A esta nueva edición de la Feria del Libro de Madrid la recorren los mismos fantasmas de siempre. Se trata de temas irresueltos —rentabilidad, visibilidad, eficacia— que vuelven y otra vez. No importa que la voluntad de encararlos sea mayor, ellos volverán a aparecer. Es lo que tienen los asuntos sin resolver, reaparecen de la misma forma en que este decimonónico colaborador vuelve a las andadas cuando se trata de destripar las verdades del sector editorial. Tras dar un paseo durante los primeros tres días de la Feria del Libro de Madrid, he comprobado que un rumor corre como la pólvora de caseta en caseta: ¿está amenazada la continuidad de la feria en el Retiro? ¿Desea la alcaldesa Manuela Carmena mover la cita de lugar? ¿Es eso posible?
Los organizadores de la feria, especialmente su presidente, Manuel Gil, niegan la mayor: eso no está planteado, ni mucho menos. ¿Cómo va a abandonar la feria el parque del Retiro?, dice con gesto de cierta estupefacción el responsable del evento. Si la alcaldesa está comprometida al cien por cien con este evento que tanta visibilidad cultural aporta a la capital, ¡por Dios, cómo la va a sacar del parque! Ese es el erre que erre de sus responsables, que miran a quien pregunta con cara de obviedad, pero que al momento de la verdad son incapaces de explicar por qué la alcaldesa no ha puesto un pie en la feria, ni siquiera en la inauguración oficial, pospuesta por la alerta de lluvia y viento del viernes.
A pesar del arranque accidentado, la feria del libro ha conseguido un excelente primer fin de semana: más visitantes, más ventas y más autores de nivel. Así lo demuestra la visita del premio Nobel de Literatura J M Coetzee y la imposición de una solvente nómina de autores literarios sobre la comparsa de políticos y chefs convertidos en reclamo editorial, quienes en esta ocasión parecen manifiestamente menos visibles con respecto a otras ediciones. Hay por cierto sus pelotazos editoriales. Además de los escritores consolidados -que vieron crecer el número de lectores a la espera de firmas de ejemplares- hay nombres como el de Javier castillo, que arrasó en filas lectoras con su libro El día en que se perdió la cordura. Sus filas de personas a la espera de una rúbrica eran mayores a las de cualquier otro autor. Otro éxito de este encuentro ha sido el de Leticia Dolera con Morder la manzana, un volumen de manifiesta reivindicación feminista, un tema que domina la feria este año y que ha ganado el terreno a fenómenos menos militantes como los youtubers o la fauna Master Chef.
La feria, dirigida por segundo año consecutivo por Manuel Gil, tiene temas pendientes: remontar las cifras de ventas para ayudar a paliar la sequía de un sector que comienza a ver la recuperación, pero que necesita corregir la contracción del 40% acumulada durante los años de crisis. Para eso: hay que estimular la venta, lo cual hace desconfiar a algunos expositores en asuntos esenciales. ¿Para qué traer a un gurú del sector editorial como Mike Shatzkin, que supone un desembolso altísimo de dinero, en lugar de dar mejor acondicionamiento y logística a la feria para propiciar más visitantes y por tanto, más ventas? ¿Qué sentido tiene convertir la feria en un segundo LIBER?, cuentan algunos editores veteranos, visiblemente molestos por algunas decisiones. Eso sin contar la polémica que ya sostuvo el gremio de editores de Madrid con Manuel Gil, hasta el punto de retirarse de la mesa organizadora del evento.
La llegada de Manuel Gil a la dirección de la Feria introdujo algunos cambios. Conocedor del sector, este hombre no nació ayer. Entiende la industria. Fue librero y trabajó en la compleja estructura editorial. Su llegada marcó el inicio de una serie de decisiones encaminadas a hacer más práctico y efectivo el funcionamiento de la feria. Y eso ha procurado: ponerlas en marcha. Muchas de esas medidas fueron las que despertaron la incomodidad de los editores, quienes comenzaron a ser sometidos a una criba. «Tenemos más demanda que oferta y hay que elegir. El gigantismo de una feria es inversamente proporcional al volumen de negocio. Este año tenemos 1300 metros disponibles y 1400 metros de solicitud de libreros, distribuidores, editores… No hay que olvidar que esta es una feria de librerías», explicó hace unas semanas a un medio de comunicación digital. Sin duda, a Gil no le faltan oponentes.
Otro elemento ha aumentado el malestar de los expositores: gozan de un metro menos de caseta, y se mueven entrampados en un espacio que se ha sacrificado para dar cabida más expositores: este año hay 63 casetas más que el año pasado, un aumento en el que se alojan no más libreros ni editores, sino instituciones. Este año hay un total de 363 casetas, repartidas entre 31 organismos oficiales, 13 distribuidores, 113 librerías y 206 editoriales. En efecto, en esta edición hay más presencia institucional y, de alguna manera se asume que más dinero. Desde Rumanía como país invitado –y por tanto de AECID- hasta algunas instituciones regionales cuyos stands han aparecido en la feria, por ejemplo la del gobierno de Aragón. El asunto entusiasma a muchos: una feria más arropada económicamente es capaz de vender más, pero para eso debería meter mano en temas más urgentes: uno de ellos horarios, cuyo planteamiento dificulta y entorpece la venta, e incluso la logística para los visitantes (más baños y mejores servicios).
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