El famoso streamer Ibai Llanos arrasó hace unas semanas en su canal de Twitch organizando una velada de boxeo entre youtubers que entrenaron a propósito para la ocasión durante los cuatro meses previos, llegando a conseguir un millón y medio de espectadores online. Es una realidad que no hay otra forma de llegar a un público tan masivo con un deporte como el boxeo en España, pero, ¿conocemos de verdad de qué trata y qué filosofía esconde? ¿Qué puede suponer este fenómeno de cara al futuro? Si nos vamos a Estados Unidos, ya el youtuber Logan Paul se ha subido al ring con el invicto Floyd Mayweather. ¿Es esto deporte o simplemente un puro acto exhibicionista? Algunos entrenadores y peleadores ya se han posicionado al respecto, muchos valorando la visibilidad que supone hacia este deporte, pero denunciando a su vez la falta de peleadores profesionales. La velada de Ibai Llanos se propuso como un espectáculo amateur con un fin puramente recreativo, también con comentaristas del mundo de Internet no expertos en el tema. ¿Puede ser una banalización, teniendo en cuenta el sacrificio que supone este deporte y su situación de precariedad generalizada en España?
A grandes rasgos, por ende, podemos considerar al boxeo una profesionalización y regulación de la «pelea callejera», lo que le ha hecho acarrear con muchos prejuicios por su carácter «violento». Sin embargo, paradójicamente, en esa característica reside su distinción frente al resto de deportes; en ellos se penaliza al jugador que utiliza la violencia, mientras que en el boxeo se hace de esa violencia lo normal, la regla, un medio de expresión. Pero no podemos pasar por alto un detalle: no consiste en ser el más agresivo ni en ejercer más la «violencia», puesto que en un combate quien realmente gana no es el que más golpea, sino el que consigue ser menos golpeado. El comportamiento de un peleador siempre es clave y también es evaluado, ya que no puede estar demasiado agitado o estresado, ni demasiado relajado. Esto conlleva de fondo un trabajo descomunal, puesto que somos seres biológicamente programados para huir o para enfrentarnos ante un peligro, y al peleador hay que someterlo obligatoriamente a unos niveles de ansiedad y estrés para llevar a cabo su entrenamiento y que ese umbral sea mucho más amplio y controlable. Psicológicamente, trasladándolo al plano de combate, se podría considerar el deporte en el que más decisiones se toman en el menor número de tiempo, lo que lo convierte en un ejercicio no sólo de fuertes, sino principalmente de personas inteligentes. Además, es esencial trabajar la autoconfianza y potenciar el autoconocimiento de uno mismo, donde se es capaz de conocer las propias debilidades y hacer de ellas una virtud, así como forjar un carácter y añadirle una identidad a la forma de pegar —nunca hay dos peleadores iguales—, que es donde, en definitiva, encontramos su parte más «artística».
Es evidente que el boxeo y su imaginario, posiblemente ligado a una estética tan llamativa, ha tenido un gran impacto en la cultura de masas a partir del siglo XX, empezando por los países anglosajones por ser pioneros en su legislación. Lo vemos representado desde el videoclip del gran éxito pop de Christina Aguilera «Dirrty», que se desarrolla en un ring, al reciente tema de C. Tangana «Párteme la cara», grabado en gran parte dentro de un gimnasio especializado en artes marciales de la ciudad de Madrid. Curiosamente, también se ha utilizado en campañas políticas, posiblemente como símbolo de fortaleza, pero, ¿a qué viene ese atractivo tan generalizado por un deporte más bien minoritario en su práctica? ¿Entendemos realmente su filosofía? El escritor Manuel Alcántara —uno de los grandes cronistas de boxeo de nuestro país, que también denunció las miserias dentro de este deporte—, en su conferencia «Boxeo, Pop y Cultura de Masas en la época de Campo de gas» compara esta disciplina con el flamenco, puesto que en ambas nunca se va a «pasarlo bien», sino a «sobreponerse si las cosas van mal». Además, da una de las claves fundamentales de esta disciplina: nunca se utiliza el verbo «jugar», no se dice «juego al boxeo», porque no es un acto lúdico, sino algo dramático, y ahí es donde reside su carácter diferenciador. Así pues, sí es pertinente preguntarse si hacer de ello un espectáculo esencialmente lúdico y festivo es banalizar y despojar al boxeo de su sentido real.
También es interesante la presencia de este deporte en la literatura, donde casi podríamos agrupar a los escritores anglosajones que trataron este tema en una generación y tender puentes en el tiempo, donde relucen grandes de la literatura universal como Hemingway, Scott Fitzgerald y Norman Mailer. Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde y uno de los profetas del dadaísmo, se subió al ring en numerosas ocasiones —si hubo movimiento artístico que acogió ampliamente al boxeo, fue la vanguardia—. En España, Buñuel practicaba boxeo mientras estaba en la Residencia de Estudiantes, llegando al punto de ponerlo en práctica pegando a dos militares que piropearon a la escritora María Teresa León en una de sus visitas nocturnas a Toledo. Llegó incluso a presentarse a algún campeonato, pidiendo a Pepín Bello ser su «manager».
Pero, ¿qué hay de las mujeres en este mundo? En Tailandia todavía tienen prohibido subir a un ring por encima de las cuerdas, haciéndolo por debajo para impedir que sus genitales las rocen, como si fuese un acto impuro, puesto que el ring es concebido como un espacio sagrado (es verdad que, en cierto modo, el boxeo conlleva muchos actos relacionados con lo divino, porque para practicar un arte marcial que exige sacrificio siempre hay que creer profundamente en él y su eficacia). Está tan asociado a una actitud masculina que sorprende descubrir que no fue incluido en su versión femenina hasta 2012 en los Juegos Olímpicos. Por tanto, hace unos quince años ver a una mujer en un gimnasio boxeando era prácticamente ver un ser mitológico irreal. A día de hoy es común ver a estrellas de Internet subiendo fotos practicando boxeo (la mujer a menudo es representada en el boxeo de forma sexualizada, a diferencia del hombre, que debe parecer lo más viril y agresivo posible), pero a un nivel competitivo las mujeres seguimos siendo un grupo muy minoritario. Posiblemente todavía falten referentes más diversos.
Para concluir, creo que es necesario reflexionar sobre el origen y propósito de este deporte para poder acercarnos a él desde el respeto y no caer en una representación tosca. El poder llevarlo a miles de personas puede servir para educar y dar oportunidad y voz a quienes llevan años de su vida sacrificándose por ello, donde se reflejen y valoren realmente sus horas y horas de trabajo. Manuel Alcántara, en una entrevista al hilo de la presentación de su libro La edad de oro del boxeo —donde recoge sus crónicas—, dice: «Si se hiciera una estadística siempre hay excepciones, pero no hay un boxeador que haya pisado la universidad o que conozca algún poeta del Siglo de Oro. Todos han tenido un origen humilde. Muchas vocaciones están determinadas por el hambre». Él se retiró de la crónica en Marca cuando muere en el ring un boxeador llamado Rubio Melero, que buscaba en este deporte mejorar su vida económica. «El boxeo es el arte de quitarse a golpes el hambre», dice Alcántara. Alimentémoslo con dignidad.
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