familias normales” y le ha robado la atención de su hermano mayor. De este rechazo va a sacar una fuerza vital al servicio de todos para sostener a su familia, emocionalmente exhausta desde la llegada del “intruso”. Finalmente, un cuarto hermano llega tras la muerte por causas naturales del tercero. Este benjamín será un niño lleno de bondad que vivirá a la sombra del hermano muerto, cuyo puesto siente que ocupa en la familia, lleno de culpa por su propia funcionalidad.
Las rocas de esquisto, los ríos cristalinos, las cigarras color turquesa y los pinos de las montañas de las Cevenas están permanentemente presentes, subrayando el carácter mítico de esta historia absolutamente contemporánea. Nos recuerdan que estos personajes que pasean por el monte vestidos de Decathlon son personas cargadas de dilemas tan antiguos como la propia literatura.
Porque los temas que este libro aborda con prosa ligera y luminosa son tan profundos como la Ilíada y tan elementales como el paisaje: la familia, el amor, la generosidad, la indefensión, el egoísmo, la envidia, el remordimiento. Las pasiones bajas y las virtudes son observadas con la suspensión moral de una piedra calentada por el sol del mediodía sobre la fachada de un caserío, lanzando desde ahí una mirada clemente que ve humanidad en todas las personas, independientemente de cuáles sean sus habilidades: cualquier condición física es simplemente un atributo del individuo. “No se preguntaba, como hacían sus padres por la noche, qué voz habría tenido si hubiese podido hablar, cuál habría sido su carácter, si jovial o taciturno, si casero o revoltoso, cómo habría sido su mirada si hubiese podido ver. Lo aceptaba tal cual era”. Muy al contrario, en Adaptarse hay una atención a la diferencia y a lo que puede aprenderse de ella. “A un niño fuera de la norma le correspondía un saber fuera de la norma”, piensa el hermano mayor cuando intenta entender el lenguaje hecho de silencio y cosas ínfimas del pequeño. “Se fundió con él, se mimetizó para tener acceso a una sensibilidad excepcional (un crujido a lo lejos, el enfriamiento del aire, el murmullo del álamo cuyas hojitas, mecidas por el viento, brillan como lentejuelas, la densidad de un instante cargado de angustia o colmado de alegría)”. Eso es, en el fondo, de lo que nos habla esta novela: de cómo la dureza con que soportamos la adversidad o refugiamos el consuelo asombra y hace hablar a las piedras.
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Autora: Clara Dupont-Monod. Título: Adaptarse. Traducción: Pablo Martín Sánchez. Editorial: Salamandra. Venta: Todostuslibros.
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