Rafael Orbegozo (Getxo, 1967) ha publicado “una declaración de humor al cine” que se llama A la salud del bufón (Ediciones Furtivas, 2023). El lector que le hinque el colmillo será absorbido por un divertido huracán de disparates y por un ferviente homenaje al cine –y, en menor medida, a la literatura–. La novela recoge la tragedia de Darío Rey, un crítico de cine que quiere “dejar de ser perseguidor para ser hacedor” y, en fin, ¡la de cosas que le pasan al pobre hombre! Zenda entrevista al asesor de presidencia de Iberdrola y miembro de los patronatos del Museo de Bellas Artes de Bilbao y del Museo Guggenheim en el Cine Doré, mientras el temporal de Madrid homenajea al diluvio bíblico. El origen del relato de Noé, por cierto, estaba en un mito mesopotámico. Como tantas y tantas cosas. ¿Incluido el cine?
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—Señor Orbegozo, ¿qué han hecho los mesopotámicos por nosotros?
—¡Ya ves, inventaron el cine! Dios se puso celoso e hizo desaparecer la película (risas).
—Entonces, ¿encuentra usted alguna línea que conecte el Poema de Gilgamesh con, no sé, 2001: Una odisea del espacio?
—Exacto, lo has dicho fenomenal. De ahí el monolito donde salen esas bobinas seminales.
—Es el responsable de la colección de arte de Iberdrola y pertenece a los patronatos del Museo de Bellas Artes de Bilbao y del Museo Guggenheim Bilbao. ¿Me dejo algo?
—No, está bien así. Soy asesor de presidencia de Iberdrola. Dentro de mi cometido ahí, soy el responsable de la colección de arte. Luego, tengo algunas tareas más.
—¿Y cuándo se hizo escritor?
—He sido escritor antes que fraile. Yo escribía, lo que pasa es que la vida te lleva por determinados derroteros y me metí en el mundo de la empresa. He estado trabajando ahí treinta años fantásticos, enormemente satisfactorios. En un momento dado, dejé de estar en primera línea empresarial y encontré de nuevo el tiempo que tuve antes de empezar con mi carrera empresarial. Entonces, retomé el vicio de escribir. Es algo que siempre he tenido: mis vocaciones primeras han sido el cine y la literatura.
—Al protagonista, Darío Rey, le gusta la expresión “hacer cine” y ansía “dejar de ser perseguidor para ser hacedor”. ¿Le gusta la expresión “hacer literatura”?
—Me encanta. El verbo “hacer” me encanta en todos sus aspectos. Ahí está la idea de pasar a la acción. Es un guiño obvio a Cortázar y a Borges. Asimilo los perseguidores a los críticos y los hacedores a los que realizan el producto, al objeto de la crítica. Puede aplicarse a cualquier campo: el perseguidor de Cortázar era un crítico de jazz.
—Ya me ha dicho que ansiaba “ser hacedor”. ¿Cuándo se lanza a la piscina?
—Es todo cuestión de tiempo. He estado treinta años haciendo otro tipo de actividad. En realidad, escribir era mi vocación y ahora he encontrado tiempo y espacio. Tengo una cosa que llamo “la cajoteca”, que es un cajón que me funciona como una biblioteca de manuscritos inéditos. Durante estos últimos años, sólo escribía en los márgenes de los márgenes del día, pero, ya te digo, he encontrado la ocasión de materializar esa vocación de “hacedor” cuando he dispuesto de tiempo. Justo este libro no estaba en “la cajoteca”. Nació en la pandemia. Creo que se nota un poco: hay algo de confinamiento, de enemigo exterior…
—¿En quién se ha inspirado, de quién ha bebido para escribir A la salud del bufón?
—He bebido mucho cine. Para esta novela, he tenido en la cabeza a Enrique Vila-Matas, a Eduardo Mendoza y, por supuesto, de fondo, Borges. Borges tenía una expresión, “desvarío empobrecedor”, sobre hacer novelas. Por eso siempre escribió relatos. Yo no he podido hacer un relato, me ha salido una novela, pero es una novela de relatos. Cada capítulo es una película ficticia. Por eso he llamado al índice “Filmografía”.
—Leyendo A la salud del bufón, me acordé de Cuentos sin plumas, de Woody Allen.
—¿Sí? ¡Pues no lo conozco! Mira, un libro de un cineasta que me gustó en su momento es Payasos en la lavadora, de Álex de la Iglesia. Es muy divertido.
—¿Qué tiene de lúcido Darío Rey?
—Su lucidez es su locura. Es lo que más le caracteriza. Hay gente que escribe para librarse de la locura; esto lo escribí para abrazar la locura. No sé si por el aburrimiento del confinamiento, buscaba algo tan enloquecido como lo que le ocurre a Darío, o como el propio Darío. No sé si lo lúcido, pero lo atractivo de Darío es esa locura. Locura que le lleva a ser feliz: cree haber descubierto el origen del cine y hacer la gran película.
—¿Y qué tiene de trágico?
—Su historia es bastante patética. La novela tiene una parte de tragedia que está en el centro: la venganza contra Primitivo Primo, le ha engañado o, más bien, le han robado a su mujer, le han hecho lo peor que creo que se le puede hacer a un artista, que es que te roben una idea o una obra… Esa es su tragedia como autor, como “hacedor”.
—¿El sentido trágico de la vida sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada?
—Te diría que la vida es lo suficientemente trágica, sin más, como para que necesite deformarse. A veces, la deformación es una redención que busca hacer la cosa más comprensible o aceptable. Y en la novela, al final, hay redención.
—¿Cuál es la lección más importante que ha aprendido escribiendo el libro?
—Igual te parece algo prosaico, pero escribir la novela me ha aportado una enorme diversión. Me he divertido mucho escribiendo. He hecho algunas novelas que me costaron más emocionalmente, pero con esta me he distraído, me he divertido. Cuando encontré el lenguaje de este enloquecido bufón, me dejé llevar por él y por sus locuras y me lo pasé en grande. Me reía a carcajadas mientras la escribía. No digo que el lector tenga que hacerlo, ojo (risas). ¡Pero mi mujer y mis hijos pensaban que me había vuelto loco!
—Y piensa repetir, ¿verdad?
—Sí. Tengo otra novela en preparación. El punto de partida de A la salud del bufón fue el de hacer una novela de género negro, de detectives, con un Philip Marlowe o un Sam Spade de la investigación del cine: si estos investigan crímenes, Darío Rey investiga películas. La siguiente va a ir sobre arte y rock & roll. El esquema es de novela de misterio a lo Agatha Christie, pero, básicamente, hablará sobre arte y rock & roll.
—Vamos acabando, señor Orbegozo: ¿un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—Absolutamente. No tengo ninguna duda. Y que ve cine. Necesitamos historias.
—¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
—Sí, varias, como en qué consiste la propia vida, el amor o la belleza.
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